NURIA MUÑOZ | …Zzzzzzzzzz… Perdón, me han pillado ustedes adormecida aún por el efecto tila alpina que me ha provocado la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema, vendida por algunos como una “novela de ideas de enorme ambición intelectual y literaria” y a la que, a tenor de la opinión de ciertos críticos, parece que habría que acceder -empequeñecidos por tamaño ‘tour de force’- postrados como humildes penitentes.
El Sistema ha sido recientemente galardonado con el Premio Biblioteca Breve que concede cada año la editorial Seix Barral. De ella se ha dicho que abre nuevos caminos en la narrativa contemporánea, aunque ahora pienso irremediablemente en ‘culs-de-sac’. El autor, por su parte, ha sido catalogado como “el mejor prosista de su generación”, a la par que “condenado a la eternidad del arte”, imagino que por su “dignidad de iglesia vacía” (y sí, las citas son textuales).
Abrumada por la avalancha de elogios, y prácticamente arrodillada ante la inminencia de mi primer encuentro con un semidiós de las letras, agarré el tomo de más de 300 páginas y empecé a leer.
Las islas de un archipiélago son, en el tiempo futuro en que transcurre la novela, el lugar donde se desarrolla la vida, marcada por el enfrentamiento entre Propios y Ajenos; esta es la lucha entre los integrados, que asimilan los dictados del Sistema, y los desterrados a causa de sus diferencias con el poder central. RMS narra los acontecimientos que suceden en la isla de Realidad, escenario en el que se materializa la desconfianza que a los Propios les inspiran los Ajenos y que es el motivo por el que cuentan con un vigilante que informa de cualquier incidencia en su territorio. El Narrador es el centinela de la isla, el encargado de verificar que todo está bajo control y de enviar informes periódicos que corroboren la normalidad. Hasta que la situación deja de serlo y se produce una brecha en las convicciones antes firmes del Narrador.
¿Qué? ¿Que les suena la película? A mí también, a Orwell. Pero hay más. Hay también una Academia del Sueño donde reeducan a los potenciales enemigos del Sistema, y un barco que es el nuevo Arca de la Biblia, cargado de significado alegórico desde su nombre, Aurora, que dirige hacia un nuevo comienzo a los humanos necesarios en una sociedad aún por estrenar. También hay entidades inquietantes llamadas Cosa o Dado, personajes que responden al epíteto de Buena Muerte y elementos epifánicos que forman parte de la historia universal del arte.
¿Que si hay más? Claro. Hay cambios en las personas de la voz narrativa en cada uno de los capítulos del libro. Hay semejanzas terminológicas con el análisis sintáctico (“Realidad está dividida en diecisiete Sustancias. Cada Sustancia tiene un Atributo y varios Accidentes”), menciones a famosas partidas de ajedrez, reflexiones sobre el acto de narrar (desde dónde, para quién, ignorando o dirigiéndose al público), elucubraciones sobre el Otro y la existencia de los ‘doppelgänger’, paralelismos velados con la situación política y social en Europa, recitados de Homero, disquisiciones filosóficas sobre el albedrío… y también dos huevos duros, como en la escena del camarote de Una noche en la ópera, de los hermanos Marx. El Sistema está a un paso del Síndrome de Diógenes.
RMS construye su novela con oraciones yuxtapuestas, sin nexos, simplemente escritas unas a continuación de las otras. El estilo acompaña en esta exhibición de fuerza que es El Sistema, creando imágenes extrañamente metafóricas (los párpados como “estuche de carne de los ojos”) o con cierto regusto pedante (“Hay una Inconsciencia magnífica en tu tozudez”, “La exigencia del sistémico como instrumento de uso obligado en cada isla homogeneiza un vastísimo aparato de emociones”, “Esa concentración de anhelos, esa expuesta disciplina del músculo y la vena, remite a algo obsceno en su propio gigantismo”, “el Sistema se mueve en un cénit de orgullo y eficacia, es un espléndido panorama de soles, una galaxia en su acmé”).
Hay exceso en este libro, exceso de sabiduría, no diría yo que no, pero sobre todo, exceso en la transmisión. Lenguaje exagerado, duración excesiva también. Y demasiada trascendencia forzada, como la de los personajes, a los que el autor eleva a la categoría conceptual despojándolos tanto de humanidad que resulta imposible creerlos. A mí, la verdad, me cuesta identificarme con una idea abstracta, con un símbolo (exceptuando aquel que el extinto Prince paseaba en su etapa más loqui).
“Una escritura cuidada hasta la exasperación, como pulida durante largas horas de trabajo artesanal”. Esta opinión, que en principio es elogiosa, se aproxima bastante a la sensación que he tenido leyendo El Sistema: la de estar en algunos momentos al borde de la irritación.
RMS ha pensado que la tenía más larga que nadie, y parece que la ‘intelligentsia’ le ha dado la razón.
El Sistema (Seix Barral, 2016), de Ricardo Menéndez Salmón | 326 páginas | 19,90 € | Premio Biblioteca Breve 2016
Leí hace tiempo Derrumbe de este señor, y me pareció una novela hueca y pomposa. Viendo su reseña, creo que he acertado al no volver a acercarme a la obra de R.M.S.
Lo de «estuche de carne de los ojos» está a la altura del ya mítico «donut de hielo», no?
¿Qué es eso de «donut de hielo», por favor?
Por lo visto es una de las metáforas más logradas del último decenio en España. Yo solo la conozco de oídas. Que te lo explique mejor Nuria… 😉
Estoy de acuerdo totalmente con la reseña. Pero la novela no ha recibido el apoyo de los intelectuales. Ha recibido críticas más negativas que positivas. Y su único apoyo es su editora, que también es responsable de libros de Vicente Luis Mora, Beatriz Rodríguez y Jesús Carrasco. Se ve que para Seix Barral la literatura es pomposa o no es. Todo lo demás (Vila-Matas, Paul Auster, Salman Rushdie…) ya se compra a golpe de talonario.
Bueno, lo que publica a golpe de talonario está bastante bien. Otros también tienen talonario y ni eso.
A la reseñista crítica (o viceversa) le recomiendo la lectura, entre sueño y sueño, de la obra de Aristóteles. Sobre todo para que no confunda sintaxis y filosofía.
Magnífica reseña.