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Yo quiero ir al infierno

JABO H. PIZARROSO | Lo mejor del amor (sexo), es cuando se suben las escaleras, decía Juan Antonio Porto a sus alumnos de guion noventiscos, –Javier Sedeño lo recuerda mucho-, quienes metidos en el búnker de una antigua cárcel que ahora sigue siendo facultad, cerca del campo de rugby de Cantarranas, decían para sus adentros, ¿De qué mierda habla este tío?

Porto agarraba el cigarrillo dentro los puños que le tapaban un algo la boca, cuando se podía fumar en clase, con esa manera tan dandy-punkarra de cogerlo entre el meñique y el corazón que solo he visto en Michelle Houellebcq.

Luego peroraba conspicuo acerca de las educaciones nacional-catoliconas que nos arrebataron y prohibieron so pena de infierno eterno, la magia del encuentro de los cuerpos y que todavía generaban condenados al trauma de las almas que se mueven con miedo dentro de habitaciones con luz apagada, sudor culpable y crucificado que se masturba calladito.

David Lodge contaba en los años ochenta que “los británicos son demasiado tímidos para tratar de cosas serias”, solo hay que ver películas de los Monthy Pyton para entender esta boutade, o pasarse de nuevo por algún capítulo de la serie Caída y Auge de Reginald Perrin, basado en un libro de David Nobbs que también se encuentra publicado en Impedimenta. El humor es algo muy serio y fascismo del bueno también, como diría Ignatius Farray.

Lodge es hijo de los angry youn men, aquel grupo de jóvenes airados ingleses que desbarató las historias y las narrativas de la posguerra británica y puso el grito y los puntos donde otros pusieron las balas antifascistas, para representar desde el compromiso con la clase trabajadora los escenarios de un país que salió socialdemócrata de la guerra, y se estrelló en los ochenta contra las alambradas de una Dama de Hierro que devolvió a la Gran Bretaña a la caverna atestada de murciélagos del puritanismo de la libra no libre, aunque sea liberal.

Sin ser estrictamente miembro del grupo aquel que donó social-verité al cine y lo pegó al suelo de barro que criticaba la doble moral de las clases acomodadas y burguesas y lo hacía desde un enfado lleno de corrosiva ironía también, Lodge y su escritura heredan parte de aquel porlán diegético, y lo llevan a narraciones donde el humor y la acidez condensan los puntos de vista de gran parte de su obra.

Recordemos películas como Mirando hacia atrás con ira, de Tony Richardson, con la mirada profunda de James Porter (Richard Burton), llena de odio visceral contra todos y contra todo, porque se descubre sabedor de que el mundo está lleno de idiotas que ya ni siquiera gritan, frente a una sociedad desencajada y desigualitaria, en la que mal que bien ha encontrado su lugar en el mundo, ese trompetista que busca encuentros de diálogo musicales en las calles expresionistas de un barrio obrero inglés.

Recordemos El ingenuo Salvaje, de Lindsay Anderson, producida por Karel Reizs con las casas del East End londinense: estrechas, oscuras, con trozos de goma plástica que cuelgan de los grifos. Una película del año 1963, basada en una novela de David Storey, publicada también en esta editorial.

O miremos hacia atrás sin ira para seguir recordando, Un lugar en la cumbre, de Jack Clayton, con guion de Neil Paterson, del año 53, con planos tomados en colinas desde las que se ven las ciudades industriales con sus casas baratas y miserables al lado de las que surgen chimeneas que no paran de echar humo y donde hombres y mujeres tratan de salvar sus vidas desde islas de amor abandonadas.

Y sin ir más lejos, cualquiera de las novelas del genial Allan Sillitoe, de las que se hicieron películas también en la época de la que hablamos, por cierto, también publicadas en este sello que capitanea Enrique Redel, La soledad del corredor de fondo, Sábado Noche, Domingo Mañana o La vida sin armadura.

Almas y cuerpos se publicó por primera vez en 1980. El título en inglés: How far can you go?, lanza esa pregunta a cada uno de los personajes de la novela, ¿hasta qué punto eres capaz de ir más allá de tus bilbos educativos, de los grilletes con los que esta sociedad aherrojó las carnes de tu libertad, el desarrollo de tu Humanae Vitae y tu sexualidad?

David Lodge utiliza un narrador tapado, oculto, en narratología tendrá muchos más términos, yo le llamaría narrador tocapelotas, que aparece como si nada, como quien no quiere la cosa para pespuntar escenas y sembrar opiniones y reírse con cariño y socarronería del desarrollo de los personajes, incluso a cuestionar su esencia y conflictos tal que así:

Dos años después del nacimiento de Nicole, Anne, la hija inmediatamente mayor de Dennis y Angela, fue atropellada por una furgoneta delante de su casa y murió en el hospital unas horas más tarde. Me he abstenido de presentar este incidente de manera más directa, porque francamente, me parece demasiado doloroso. Desde luego, Dennis y Angela, pertenecen al mundo de la ficción, no pueden sangrar ni llorar, pero representan a todas las personas reales a las que les suceden tales desgracias, sin motivo ni justificación aparente. Uno no mata a sus personajes por pura frivolidad, te lo aseguro, ni siquiera cuando, igual que Anne, han sido creados solo con ese propósito.

Almas y cuerpos se publicó originalmente en inglés en los años ochenta. La traducción que presenta ahora Impedimenta de manos de Mariano Peyrou nos lleva a una novela muy divertida, socarrona y narrada magistralmente acerca de la generación tapón, aquellas y aquellos que construyeron el mundo que habitamos y tuvieron que quitarse todas las mudas de posibles serpientes del alma y también las cáscaras del cuerpo de una educación católica que arrasaba las mentes y los cuerpos. No todos lo consiguieron. Algunas y alguno sí. A no todo el mundo le mola el infierno.

Almas y cuerpos (Impedimenta, 2020) | David Lodge | 392 páginas | 23,50€ | Traducción de Mariano Peyrou.

admin

2 comentarios

  1. Lo siento mucho, pero no creo que el libro iguale a la narración que ha descrito Jabo de él.
    Dan ganas de empezar a leerlo ya.

  2. Kaixo Jabo. Leo tu comentario sobre Cuerpos y +, y dices cantidad de cosas que ni entiendo. Sin embargo, esforzándome, aprendo de tu talento y capacidad, que es increible.
    Después de leerte a tí, el libro merecerá la pena.

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