20 euros.
Después de El libro del aire y de las sombras (Alfaguara, 2008), thriller que giraba en torno al legado shakesperiano, Gruber apuesta otra vez por el mundo artístico para apoyar el andamiaje de su nueva novela, concretamente por la biografía de uno de los grandes genios de la pintura de todos los tiempos: el sevillano Diego de Silva Velázquez. Pero, al contrario de lo que pudiera parecer, no es esta una novela histórica protagonizada por el autor de Las Meninas, aunque sí se localice parcialmente en un siglo XVII revisitado desde la alucinada perspectiva del protagonista del relato, un pintor que no es Velázquez… ¿o quizás sí?
Charles Wilmot -Chaz para los amigos- es un pintor neoyorquino de gran talento desaprovechado. Hijo de Charles P. Wilmot, el exitoso paisajista de escenas bélicas, parece heredar la insatisfacción de su progenitor a la hora de afrontar las metas de su carrera. ¿Arte puro y vital o prostitución comercial? Ambos comparten la misma espiral traumática que los precipita hacia la infelicidad, el alcoholismo, las drogas y, en el caso extremo del joven Chaz, el malditismo, la locura y la desintegración de la personalidad. Y es que lo que podía haber terminado en cuento rosa de pintor feliz con bella mujer, dos hijos rubios, gracioso perro y casa en las afueras, muta tras una primera ruptura sentimental en una vida gris que se arrastra por un suburbial estudio al que acuden de vez en cuando los recuerdos de su fracaso, de sus dos exmujeres y de sus tres hijos.
Un experimento pone a Chaz en contacto con la salvinorina-A, una droga derivada de la planta que los antiguos chamanes tribales mexicanos utilizaban en sus rituales, y el efecto no puede ser más extraordinario: el pintor neoyorquino se sumerge a partir de la primera sesión en un trance alucinatorio que lo traslada al siglo XVII convertido en Diego de Silva Velázquez. Percepciones, sensaciones, sentimientos. Estados de conciencia y subconciencia se alternan en el relato, contagiando la esquizofrenia al espectador que asiste confuso a este malabarismo que amenaza con traspasar los límites de la verosimilitud narrativa. Inesperadamente, Gruber consigue que esta curiosa propuesta funcione.
Y así tenemos a Charles Wilmot hijo haciendo dudar de los límites de la locura y de la cordura al lector. ¿Es real lo que llamamos mundo real o es lo real sólo un sueño que imaginamos real? Barroco puro en un thriller situado en el Barroco:
Nadie puede verificar su vida. Basta con que te salga un bultito en el cerebro para que ya no vuelva más a ser tú y dan igual todos los documentos que existan en el mundo […]. Si tu supuesta mujer, Lulubelle, y tus cinco hijos juraran sobre una pila de Biblias que tú te llamas Elmer Gudge y eres de Texarkana, ¿tú dirías: Guau, bueno, y yo que creía ser un agente de seguros de Connectitut, pero, está bien, vale, eso es agua pasada, por favor, alcanzadme la llave inglesa para enroscar esta tubería?
En esta galería de espejos entre el pasado y el futuro, entre la realidad y la irrealidad, entre la locura y la cordura, se desarrolla una compleja trama de falsificación de cuadros que tiene como objetivo la reproducción y posterior venta de una de las obras más enigmáticas de la historia de la pintura: La Venus Alba, el correlato pintado por Velázquez como complemento a La Venus del espejo. Pero esto sólo es un pretexto más para que el malabarismo virtuoso de Gruber mantenga milagrosamente todos los boliches por el aire: las implacables garras de la Mafia, altos magnates vistiendo elegantes trajes italianos, un esbozo de romance con una donna veneciana, antiguos capitostes nazis admiradores de la pintura ajena, la casa Alba oficiando de timador timado, un hijo moribundo precisado de un costoso tratamiento en una clínica suiza, intentos de asesinato a la salida del Prado… Prometedor, ¿verdad?
¿Y cómo termina de resolverse la focalización en una novela con las características descritas? En general, el hilo narrativo se organiza en torno a la primera persona de un Chaz que se desdobla hacia temporalidades y localizaciones diferentes, transmutado en Velázquez. Pese a que el narrador se identifica con un personaje, se advierten pequeñas incoherencias de omnisciencias supuestas que podrían explicarse desde la patología psíquica del protagonista. Igualmente, estos fallos se extienden al vocabulario de los diálogos situados en el siglo XVII, aunque también pudieran soslayarse sus carencias argumentándose la prevalencia de la comunicación sobre la de la erudición. Por último, la presentación global de la novela se estructura dentro de los límites del clásico relato enmarcado. En realidad, el lector asiste a la transcripción de unos archivos mp3 en cd -hasta aquí llega la tecnología punta-, que el propio Chaz ha dejado en manos de un antiguo amigo de juventud, como señal del supuesto delito falsificador.
Sin embargo, y con todo lo referido, no sería justo concluir que el producto resultante es un mal thriller. En muchos momentos de la trama, el desquiciamiento del personaje principal actúa como nexo que dota de coherencia a la narración, convirtiendo esta en complemento ideal del fluir confuso del pensamiento de Wilmot. Por otro lado, la intriga inherente a este tipo de obras colabora con el lector para que el rizo del rizo no se haga tan grueso que no permita pasar a la siguiente página. Y esto, qué duda cabe, es un mérito que debe ser apuntado en el balance positivo del autor.
En resumen, libro recomendable si lo que se desea es pasar un agradable rato sumergido en una literatura ligera que aún no se sumerja en los lúgubres sótanos habitados por Ángeles, Demonios y similares raleas.
Estupendo estreno, Rafael. Gracias por la recomendación y bienvenido al Estado.
Fantástica reseña. Bienvenido a casa, Estadista Roblas.
Muchas gracias, compañeros de batalla. Un abrazo y a mandar.