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Con creérselo no basta

la gente no es como tu

La gente no es como tú

Gabi Beltrán

Sloper, 2014

ISBN: 978-84-941437-6-2

136 páginas

14 €

Prólogo de Hernán Migoya

 

 

José M. López

Gabi Beltrán es un dibujante y novelista gráfico que acaba de publicar su primer libro no ilustrado. La gente no es como tú es una colección de relatos, microrrelatos y aforismos con tintes autobiográficos que se distribuyen a la manera de una especie de diario lírico y afligido. Todas las críticas positivas que leo acerca de este libro hacen referencia al carácter nudista de sus textos, es decir, a que el autor parece confesarse de la forma más descarnada y sincera en cada página, a que en cada línea el lector puede encontrar un trozo del alma angustiada del escritor. Sinceramente, me importa un pimiento si estas anécdotas o reflexiones que nos cuenta Gabi Beltrán son ciertas o no, lo que sí me gusta es que los gritos y las lágrimas que aparecen tienen apariencia de autenticidad, y, como tal, me las creo.

La mayoría de los textos están escritos en primerísima persona, y deambulan por el libro como  un conjunto de pinceladas grotescas propias de un ser traumatizado que necesita el alcohol o las drogas como forzados sucedáneos de una vida que le resulta trivial e insuficiente, una vida en la que el amor solo existe si va de la mano de la violencia, una vida en la que, en definitiva, la única vía de escape es el suicidio. El libro es tan personal, que en ocasiones se vuelve egocéntrico, y debo admitir que  termino cansándome de este personaje siempre maldito, borracho y atormentado que termina cayendo, irremediablemente, en lo fatal.  Este abuso del yo me afecta, acaba empalagándome, y provoca  que termine observando cada cuadro como un conjunto de pajas mentales de aquellas que escuchábamos en los recitales que se celebraban en la cafetería de la facultad. Y es que el principal problema del libro es ese: al autor parece bastarle con este hiperbólico retrato de su propio ego, dando como resultado una voz lírica irritante debido a sus halos de superioridad -ya se nos avisa desde el título- y a su autocompasión. Sin embargo, en las pocas ocasiones  en que el autor amplía el enfoque y utiliza la tercera persona, el libro lo agradece; surge así un relajado distanciamiento que da lugar a relatos menos indigestos, lo que facilita, además, la aparición de personajes de enorme calado -como la Annie del relato homónimo- más allá del omnipresente retrato del narrador intradiegético.

Repito. Debo  admitir que como lector me creo esta serie de cuadros o anécdotas llenas de “canallismo” y degradación, pero no me basta con eso. Junto al realismo cruel con que estos sentimientos se muestran, echo en falta algo más de elaboración, una voluntad de estilo que debe aparecer hasta en aquellos textos que pretenden traducir un estado de neurosis provocado por el hastío vital, el alcohol o las drogas. Perdón por las comparaciones, pero, a modo ilustrativo, me permito citar dos textos: “Una temporada en el infierno”, de A. Rimbaud, y  “Aullido” de A. Ginsberg. En ambos poemas encontramos la caótica lucidez del perturbado que ve “aquello que otros no ven”, pero debajo subyace una arquitectura metódica solo al alcance de la mente más racional. Sí, todos somos capaces de vomitar tras una noche de excesos, pero sólo algunos saben coger esa pota, transcribirla, y contárnosla de modo que  cada uno de los lectores sienta lo mismo que aquel pobre endemoniado encorvado en una esquina sentía en ese momento. Y debo admitir que con la lectura de este libro he sentido más el vómito que el dolor de quien los sufría. Es cierto que algunos relatos, sobre todo los más extensos y estrictamente  narrativos, como “Annie” o el que da título al libro, sobresalen como historias auténticas de degradación o desamparo, con una solidez narrativa que me ha recordado al mejor Carver. Pero debo decir que, conforme iba avanzando la lectura, y los textos se volvían más breves y, a su vez, recargados de un forzado lirismo sucio, estos me han parecido meros desvaríos mentales de una mente algo perturbada, es decir, discretas copias del peor Bukowski.

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