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Cojones duros

9788490020722JUAN CARLOS SIERRA | En el fragmento 11 de Canal del poeta cordobés Javier Fernández se lee lo siguiente: “Necesito contar todo esto, quiero/ hablar de ello. Y no me sirve otro/ lenguaje. Tiene que ser directo,/ seco”. He aquí la raíz y la razón de ser de un libro compuesto de un solo poema dividido en 60 fragmentos más una coda final titulada «Dirección prohibida».

Comencemos por el concepto de escritura entendida como necesidad que hallamos en este texto. No se trata de escribir porque sí o por un prurito de demostrar la maña que uno tiene en este oficio de hacer versos o por un afán exhibicionista o por una cuestión de proyección social e intelectual; es decir, no estamos ante un libro compuesto al albur de todas aquellas razones espurias que llevan a muchos a lanzarse a la pelea con el folio en blanco y que, normalmente, no conducen a nada –a nada bueno, quiero decir–. Aquí existe una necesidad, una pulsión insoslayable, una obsesión insalvable, una fuerza interior que no se puede ignorar y que cada uno resuelve en el mundo de la creación dependiendo de sus artes y oficios. Nos situamos, pues, ante la mejor y más auténtica motivación para llegar a buen un puerto literario.

El «esto» y el «ello» de la cita se identifican con el asunto, con el argumento, con lo que se necesita contar, que es quizá uno de los episodios sobre los que más difícil resulta hablar y escribir versos: la muerte. En este caso, todo se complica porque se trata de la de un niño ahogado en un canal –de ahí el título del libro– tres semanas antes de cumplir los seis años; ese chaval, que se llamaba Miguel, era el hermano del autor, que por entonces contaba solo con tres años y que también por aquellos tiempos defendía a su manera a su hermano mayor: “… mi madre/ me preguntaba ¿Qué ha ocurrido?/ Alzaba la mirada y le respondía/ orgulloso: Un niño ha pegado a Miguel y yo le he defendido” (fragmento 8).

En la raíz romántica del concepto de poesía, es decir, en los parámetros de la modernidad, en estos tiempos posmodernos o más allá, hay que situar la escritura de Canal de Javier Fernández. Es esta la tradición a la que prefiere agarrarse el poeta cordobés para explicar, para expresar que dirían los románticos, esa intimidad herida por la muerte del hermano aún niño. En este sentido, la filiación escogida resulta todo un acierto, ya que es la que mejor se adecúa a un libro de estas características y a la necesidad de la que surge. Por otra parte, concede al poemario una carga emocional que difícilmente podría haberse conseguido de otra manera.

No obstante, el libro no se limita a la expresión subjetiva del dolor profundo del yo poético, sino que traza todo un análisis emocional y familiar del suceso, e incluso sociológico, describiendo en unos cuantos trazos una época en la que los niños, para bien y para mal, andaban solos por las calles, quedaban en los portales de los bloques y jugaban sin estar continuamente advertidos por sus padres o limitados por las verjas de un parque de suelo acolchado. Todo esto se cierra en un ejercicio de metaliteratura con la coda final «Dirección prohibida» y los fragmentos referidos a esta: “La primera vez que escribí sobre/ Miguel fue veinte años después/ de su muerte. Aquel texto lo titulé/ Dirección prohibida. No he dejado/ de reescribirlo desde entonces” (fragmento 56). Así que quizá la coda haya que leerla más como prólogo que como cierre. Pero eso no resta ni un ápice de intensidad al conjunto.

Finalmente, nos centraremos en las palabras finales del fragmento 11 con el que empezábamos esta reseña: “…Y no me sirve otro/ lenguaje. Tiene que ser directo,/ seco”. Efectivamente, la elección de un estilo que corta la respiración del lector, que llama a cada cosa por su nombre siguiendo la recomendación del psicólogo del jardín de infancia (fragmento 4), que no se entretiene en dulcificar la realidad o en esconderla, que se desentiende de retóricas, porque el asunto es lo suficientemente expresivo por sí mismo, caracteriza al conjunto del poemario y, lo que es más importante, lo dota de una eficacia buscada y conseguida.

«Cojones duros» titulaba Carlos Marzal un poema de su libro Metales pesados en el que describía el equipaje que el poeta ha de portar a la hora de enfrentarse a su oficio: “… Y en especial tener cojones duros,/ para no sentir miedo de perderse,/ para el delirio de apostar con fe,/ para adentrarse solo en tierra extraña,/ para el forzoso puerto del fracaso.// Una fuerza moral./ Consiste en eso:/ una fuerza moral contra el destino”. Cuando el destino te sitúa ante la muerte de un hermano a la edad de casi seis años cuando tú tienes solo tres, hay que tener algo más que esos «cojones duros» para hacer un libro tan poderoso, tan peligroso y tan extremo como Canal.

Canal (Hiperión, 2016) de Javier Fernández | 86 páginas | 10 € | XXIII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba «Ricardo Molina»

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