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Y tú que pensabas que la fregona y el futbolín…

AnacronópeteEDUARDO CRUZ ACILLONA | La revista británica The Bookseller otorga cada año su premio Diagram, un galardón creado en 1978 para la Feria del Libro de Fráncfort y que reconoce en cada edición el título de libro más extraño. Así, en ediciones pasadas, al premio se han presentado propuestas como Demasiado desnudo para los nazis (ganador en 2016), Cómo cagar en el monte, El gran pánico del pene en Singapur o Caballos a prueba de bombas. Seguro que en la literatura en castellano ya tienes al menos a un par de candidatos que podrían llevarse el premio con cierta facilidad… (sí, los de Albert Espinosa también valen).

Uno de ellos es, sin duda, el que nos ocupa: El Anacronópete. ¿Será el nombre de un monstruo malencarado y con querencia a destruir todo lo que encuentra a su paso? ¿Se tratará, acaso, de un elemento mágico que se quedó en el fondo del arca perdida de Indiana Jones? ¿O por qué no una figura dentro de la Administración central que haría en sus orígenes las funciones de un subsecretario?…

Nada de eso. Según palabras de su propio inventor, el Anacronópete tiene su origen lingüístico en “tres voces griegas: Ana, que significa hacia atrás, cronos, el tiempo, y petes, el que vuela, justificando de este modo su misión de volar hacia atrás en el tiempo”.

Estamos, por tanto, ante una máquina que viaja al pasado, algo absolutamente novedoso en el tiempo en que transcurre la novela, 1878, concretamente en París y durante la celebración de la Exposición Universal, escenario hasta donde el doctor maño don Sindulfo García se ha desplazado para presentar, ante la expectación general, su invento. Y destacamos su procedencia aragonesa pues sólo un maño sería capaz de elaborar una teoría sobre el tiempo basándose en las latas de conserva de sardinas de Nantes y las de pimientos de Calahorra.

Durante su disertación, hay quien teme que rescate a Napoleón y éste vuelva a gobernar. Hay quien va más allá y aventura la vuelta del Terror con Robespierre. Y hay quien, en cambio, ve el invento con buenos ojos y ya fantasea con la idea de regresar al día anterior al de su boda para concederse a sí mismo una segunda oportunidad más halagüeña.

Tras la presentación, y acompañado por una variopinta tripulación formada por familiares, amigos y mujeres “de vida alegre”, expresamente invitadas al viaje por el Gobierno francés, emprende rumbo al pasado en un aparato, el Anacronópete, dotado de las más avanzadas comodidades (escobas que barren solas, máquinas que limpian y planchan la ropa de manera automática, etc…).

Viajar en el tiempo al pasado tiene el inconveniente de que uno también retrocede de manera paralela, pudiendo llegar al año en el que nació convertido en bebé o incluso, semanas antes, hasta desaparecer. Para evitar este lógico y molesto contratiempo (nunca mejor dicho, si se me permite la falta de modestia), el protagonista inventa lo que él llama el “fluido García”, que implantado en el cuerpo permite permanecer con la misma edad en todo momento y que quizás a alguno le suene pues sirvió como título de uno de los discos del grupo Sidonie.

A partir de ahí, el autor mezcla con habilidad y astucia la erudición histórica y geográfica con la crítica social y el humor costumbrista. No en vano, Enrique Gaspar y Rimbau fue diplomático y cónsul en diferentes países además de un prolífico autor de zarzuelas en una época, finales del siglo XIX, en la que la este género se daba la mano de alguna manera con el llamado “teatro social” de entonces.

Importante es ubicar la fecha en la que se escribe y publica la obra (1887), en primer lugar, para poder enmarcarla dentro de esa corriente de generalizada simpatía y afición que existía entonces por las novelas de Julio Verne, quien propuso viajes imposibles por tierra, mar y aire pero nunca en dirección al pasado. Sí lo hizo por aquella época, H. G. Wells, con su La máquina del tiempo, llegando a considerarse la primera novela en la Historia de la Literatura en la que aparecía un invento de este tipo. Dado que la novela de Wells se publicó ocho años después que El Anacronópete, en 1895, no sería el británico sino nuestro autor patrio el merecedor de dicho título.

Por tanto, a la lista de insignes inventos como la fregona, el futbolín, el chupachups o el submarino, debemos también añadir el de la máquina del tiempo, al menos, en la ficción. Un motivo más por el que acercarse a esta curiosa y recomendable novela, rescatada del olvido por la joven editorial Cazador de Ratas, y seguir extrañándose de algo que pone el autor de manifiesto en el libro recurriendo, una vez más, al humor crítico: el interés de un paisano nuestro, don Sindulfo García, en luchar contra el tiempo con lo aficionados que somos los españoles a perder el tiempo. Maño tenía que ser…

El Anacronópete (Cazador de Ratas, 2017), de Enrique Gaspar y Rimbau | 212 páginas | 15,50 euros

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