1

Esperpento de Estambul

Un hombre ociosoILYA U. TOPPER | Dicen en mi tierra que ser ocioso lleva a ser vicioso. Y debe de ser verdad, porque el personaje de Yusuf Atilgan (Un hombre ocioso, Estambul, 1959) es un tipo que se dedica a toda clase de vicios: fumar en las terrazas horas y horas, emborracharse, de vez en cuando, con raki o con vino en las tabernas, correr tras las chicas para ver dónde se bajan del tranvía, comprar cuadros de artistas incipientes e incluso, el más grave de todos, criticar a la sociedad.
C. -es todo lo que sabremos de su nombre- es un hombre ocioso por el peor motivo de todos: porque puede permitírselo. Unas casas en herencia, un abogado gris que las administra, siempre un billete en el bolsillo, justo como para no apreciar el valor del dinero. Ni el del tiempo. Es decir, un individuo perfectamente inútil para la sociedad. Y muy peligroso: alguien que puede permitirse quedar al margen y observar, con una cínica sonrisa, como los demás se toman en serio la vida.
No se la toma en serio C., no.  Aunque a veces pelea a puño partido, poniendo en riesgo la salud de su nariz o sus costillas, y es capaz de sufrir por Ayşe, esa pintora con la que le une algo así como una hermandad interior, aparte del sexo, lo cual no le impide romper con ella por la simple -e infundada- sospecha de que ella se está viendo con otro. Sí: situarse fuera de la sociedad no protege contra el peligro de asimilar sus comportamientos más agilipollados.
Quizás C. solo sea capaz de pasarse por el forro de la chaqeta las normas superficiales, las más visibles, quizás lo suyo no sea más que adoptar una pose, una rebeldía facilona para incomodar a primera vista. Quizás lo único que busque sea que le miren raro: para poner a la sociedad un espejo cóncavo, para ser él mismo el esperpento. A la chica elegida al azar (¿la del chubasquero cámel o la del celeste?) la persigue días, y evita hablarle aún cuando ella ya sabe que él quiere hablarle: para poner él mismo las reglas del juego. Y si me hablas de usted, no podemos seguir conversando. En Turquía se hablaba de usted en aquella época, y se sigue haciendo hoy.
Porque Turquía ha cambiado muy poco desde aquel tan cercano 1959 en el que se publicó la novela, o eso parece: hoy, la pintora Ayşe tambien fumaría en la playa, tal vez evitaría dar besos en la calle por el qué dirán, y la estudiante Güler -la del chubasquero cámel- intentaría emborracharse con varios vasos de raki o de vino, o ambas cosas, antes de irse en un taxi con el hombre que le gusta, a ver si supera por fin lo de la virginidad, como todas.
Nada ha cambiado, diría uno: el tranvía aún recorre el trayecto de Findikli, donde la universidad de Bellas Artes (la de Güler) a Karaköy, donde siguen pescando en el muelle. En eso reside uno de los atractivos de la lectura para alguien que habite en Estambul: puede seguir el ir y venir del protagonista (no para de ir y venir, no hace otra cosa, es un hombre ocioso) por las plazas y calles de todos los días, puede creer verlo en el tranvía, en la terraza de los cafés, tomándose un zumo de naranja. Un poco más y uno empieza a fabular, como hace C., sobre el destino de los transeúntes: Este es sastre. Este es funcionario y tiene tres hijos y uno está enfermo. Este, tal vez, sea C.
Pero Un hombre ocioso no es una novela localista. En absoluto. Léanla y empezarán a imaginar la vida de quienes pasean por Gran Vía o por Las Ramblas, no hace falta estar en Istiklal. Yusuf Atilgan ha sabido dar con un personaje universal, y ha convertido en universal la Estambul que contiene, como ha hecho Paco Umbral con Madrid o Juan Marsé con Barcelona.  Y así nos llega, gracias a la traducción de Pablo Moreno, que se atreve con un lenguaje fresco, cotidiano («me he quedado roque», «hizo un gurruño con el papel») para nada anclado en esa fría corrección o correcta frialdad a la que nos tienen acostumbrados demasiados traductores hoy día.
Yusuf Atilgan (1921-1989) se convirtió con esta novela de una oscuro profesor de literatura de provincias venido a menos en uno de los escritores más admirados de Turquía. Trece años más tarde publicó otra obra, Hotel Madrepatria. En medio, apenas un relato. En los ochenta, una recolección de cuentos. Y ya. Murió antes de terminar su tercera novela. Dos le bastaron para la inmortalidad.
Un hombre ocioso (Gallo Nero, 2016), de Yusuf Atilgan | 250 páginas | 19 euros | Traducción de Pablo Moreno González

admin

Un comentario

  1. No puedo dejar pasar esta reseña de Ilya Topper sin decir lo brillante que es como pieza de crítica literaria. Magnífica. Y tres hurras por el traductor Pablo Moreno, que elige un lenguaje ‘fresco’ en vez de acartonado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *