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Verano azul

 

Bobby Logan

Miguel Ángel Oeste

Zut, 2011

ISBN: 978-84-615-4992-4

198 páginas

16,50 €

 

 

 

Fran G. Matute

El 14 de febrero de 1982 a toda una generación se le puso un nudo en la garganta escuchando los acordes de «Amor de verano» (1963) del Dúo Dinámico a través de la televisión. Puede que hoy, por culpa de la sobreexposición, recordemos aquel momento de forma ñoña o hasta cómica, pero pocos ejemplos se me ocurren mejor que ese para describir un sentimiento tan triste como era, en la adolescencia, el final de las vacaciones, la vuelta al colegio, la despedida de los amigos, el adiós a un amor efímero… Traigo a colación dicho sentimiento porque es el que recorre todas las páginas del debú de Miguel Ángel Oeste, titulado Bobby Logan.

No deja de resultar curioso el paralelismo que se puede establecer entre dicha novela y la serie de Antonio Mercero. Casi el mismo escenario (una playa malagueña) y época (principios años 80), personajes similares (una pandilla de chavales) y un drama perpetuo buceando entre las olas. Pero las realidades son bien distintas porque el «verano azul» que propone en todo momento Miguel Ángel Oeste hace alusión al estado de ánimo, no al color en sí mismo. El verano de Bobby Logan es un verano eminentemente triste. Y se trata de una tristeza que se arrastra al resto de estaciones, todas bañadas de una pátina de fatalidades y desestructuraciones sociales.

En el centro de todo este ‘pathos’ se encuentran los Chicos de la Playa, un grupo de amigos apasionados del surf que se reúnen en el Bobby Logan, la discoteca de moda, lugar al que van a confluir todos sus triunfos y anhelos. Ellos son el Búho, el Lapa, el Pelúo, el Amante de las Piscinas, el Lepra y el Cabeza. Y sus «grandes éxitos» nos serán emitidos en episodios independientes a través de los cuales conoceremos a Pepe El Loco, al Chico que Cuidaba Cómics o a la Chica de la Librería, personajes aparentemente secundarios que marcarán las vidas de los protagonistas y de los habitantes de Pedregalejo.

A medida que vamos profundizando en cada Chico de la Playa descubrimos que ninguno es un niño de papá. Que los padres son o borrachos o putas o drogadictos. Que su visión de futuro es bastante limitada aunque son inconscientemente sabedores de que, por mucho que así lo crean, el Bobby Logan no es el Cielo que pretenden ni la playa de Arenas Blancas un lugar paradisíaco para surfear. Pues en el fondo todos ellos buscan algo mejor. Ir a Pelotas Tristes -su Xanadú particular-, tan inalcanzable para ellos como las chicas más potentes que se dejan ver por la playa y que terminan en los brazos de los pijos de puta que invaden su territorio cada verano.

Hasta aquí todo muy generacional, muy popero. Muy Kiko Amat. Pero entonces Miguel Ángel Oeste pulsa el ‘play’ del radiocasette y los «grandes éxitos» a los que hacíamos antes referencia comienzan a sonar. Y nos sumerge en una melancolía incómoda cuando nos cuenta la triste historia de El Pelúo -reminiscente, en su hermoso final, de la de John Merrick en El hombre elefante– o la dureza del relato de Pepe El Loco, a medio camino entre el Azarías de Los santos inocentes y el personaje de John Mills en La hija de Ryan. Y es que tiene Bobby Logan mucho de cinematográfico (no tiene reparos Miguel Ángel Oeste en tirar de citas del Excalibur de John Boorman o directamente mencionar El gran miércoles de John Milius, quizás el referente más afín de todos al tono de la novela) no solo en cuanto a estructura sino en la capacidad descriptiva de los pasajes dedicados al surf, el único momento real que tienen los Chicos de la Playa para evadirse del drama que les ha tocado vivir.

También circula entre ellos un mantra que simboliza el final de una era: «Los ‘saturday nights’ tienen fecha de caducidad«, se repiten una y otra vez. Y es en ese ocaso de la adolescencia y de la inocencia, cuando uno se da de bruces con la cruda realidad y solo permanecen los recuerdos. Pues tiene uno la sensación, a medida que va leyendo este Bobby Logan, que esta novela está construida sobre sucesos más o menos reales, sobre personas de carne y hueso que el autor deforma en su justa medida. Es por ello que el capítulo dedicado al Chico que Cuidaba Cómics (con su sorprendente revelación de identidad) nos resulte terriblemente fuera de lugar, al ser su historia tan inverosímil que la ficción, en este caso, supone un lastre para la narración.

En cualquier caso, Miguel Ángel Oeste acierta plenamente al plantear un relato generacional con un fuerte calado autobiográfico sin caer en el peor de los defectos posibles: creer que tu adolescencia fue más interesante que la de los demás. De ahí que aplaudamos un texto como Bobby Logan, tanto por su honradez temática como por el compromiso con la ficción que destila la prosa de su autor, más lírica que contundente, todo hay que decirlo. La verdad es que si algún día me diera por escribir una novela (Dios no lo quiera), creo que me encantaría que me quedara algo muy parecido a este Bobby Logan.

admin

3 comentarios

  1. Voy a buscarlo ya mismo.
    No conocía la editorial y por lo que he estado viendo tiene muy buena pinta.
    Gracias por la recomendación.

  2. Claro que sí, Paz! Hay que dar apoyo a editoriales como Zut (en la que participa el gran Juan Bonilla)…

    Y gracias a ti por leer «Estado Crítico»!

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