JORGE ANDREU | El autor-narrador-protagonista de esta historia defiende en una ocasión que lo que está escribiendo es «un intento de reflexionar sobre la realidad, la ficción y la memoria, y el relato que somos capaces de construir a partir de esos tres yacimientos» (pág. 237). El autor-narrador-protagonista de esta historia se llama Juan Manuel Gil, Juanma, y se encuentra en una encrucijada sobre la creación literaria que no consigue resolver por más que busca respuestas en los personajes que formaron parte de su infancia. El autor-narrador-protagonista de esta historia tiene miedos heredados de familia, que utiliza para construir un tríptico sin solución de continuidad donde los engranajes se engrasan conforme se construyen, donde la ficción avanza al tiempo que se piensa.
Juan Manuel Gil recupera en Un hombre bajo el agua (Seix Barral, 2024) una historia de su infancia que forma parte de los miedos colectivos. Un hombre apareció flotando en una balsa, que era el mayor miedo de quienes por valentía o temeridad se asomaban al agua sucia. En esta novela, el narrador bucea en los residuos de una infancia colectiva que se mezcla con la suya propia, en busca de una explicación a la razón por la que aquel hombre, un vecino del barrio, apareció ahogado en esa balsa. Como todos los sucesos de pueblo, o de barrio, la información es escasa, tan escasa como los habitantes quieren que sea, porque hay quien se niega a hablar del asunto, hay quien inventa y hay quien no recuerda nada. A lo largo de una serie de entrevistas el narrador trata de sacar esa información para montar una novela que reflexione sobre aquella época de todos en las que teníamos miedos sin saber por qué, pero que fueron nuestra protección ante los peligros.
Por otro lado, si la memoria juega un papel capital en la articulación de la trama, no es menos importante la reflexión que hace el narrador sobre los límites entre la realidad y la ficción. Es un juego metaliterario al que nos tiene acostumbrados Juan Manuel Gil, una seña de identidad tan cervantina como la propia ironía que late en cada página, y que da como resultado una serie de divertidísimas secuencias en las que el narrador (¿o el autor?) discute con su mujer sobre los límites de su trabajo literario, sobre la capacidad de la memoria para montar ficciones y desmontar realidades, sobre la construcción del entramado narrativo a la manera de un fósil que ha requerido todo un proceso de acciones externas hasta alcanzar la fosilización. Así la novela, así la memoria.
Ahora bien, la gran virtud de la novela, como sucedía en sus títulos anteriores, sobre todo La flor del rayo (2023), es el hecho de que uno siempre sabe que está leyendo una novela. Quien crea que hay una confesión del autor real en el texto literario, no ha entendido el juego. El narrador Juanma pregunta a Carmela, a Pascual, a un profesor de su instituto, a diferentes personajes que formaron parte de su infancia y adolescencia, y lo hace para explicarse a sí mismo qué sucedió aquel día y para recoger material que le permita hilar una novela. El personaje Juanma, marcado por aquel trágico episodio de su vida, tiene la necesidad de sanar ese pasado, especialmente por las consecuencias que tuvo su hallazgo del cadáver. El autor Juanma construye una máquina de piezas dispersas que se sueldan entre sí conforme el motor las hace moverse.
Estamos, por tanto, ante una novela tragicómica, en el mejor aspecto de nuestra herencia literaria, donde uno no se atreve a reírse de las desgracias ajenas pero acaba soltando la carcajada inevitable. Y es que aquel desgraciado desenlace para un vecino del barrio se convierte en punto de partida para mostrar las flaquezas de quien intenta contarlo. Una novela que sitúa a Juan Manuel Gil en un nuevo escalón hacia la cumbre literaria.
Un hombre bajo el agua (Seix Barral, 2024) | Juan Manuel Gil | 382 páginas | 20 euros