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¡Ya me había hecho a la idea de comer cerdo en salsa!

 

Elling. Hermanos de sangre

Ingvar Ambjørnsen

Nórdica, 2012

ISBN: 978-84-15564-85-0

265 páginas

19,50 €

Traducción de Cristina Gómez-Baggethun

 

 

 

Sara Mesa

Leo en la solapa de este libro que Elling ha sido un éxito de ventas en Europa y que, inspiradas en su historia, se han rodado tres películas y se ha representado una obra teatral. Recuerdo la versión cinematográfica homónima de Peter Naess, una comedia amable y tierna que fue nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa en 2001. Ya entonces me cautivó la pareja formada por este Elling, un imaginativo y excéntrico inadaptado social que intenta integrarse en la sociedad tras haber pasado los primeros 40 años de su vida enclaustrado bajo la sombra de su protectora madre, y el no menos inadaptado Kjell Barne, un grandullón maltratado en su infancia, pura fuerza bruta en principio -la comida y el sexo (o su necesidad) son sus estímulos básicos- pero dotado de una generosidad sin límites. Dos seres fuera de la norma que, tras haber pasado un tiempo en un internado, intentan ahora, bajo la protección del estado noruego, comenzar una nueva vida por sí mismos en un piso tutelado en el centro de Oslo.

La novela de Ingvar Ambjørnsen atesora los mismos méritos que su recreación cinematográfica: el retrato cariñoso y elegante de estos dos «hermanos de sangre» unidos por el miedo, las dificultades y los deseos de mejorar -ante todo de amar y ser amados-, cuyas personalidades contrastan notablemente pero cuya unión, sin embargo, funciona. La historia evoluciona además con la aparición de dos personajes nuevos y en cierto modo también marginales: una mujer sola y embarazada con problemas de alcoholismo y un anciano poeta retirado ya de la vanidad del mundillo literario. Las relaciones que se forman entre este pintoresco grupo ocasionan escenas divertidas y ciertamente singulares, incluyendo el enamoramiento de Kjell Barne y los celos que siente Elling. Que la narración esté contada desde el punto de vista de Elling -infantil, fantasioso e inseguro- es también un acierto literario. Sin embargo, la novela no es una obra interesante desde el punto de vista estético -tampoco lo pretende-, sino por su carácter de divertimento conmovedor con ligeros toques críticos y su sutil reflexión sobre el concepto de «normalidad social». Elling y Kjell Barne son dos niños grandes que necesitan ayuda, pero que también son capaces de darla. Son seres que crecieron fuera del tejido social, pero que muestran más sensibilidad y bondad que el estado que en teoría los protege. Son inmaduros y han sido despreciados toda su vida, pero entienden la amistad de un modo más hondo y sincero que aquellos que se permiten juzgarlos. Elling no ha salido jamás de su casa, no se ha relacionado con nadie, pero escribe poemas que deja en los supermercados para comunicarse con desconocidos. Kjell Barne no ha estado nunca con una mujer, pero se enamora hasta las trancas de una embarazada y adopta con naturalidad y dulzura el papel de padre, sin dudarlo ni un instante.

Hay una escena en la película de Peter Naess que me encantó. En ella, tras muchas vacilaciones, la pareja de amigos decide salir a cenar a un restaurante cuyo plato estrella es el cerdo en salsa, pero se encuentran con que esa noche ya se ha acabado. Ambos se desesperan, no quieren pedir otra cosa. “¡Ya me había hecho a la idea de comer cerdo en salsa!”, grita Elling. Luego, por fortuna, la camarera se da cuenta de que aún hay suficiente para dos platos, se los lleva ceremoniosamente y ellos los devoran con fruición (Kjell Barne, además, sin dejar de mirarle la pechera). Con esto se puede hacer un paralelismo: cuando empecé a leer Elling me había hecho a la idea de comer cerdo en salsa, es decir, esperaba encontrar ese humor delicado y esos personajes entrañables que ya conocía por la película. Al principio comencé a sentirme defraudada, quizá porque la palabra tarda más en arrancar que la imagen o porque no es bueno leer con ideas preconcebidas. En cualquier caso, la historia remonta según avanzan las páginas y nos vamos habituando al lenguaje de Elling y a su peculiar visión del mundo. La lectura de esta novela termina siendo agradable y uno se deja ganar finalmente por su ingenio. Sí, al final sí había cerdo en salsa (aunque, justo es decirlo, muy lejos de la genialidad de La conjura de los necios, libro con el cual algún crítico apasionado la ha comparado).

Y hablando de cerdo en salsa (que es como se denomina en el doblaje español de la película), vemos que aquí la traducción del plato de marras es “chicha con mojo”. Perfecto, casi más gracioso aún para el lector español. De esta curiosidad quiero sacar sin embargo una reflexión sobre la traducción de esta novela, que me ha resultado en ocasiones tan forzada y antinatural que me lleva a pensar hasta qué punto puede desmerecer la frescura del texto original. No sé ni una palabra de noruego, pero construcciones como “el chillón letrero”, “durante mi entera vida” o frases como “El desagradable olor a tabaco que había en el local, escogí ignorarlo”, “me puse simple y llanamente altivo”, etc. (hay muchos más ejemplos) me dejan la sensación, con todas las reservas que se quieran, de una traducción apresurada y poco cuidada. Me extraña además porque Nórdica es una editorial que suele contar con buenos traductores (Beatriz Bejarano del Palacio, por ejemplo, o nuestro compañero estadista Antonio Rivero Taravillo). Evidentemente es difícil evaluar traducciones cuando se desconoce el original y, aún peor, la lengua de origen, pero vengo notando en los últimos tiempos -y por desgracia en editoriales pequeñas que supuestamente ofrecen productos selectos- que hay una cierta dejadez en este asunto, algo que con frecuencia chirría al oído y que no tiene nada que ver con el eterno debate entre fidelidad y naturalidad. Repito: soy consciente de la dificultad de este juicio, pero no puedo evitar quedarme con ese regusto extraño (sea de cerdo en salsa o de chicha con mojo…) y, como aquí estamos para ser sinceros, ahí dejo mi impresión para ver si alguien la comparte o contradice. Por lo demás, larga vida a personajes como Elling y Kjell Bjarne, que tanto se hacen querer después de todo.

 

admin

4 comentarios

  1. Lo de las traducciones «aparentemente» descuidadas es un tema de debate recurrente con las editoriales independientes y ya ha salido a la palestra de EC alguna que otra vez. A lo mejor Antonio puede verter algo de luz, ya que ha trabajado directamente con alguna de ellas. ¿Hay una labor de revisión posterior por parte del editor o se deja al traductor la responsabilidad final del texto? Me parece una cuestión interesante, la verdad…

    • A mí también me resulta interesante la cuestión, aunque, como dice Sara, hay que ser muy cuidadoso al juzgar si no se ha leído el original ¿Quién te dice que esa expresión poco natural o artificiosa no poseía ya esos matices en la versión original?

      • Por el tipo de libro de que se trata en este caso, me da a mí, querido José, que la expresión artificiosa no es una traslación al español del original. Aunque hay que ser cauteloso, siempre, en eso estamos de acuerdo.

  2. Y por cierto, amigo Fran, el debate no sólo alcanza a las editoriales independientes… en las grandes -y me pringo, eh, porque hablo ahora de Anagrama- he encontrado patones considerables en francés, idioma que sí conozco más o menos…

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