FRAN G. MATUTE | Pocas disciplinas deportivas han inspirado más periodismo, cine y literatura de calidad que el boxeo. Y de entre todos los boxeadores de la historia ninguno ha sido más icónico que Muhammad Ali. Su muerte este pasado mes de junio, a la edad de 74 años, conmocionó a medio mundo (si no al mundo entero). La figura de Ali hacía tiempo que había trascendido las cuerdas del cuadrilátero que le dio la gloria, quedando reconocida como una de las más influyentes del pasado siglo.
Más allá de su indomable y verborreica personalidad y de sus impepinables logros sociales y deportivos, Ali acabó convertido en todo un icono pop, y no solo porque se fotografiara con los Beatles y luchara en un cómic contra Superman. A Ali lo mitificó Tom Wolfe, Hunter S. Thompson, Norman Mailer y hasta Ishmael Reed. Ninguno pudo resistirse a retratarlo en sus crónicas. Así, mientras estas luminarias del Nuevo Periodismo han elevado a los altares al Ali desafiante, al Ali imbatible, al Ali que se movía como una mariposa y picaba como una abeja, a Davis Miller (Carolina del Norte, 1953) parece haberle tocado la tarea de humanizarlo, de ponerle los pies en la tierra. Y se agradece el esfuerzo.
¿Quién es este Davis Miller?, se preguntarán algunos. ¿Qué autoridad moral tiene para contarnos cómo fue el verdadero Ali? Eso es precisamente lo que se relata en este En busca de Muhammad Ali, que se abre con un capítulo hermosísimo sobre el día en que el campeón “le salvó la vida” a Miller -hoy reconocido como uno de los grandes críticos deportivos de los Estados Unidos- abriéndole las puertas de su casa y convirtiéndolo en el cronista oficial de sus últimos años.
El Ali que deambula por estas páginas (con una “torpeza elegante y noble”) es uno crepuscular, ya retirado y enfermo de Parkinson, pero que mantiene ese magnetismo hipnótico que siempre tuvo con la gente: “Ali ha afirmado ser La Persona Más Importante Que Ha Vivido, y el más simple de los hombres. A veces parece el sabio más peculiar del mundo, y también el ser más extraño, ingenuo, incluso retrasado, narcisista y aun virginal”. Así presenta Miller a su nuevo amigo, como una especie de niño grande con aires mesiánicos, con sus bromas infantiles y sus trucos de magia, siempre dispuesto a dar abrazos y obsesionado con el helado de vainilla. Miller escribe: “En el mismo plato de la hamburguesa, Muhammad tiene tres pastillas: una roja, una azul y una naranja. Y un chicle rosa”. Una imagen esta tan tierna como triste, que habla por sí sola del tipo de hombre en que se había convertido Ali en su senectud.
“Su enfermedad nos ha brindado la oportunidad de volver a preocuparnos por él”, afirma Miller casi a modo de justificación de sus escritos, en los que se respira ante todo admiración y agradecimiento hacia un hombre que sirvió de inspiración a multitudes. Con todo, Miller no tiene reparos en mostrarnos su decadencia de baba caída y aspecto de “momia”, como lo describió en 2014 tras más de veinte años sin verse en persona, en un reencuentro de lo más emotivo.
“Lo único especial de mi relación con Ali es que es mía, porque trata a casi todo el mundo exactamente igual que a mí”, matiza Miller, y resulta sorprendente comprobar que así fue, por más que este hecho no le interese a la épica. La leyenda, “el más grande”, fue de puertas para adentro un tipo accesible, cercano y cariñoso, que simplemente se empeñó en luchar por aquello en lo que creía y, una vez conseguido, en darlo todo a los demás. “Ali, huelga decirlo, no ha noqueado todos los obstáculos de su vida. Solo los suficientes para que lo recordemos por haberlo hecho”. Este libro maravilloso y bellamente escrito es sin duda el recordatorio definitivo. [Publicado en El Cultural]
En busca de Muhammad Ali. Historia de una amistad (Errata Naturae, 2016) de Davis Miller | 296 páginas | 19,90 € | Traducción de Miguel Ros González