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Violencia de clase

Oscura monótona sangre

Sergio Olguín

Tusquets, 2009

ISBN: 978-84-8383-224-0

192 pág,

16 euros.

V Premio Tusquets de Novela.

Alejandro Luque

En las páginas finales de esta novela se declara que fue escrita en tres meses. Hay que tener la mano caliente y la cabeza ágil para hacerlo, pero nada permite dudar de las fechas. Su autor, Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967) no es un preciosista del lenguaje, ni un academicista. Lo suyo es contar historias del hoy y del aquí, con planteamiento, nudo y desenlace, sin ánimo de refundar la literatura cada vez que escribe, ni de posar para los profesores universitarios, a los que detesta. Tal era la línea que marcó con su anterior novela, Lanús, reeditada en España hace un par de años, y cuentan incluso que llegó a escribir otra sólo por arremeter contra César Aira y la vocación experimental de sus libros.

En esta nueva entrega, de hermoso título tomado de Quasimodo, Olguín supera el listón de Lanús por la vía de la síntesis y de la agilidad de la narración. Su protagonista, Julio Andrada, es un hombre de negocios que ha ascendido en la escala social desde lo más bajo. Ahora tiene una buena casa, una familia y todas las comodidades, pero trata de no olvidar de dónde viene y pasa con frecuencia por los barrios deprimidos en los que transcurrió su infancia. Hasta que oye que por esa zona el comercio sexual con menores es cosa corriente y se deja llevar.
Desde este punto, los sucesos se encadenan de un modo muy eficaz: Julio se embelesa con la lolita Daiana, y casi a continuación se verá envuelto en un crimen que hará que tanto la policía como el hampa le pise los talones. El planteamiento de Oscura monótona sangre es, pues, el de invertir los papeles habituales de la prensa diaria: no es el tipo marginal el que invade la zona de los ricos para delinquir, sino al revés.
Este punto de arranque, metáfora de la violencia social clasista, sirve al autor para dibujar un paisaje de miseria moral, de hipocresía y ambición, en el que todo se puede comprar y vender, especialmente las almas. El ritmo de la narración se acelera progresivamente y obliga al protagonista –o sea, al escritor– a salir de los distintos trances que se le presentan de una manera cada vez más improvisada. Los únicos momentos en que la acción se debilita ligeramente son los capítulos relacionados con la hija de Andrada y la prostituta que vive en su piso, dos personajes que tal vez habrían dado más juego –y más quebraderos de cabeza– como trama paralela.

Calificar de cinematográfica a una novela como ésta es una tentación difícil de resistir, pero vamos a intentarlo: como aquello que dijo Malraux de Faulkner, que había introducido la tragedia griega en la novela policíaca, Oscura monótona sangre responde en gran medida al molde trágico, tanto que si no recuerdo mal –no me hagan levantarme para comprobarlo– está estructurada en cinco episodios y, sobre todo, plantea un juego de máscaras donde el hýbris contiene desde la primera línea el desastroso desenlace.

Componer todo eso en tres meses es, desde luego, una proeza por la que se debe felicitar a Olguín. Claro que a Simenon, uno de sus más evidentes maestros, le bastaban diez días para escribir sus mejores obras.

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