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Yo: un singular pronombre en tercera persona

El diario de la dama IzumiROSARIO PÉREZ CABAÑA | Después de leer este diario escrito por la poeta Izumi Shikibu hace poco menos de mil años, termino de convencerme de que todo libro de memorias debería estar escrito en tercera persona. Cuando el yo, ese pronombre singular, inicia su mudanza al espacio de la no persona, el interior brilla a lo lejos, que es donde los brillos alumbran sin cegar. Esta focalización diarística era común en la escritura femenina japonesa de la Era Herian, entre los siglos VIII y XII; lo cual, junto al gusto por la ficción en la rememoración de lo pasado, convierte el concepto de «diario» en un género, a mi entender, infinitamente más literario.
Izumi Shikibu fue una poeta que vivió en la corte imperial como dama de compañía, rodeada de otras escritoras y que pasó a la historia, tanto por su obra como por su arrojo al ser fiel a sus sentimientos contraviniendo, eso sí, con el cuidado y decoro exigidos, la autoridad masculina de la época. Todas estas mujeres desarrollaron un singular y exquisito estilo de escritura en su confinamiento durante esta época y gozaron de gran prestigio. A este respecto, remito a la excelente introducción que realiza Carlos Rubio.

El diario de la dama Izumi narra el amor clandestino entre la propia autora y el príncipe Atsumichi, en el momento en el que ella se encuentra sumida en un doloroso proceso de duelo tras la muerte de su anterior amante, hermano del príncipe. Un año de delicioso amor (esto es, deseo, respeto, duda, fe, fiebre, culpa, entrega, poesía) tejido mediante la correspondencia poética entre ambos. Una narración deliciosa que se hilvana con ciento cuarenta y cuatro poemas que van trazando los pulsos narrativos de la historia y que, además, se recogen en uno de los apéndices finales del libro transcritos en su escritura original y en alfabeto latino.

Casi podríamos entender esta obra como dos libros en uno: el diario y el poemario, engarzados por la propia naturaleza de sus géneros. Porque, al fin y al cabo, qué es la memoria sino invento; y qué es la poesía, sino la misma forma de delirante invención a través de un sujeto poético que se rastrea ciego y que, para colmo, aquí se aleja del yo. Encontramos en este libro la sutileza del Japón ancestral y las telúricas imágenes de los poemas, a través de los cuales hablan los amantes y se funden en la osada narración de una mujer que solo aspira a creer en su emoción, más allá de los límites sociales. Una adelantadísima especie de «novela del adulterio» decimonónico europeo que invito a leer como una delicatessen, como bajo una lluvia de esporas atravesada por el aleteo de los gansos salvajes. Todo en este pequeño libro nos hace sensibles al explosivo olor del deseo de los amantes que apenas pueden tocarse sino en los poemas que se envían a través de sus mensajeros. Una sutileza, créanme, de una sensualidad luminosa.

El hecho de que la memoria de todo lector esté tejida con innumerables historias de amor, grandes, imposibles, truncadas, anodinas, gloriosas, tibias o monumentales, no impide, de repente, el hallazgo sorprendente. Pensemos, por ejemplo, en la honesta, sencilla y enorme historia de Baltasar y Blimunda en Memorial del convento de Saramago. A eso me refiero cuando les hablo de este amor entre la dama Izumi y el príncipe Atsumichi: esa sublime invención de la humanidad que, de momento, escapa a la obsolescencia programada. Invito, pues, a la lectura y al reconocimiento de todos los sujetos en todos los pronombres.

El diario de la dama Izumi (Satori Ediciones, 2017), de Izumi Shikibu | 234 páginas | 19 euros | Traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio

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