Viaje al lenguaje del dolor

Portada NefandoCAROLINA EXTREMERA | “Era agradable escucharla, pero también podía resultar incómodo porque lo que decía, a veces, era demasiado oscuro. No es que fuera difícil entenderla, sino que le gustaba discurrir sobre temas que removían el interior de la gente” . Estas palabras describen a uno de los personajes de Nefando, Irene Terán, pero podrían servir también para referirse a esta novela. Mónica Ojeda, una ecuatoriana que lleva en el mundo de la literatura desde los veinticinco años, nos atrapa con su estilo fragmentario, su apuesta arriesgada en cuanto a forma y su administración de la información –que llega a ser digna de la serie de mayor audiencia– para mostrarnos el lado más incómodo y doloroso de la vida.

La novela está orquestada como una investigación alrededor de un videojuego llamado Nefando que incluye escenas de contenido demasiado sensible. Aquí es donde la palabra underground  -que en nuestras mentes está asociada a drogas, delincuencias o prostitución- se queda corta y hay que seguir bajando pisos, decir adiós a los beats y a Bukowski y continuar escaleras abajo a  un lugar más profundo. Underwater, tal vez, como sugiere la portada. Ahí, en ese estrato, están los traumas que se generan en la infancia, vinculados al sexo, las autolesiones, la pornografía infantil.

De estructura fragmentaria, Nefando recuerda a Los detectives salvajes de Bolaño por su formato de investigación, en el que un entrevistador misterioso va hablando con todos los habitantes de una casa de Barcelona, la misma en la que vivían los creadores del videojuego. Las entrevistas están alternadas con capítulos en los que se narran recuerdos o trozos de una novela erótica que escribe uno de los personajes que, a su vez, contiene historias inventadas por los propios sujetos de la obra –cajas dentro de cajas dentro de cajas-. La propuesta es ambiciosa y Mónica Ojeda sale airosa del despliegue. Cada personaje tiene su propia voz, desde la cadencia poética de Kiki Ortega hasta la narración realista en tercera persona de El Cuco pasando por el diario ilustrado de Cecilia. Por las páginas de Nefando desfilan multitud de referencias a figuras de la subcultura, de la pornografía, el Alan Moore de Lost Girls, La Venus de las pieles, la novela Neuromante de William Gibson, el cómic de Milo Manara o el cine de Russ Meier, entre otros, figuras reivindicadas no solo como metaliteratura sino también como fuentes de las que beben los personajes de la  novela.

El modo en el que se administra la información es sin duda uno de los grandes aciertos de Nefando, ya que tardan bastante en aparecer los personajes que son el sujeto de la obra. En ese sentido, todo lo que se va diciendo de ellos actúa como un señuelo, un efecto muy similar al que ejerce el Kurtz de Joseph Conrad. Poco a poco vamos obteniendo trazas que, sin embargo, no nos terminan de preparar para lo que encontramos. Y todo ello narrado con un dominio idiomático magistral, un lenguaje rico y variado, ya sea vocabulario mexicano, ecuatoriano o castellano peninsular. No utiliza palabras comunes si necesita otras más precisas ni escatima en localismos o en lenguaje de la calle.

Debo decir, también, que llegado a cierto punto, hay que tener aguante para ver lo que la autora va a mostrar. Si su lectura se parece a la mía, cuando llegue al momento de mayor sordidez, el lector estará ya atrapado sin remedio en la red lírica que Mónica Ojeda ha tendido y no tendrá más opción que seguir leyendo. Las descripciones de ciertas prácticas son parcas, pero directas. ¿Es todo esto necesario? Yo diría que sí, ya que una dimensión muy importante de Nefando es el dolor, el dolor de los demás con el que no es fácil empatizar. Para ello, la autora emprende un viaje dentro del lenguaje, una búsqueda de formas de expresar la agonía porque, como escribió George Steiner, “lo que no se puede decir no puede existir”. En palabras de Kiki Ortega, “mi intención era decir que el dolor es intransferible e incomunicable, sí, pero su experiencia no: que existe un léxico para describirlo y que ese léxico influye en cómo lo vivimos y lo asumimos”.

Nefando (Candaya, 2017), de Mónica Ojeda | 208 páginas | 16 euros

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