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Historia develada

Pasión-del-dios-que-quiso-ser-hombre_cubierta

 

Pasión del dios que quiso ser hombre

Rafael Argullol

Acantilado, 2014

ISBN: 978-84-16011-10-0

88 páginas

14 €

 

 

 

Manolo Haro

Rafael Argullol reconoce en este personalísimo libro una deuda; no creo que se trate de una deuda personal sino de algo que tiene que ver más con la cultura de Occidente que con un ajuste de cuentas con el pasado. “No soy cristiano” repite un par de veces en «Confesión», el bloque del libro donde plantea una justificación sobre el motivo de éste. Recuerda la presencia habitual de la figura de Jesucristo en su niñez y como los avatares de la vida fueron difuminando el sentido religioso y trascendente del de Nazaret. Es por ello que con Pasión del dios que quiso ser hombre se llega a culminar el viaje de vuelta que muchos hacen: del consabido relato evangélico canónico anunciado por la Iglesia se pasa a una dilatada peripecia vital, libre de anteojeras, que devuelve a pie de orilla el relato mágicamente humano de los “mentirosos” artistas. Argullol es especialista en la historia de la estética, un hombre perspicaz que ya ha dado muestra a lo largo de todo lo publicado en su carrera de la capacidad que ostenta para convocar al ángel de la historia, a los personas relevantes de cada momento y, seguramente, lo más difícil de devolver al presente: el sedoso velamen del sentimiento junto con la concepción del mundo del momento.

Volver sobre los pasos del Nazareno siguiendo las huellas que han dejado los artistas de Occidente es una propuesta que le permite –puesto que sospecho que esto es un trabajo sopesado a lo largo de magisterio intelectual, pero nunca con un claro fin de ser llevado a la imprenta– recrear, repensar, matizar, acotar, aunque nunca con un fin polemista ni revisionista, la historia personal más contada en la historia de la Humanidad. “La mentira de los artistas dice la verdad” es como se llama al álbum de láminas con el que remata este pequeño volumen y del que se nutre el filósofo para ir guiando su relato con la entrada de la divinidad en el seno de María o la huida a Egipto; aunque es cuando la neblina de la niñez, la adolescencia y la madurez se difumina el momento en que pintores y escultores acuerdan que su arte no mostrará lo intrascendente, sino todo lo “monstruoso” (así se refiere Argullol a la condición antropo-divina de Jesús), es decir,  los tres últimos años de vida de Cristo, cuando ya ha vuelto de los cuarenta días en el desierto y asume que la sangre que se hundirá en la tierra del Gólgota es la entrada de la luz crística en el mundo. Curiosamente no hay muchas referencias al Antiguo Testamento; pareciera como si Jesús de Nazaret fuera la clave que remata las dovelas de una historia que se basta así misma para existir.

¿Qué sentido tiene leer este libro? Quiero pensar (como he sugerido arriba) que Argullol dudó en publicarlo, que lo vio como un ejercicio personal, una inversión del tópico ‘Pictura ut poesis’ del que ha extraído la humanidad del momento y de cada uno de los personajes. No es una revisitación de los evangelios sinópticos, como tampoco es una nueva mirada acerca de algo que todo el mundo, de alguna forma u otra, ya conoce.  Es, por decirlo de alguna manera, un juego literario a partir del arte de Occidente, pues esos pintores y escultores vivieron aún en un mundo donde se oía tras los árboles del jardín el aleteo de los ángeles y donde la simbología del mundo (palomas, soles, zarzas, higueras, etc.) contenían el vestigio de lo divino.

Nada más. Argullol es un hombre que da bien el perfil en las fotos que publica de él El País. Parece que el personal que pasa por las cátedras de Estética de Cataluña mantiene un palmito dandístico envidiable (miren si no a Azúa). Además de la condición de un hombre bello, el tipo siempre hace disfrutar a los muchachos audaces del Sur.

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