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Verdad y belleza

NACA248CORADINO VEGA | La primera edición de Cinque storie ferraresi data de 1956, año en que consiguió el Premio Strega, pero Giorgio Bassani la fue corrigiendo durante mucho tiempo hasta quedar integrada como libro primero, bajo el título de Intramuros, en la versión definitiva de La novela de Ferrara. Norman Manea contabiliza hasta cinco variantes de algunos de los relatos largos o novelas cortas que lo conforman, prueba del trabajo minucioso que habita tras su engañosa sencillez y de cómo Bassani concibió, desde bien pronto, todos sus escritos sobre la ciudad en que pasó su infancia, adolescencia y parte de la juventud, como un ciclo unitario. En una entrevista concedida en 1981 dijo: “Mi escritura es clara porque quiero hacerme entender; soy claro porque no tengo ningún motivo, razón o voluntad de ser oscuro. Como ya he dicho antes, yo llego después de todo esto. El deseo de claridad corresponde a la necesidad de credibilidad”. Cuando se refería a “todo esto” hablaba del experimentalismo literario pero, más que nada, de Auschwitz y Buchenwald. De ahí que, para Bassani, muy consciente de cuál había sido la evolución del arte de la escritura, la credibilidad, en vez de una opción estética, fuera un asunto moral fundamental, la respuesta a una conmoción que en su caso fue sobre todo afectiva, un intento de objetivación de la experiencia personal como acto de responsabilidad ante una generación, la suya, maltratada como pocas.

De esta forma, su realismo de fidelidad clásica no deviene tanto una premisa literaria como un severo proceso artístico que condensa una complejidad histórica de la que Bassani pretendió ser más poeta que periodista. Aunque parezca justo lo contrario, hay en ese propósito una tremenda humildad: la de permanecer con los pies anclados en la tierra. Para representar los estratos de la memoria y las ambigüedades de la “comedia humana”, para aproximarse a una realidad multiforme o para conjugar, en definitiva, el orden y el desorden de la vida por medio de la ficción, Bassani recurría a menudo a un narrador en primera persona que suele comenzar el relato con una descripción física del sitio a vista de pájaro, como Balzac, pero que rápidamente se funde en una voz colectiva que da fe del que siempre es su protagonista real: la ciudad de Ferrara y, más en concreto, la comunidad judía asimilada —con sus padres pequeñoburgueses presumiendo de patriotismo e incluso de carné del Fascio— que vivió en ella en los años treinta. Esa voz que es como si hablara la propia ciudad, muda sin que nos demos cuenta a la conciencia de los personajes individuales, por medio del estilo indirecto libre, y el resultado es algo parecido a un cruce de puntos de vista sobre lo que se quiere dilucidar: por qué Lida Mantovani acabó casándose con un hombre al que nunca amaría; por qué el médico Elia Corcos aceptó por el contrario su matrimonio con una campesina, arrastrado por la fatalidad; por qué el superviviente de los campos de concentración alemanes Leo Josz se empeñaba en ir por ahí aguando la fiesta si ya había terminado la guerra; qué fue lo que el joven Bruno Lattes buscó en la anciana leyenda del socialismo Clelia Trotti, sometida a arresto domiciliario; por qué el impedido Pino Barilari no habló cuando tuvo la ocasión de hacerlo y remendar en parte no sólo los crímenes de las Brigadas Negras aquella noche de 1943, sino también una ofensa íntima. En todas estas historias, protagonista junto a Ferrara es además el tiempo, tanto el que fija el encuadre como el que, desde el presente, permite la reconstrucción de los hechos como ejercicio de memoria individual. Aunque a veces se remonte al siglo XIX cuando cuenta los orígenes de algún personaje, como ocurre en “El paseo antes de cenar”, el arco temporal de Bassani se centra en los años del fascismo italiano, con especial atención a la promulgación de las leyes raciales y a la decadencia homicida de la República de Salò, y en los años inmediatamente posteriores a la Liberación, pasando de puntillas por la guerra.

Esto dota a la obra de Bassani de un componente ineludiblemente político, con sus referencias concretas y sus continuas alusiones a las militancias y los acontecimientos de la época, pero no parece que su intención fuera tanto la de una denuncia maniquea en retrospectiva, como la de explicar cómo pudo suceder lo que sucedió con todo su espanto. Cualquier texto de Bassani incluido en La novela de Ferrara acontece en ese escenario, sin embargo lo que busca el microcosmos en el que rápidamente nos introduce es hacernos ver la Ferrara que todos llevamos dentro, con sus alegrías e ilusiones truncadas, con sus rebeldías y claudicaciones, con su maravilla de lo banal, inaudito o cotidiano, y el horror de lo que sobreviene cuando menos lo esperamos. En pocos libros se puede confirmar de manera tan aguda eso de que lo local lleva a lo universal, pues lo que encontramos cuando nos sumergimos en la obra de Bassani es una intensificación de toda la experiencia humana.

Hay también pocos escritores que sepan transmitir, como lo hace Bassani, una mirada tan cargada de piedad. Y eso convierte su literatura, con su aire extendido de melancolía y serenidad trágica, en una obra afirmativa. Su verdad oculta no es otra que, como dice Manea, “el desconcertante universo humano del sufrimiento y la esperanza”, con sus luces y sombras, con su tono de crepúsculo y de música de cámara, con su velado sentido del humor y —como le sucede a esa especie de álter ego que es el Bruno Lattes de “Los últimos años de Clelia Trotti”— su escepticismo respecto a las ideas. La belleza de la escritura de Bassani parte también de su detallismo, sus silencios, su ternura, sus contrastes y matices: de su impecable técnica de la discreción y la precisión evocadora. Porque Bassani es un hombre de su lugar y de su tiempo, es un escritor de todos, de cualquier sitio y de cualquier momento. Los muros a los que hace referencia el título no son sólo los que aíslan la ciudad, sino también los del gueto y los que levantó el terror del siglo XX. Si hoy podemos decir que La novela de Ferrara es una inmensa obra de arte, es porque en ella se combina de forma admirable belleza y verdad: una belleza que nos recuerda de qué está hecho y para qué sirve el arte, y una verdad que con toda determinación irrumpe, como el deportado excéntrico y un poco trastornado Leo Josz, en medio de la desmemoria o la sed de venganza para que no cometamos el error de olvidar, ni confundamos justicia con revancha.

Ésa es la fuerza del enorme escritor que es Giorgio Bassani: la gracia de conjugar el tema de su vida con la forma más adecuada en que lo podía contar. El año que viene se cumplirá el primer centenario de su nacimiento. Y aunque es de prever que, coincidiendo con el aniversario, se reedite alguno más de los seis libros que forman La novela de Ferrara, si el lector no quiere esperar —como me ha pasado a mí este verano gracias a mi querido Óscar Esquivias— para estremecerse con la historia del doctor Fadigati, revivir una vez más la delicadeza conmovedora de El jardín de los Finzi-Contini, y seguir con la compleja transparencia de Detrás de la puerta, con La garza y con El olor del heno, no está de más recordar que en Lumen hay una magnífica edición completa. 

Intramuros. La novela de Ferrara. Libro Primero (Acantilado, 2014), de Giorgio Bassani | 224 páginas | 18 € | Traducción de Juan Antonio Méndez

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