Suelette Dreyfus y Julian Assange
Seix Barral, 2011
ISBN: 978-84-322-0949-9
496 páginas
19 €
Traducción de Telmo Moreno Lanaspa, Beatriz Iglesias Lamas y Montserrat Meneses Vilar
Daniel Ruiz García
El neoliberalismo muta, cambia de piel y se esconde bajo nueva nomenclatura, para así sentirse más cómodo, arropado y sin problemas de conciencia. A alguien, hace algunos años, se le ocurrió la idea feliz de bautizar a este pifostio como Nueva Economía, aprovechando para meter en el saco neoliberal conceptos que entonces estaban en emergencia como globalización, Nuevas Tecnologías o I+D+i. Se fraguaba una nueva religión, con toda su retahíla de santos, mártires y templos para la oración. Con la Nueva Economía, todo resultaba en general más cómodo, era incluso posible defender postulados progresistas, ya que si hay algo que admite el gazpacho es la diversidad de condimentos, aunque algunos acaben desbarajustando el sabor. Por este camino de la Nueva Economía y de la veneración de nuevos santos hemos acabado rindiendo culto y pleitesía a alguien como Steve Jobs, canonizado mundialmente a través de un acto catódico global y simultáneo de naturaleza aparentemente espontánea: la celebración del duelo por su muerte y el tropel de rituales asociados: miles de velas encendidas a las puertas de la mansión del magnate, nerds con la mirada vidriosa y perdida juntando las manos en comunión espiritual, imágenes de la manoseada manzana rota o deshojada, el rostro barbado de Steve Jobs asomado a cualquier pantalla con vocación de erigirse en nuevo rostro-icono al estilo “retrato del Ché Guevara”. El testamento de San Steve Jobs es notorio: ha logrado convencer a una masa de población millonaria de que son únicos por el hecho de utilizar unos determinados icacharros informáticos; ha conseguido que haya miles de personas dispuestas a comprar el iproducto más caro del mercado, el más incompatible y solidario con otros sistemas, mediante una estrategia basada casi exclusivamente en el diseño; ha conseguido, en fin, darle la vuelta a la tortilla, convirtiendo a una empresa egoísta, insolidaria, que vende productos caros y que basa su estrategia en el sentimiento elitista de pertenecer a una tribu exclusiva, en una compañía de imagen amable, con un toque espiritual y con un halo de magia que está por encima de las consideraciones ideológicas, e incluso más allá aún: que por su rollo ‘trendy’ y moderno, que por su estética ‘cool’ e informal, resulta convincente para todos aquellos que por lo general participan de postulados más bien progresistas y de izquierda, al menos en su vertiente estética. Por este camino, Steve Jobs ha alcanzado prodigios como que su discurso en el acto de graduación de los cachorros de la Universidad de Standford (un discurso, sea dicho, que no es más que un burdo acopio de lugares comunes en torno al mito liberal del ‘self made man’, tan del gusto norteamericano) sea elevado a la categoría de obra maestra en la Red, y que sea aplaudido sin distinción por defensores de cualquier credo político.
Junto a santos como Jobs, en el templo de la Nueva Economía también hay mártires. Algunos de ellos muy flamantes, porque han surgido de esos nuevos ingredientes que forman parte del gazpacho, como Internet y sus tremendas posibilidades para la circulación de información. Uno de los más brillantes es Julian Assange, el padre intelectual y promotor de Wikileaks, convertido por los gobiernos de medio mundo en ciudadano non grato y atrapado en una espiral de acusaciones por supuestos casos de abusos sexuales que convierten su biografía en un relato de intrigas políticas y personales muy del apetito de autores como Le Carré o Forsyth.
La historia de Wikileaks es la historia de un pulso de ciudadanos anónimos contra los gobiernos y sus grandes estructuras de poder e intereses. Esconde un ideario ácrata cuya materialización ha indigestado a más de un gobierno y ha enrarecido extraordinariamente el panorama de las relaciones internacionales. Se trata de una actividad libertaria que a muchos les resulta irresponsable pero que, en general, despierta simpatías porque en cierta medida supone el triunfo del individuo, o al menos un pataleo digno, frente a las estructuras de poder.
Underground cuenta la historia de los orígenes del fenómeno hacker que nació en Australia y que derivó, con posterioridad, en los postulados y al filosofía de Wikileaks. Es un libro escrito o al menos concebido a cuatro manos (Suelette Dreyfus y el propio Assange) que nos ayuda a comprender este fenómeno y su capacidad para repercutir sobre otros hechos que suceden en el mundo entero. La historia de una serie de insectos bastante puñeteros capaces de desenvolverse y hacerle cosquillas a la piel del mundo globalizado, donde un solo clic puede tener efecto sobre el envío de un cohete espacial a Marte.
Lo que más me ha gustado de este libro son las historias personales de esos piratas anónimos que desde su dormitorio hicieron tambalearse todo. Cómo fueron perseguidos, y cómo algunos acabaron desquiciados, cuando no suicidándose, incapaces de soportar la persecución o la paranoia. Su habilidad como termitas certeras resulta a la postre insuficiente para conseguir que el edificio caiga, pero alienta conocer la pericia con que dichas hormigas lograron generar una sensación de vacío, de incertidumbre, de miedo.
Ignoro dónde acabará la figura de Assange: si tendrá su sitio en el templo de la Nueva Economía o será ocultado en el desván de las imágenes que no merecen recuerdo. Lo que sí tengo claro es que si hay alguien que pueda derrumbar el templo, que pueda desmantelar este pifostio, es gente del alcance y la visión de Assange. A él no creo que lo veamos nunca dictando una ponencia sobre superación personal en la Universidad de Standford.
¡Bravo!
Siento no compartir ese entusiasmo hacia la figura de Assange y su Wikileaks. Una organización cuya máxima es la transparencia, pero que no se aplica el cuento a sí misma: no sé si el libro explica la procedencia de sus fondos, si dice quiénes forman Wikileaks o cuántos son, si dice cuánto recibe al año y de dónde, si pagan impuestos y dónde, si los donativos son de particulares o vienen de, qué se yo, Guatemala o Corea del Norte, si alguien paga por que no se publiquen cosas sobre él. Me gustaría saber también por qué los adalides de la transparencia le pasan su material filtrado sólo a un grupo de periódicos (con un aparato promocional que ha acabado como el rosario de la aurora), y a qué precio, bajo qué condiciones… Oscurantismo total combinado con exhibicionismo mediático. ¿Quién hará el wikileaks de Wikileaks? Personalmente, además, assange me parece un fantasmón. O peor, un representante de diseño, un rostro mediático en el peor sentido.
Y aunque parezca barrer para casa, agrego una opinión que comparto:
http://www.mediterraneosur.es/prensa/top_alcibiades.html
Ale, no es un libro sobre Wikileaks, sino sobre el origen del fenómeno hacker en Australia. Wikileaks es un fenómeno bastante imperfecto, pero que ha desbarajustado bastante el panorama político y aireado mucha mierda en torno a la clase política y a su connivencia con el poder económico. Ya es algo. Desde luego, pienso, mucho más loable que la dudosa contribución al ¿progreso? del fabricante de manzanas con pantalla.
Dani querido, permíteme que insista, porque el tema me parece importante: no seré yo quien muera de simpatía por ese santo súbito que es Jobs, salvo por el hecho de que su invento me permite en este momento comunicarme contigo, a la espera de que echemos una de las nuestras en el Estraza. Pero no hay que desnudar a un santo (súbito) para vestir a otro: ¿De veras ha desbarajustado el panorama político Assange y su opaca empresa? ¿De veras ha aireado algo más que cotilleos de poco gramaje? Y lo más importante, ¿tenemos idea de qué se ha guardado, y por qué? Demasiadas dudas por mi parte para hacerle la ola.