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Hartitos nos tienes

En-el-corazon-del-corazon-del-paisCARLOS FRONTERA |Reconozcámoslo: estamos hasta los mismísimos de la América Profunda. No pasa nada por admitirlo, de verdad. Venga, repetid conmigo: América Profunda, estamos hasta los mismísimos de ti, hartitos nos tienes. Pongamos Missouri. ¿Quién no ha pegado una foto de Missouri en un saco —metafórico o no— y se ha hinchado a mamporrazos hasta colorearlo de rojo sangrenudillo? ¿Eh? América Profunda, no podemos más. Danos un respiro, América Profunda.

A saber: pueblos diminutos en mitad de ninguna parte en los que todos se conocen, padres alcohólicos y maltratadores, jóvenes sin futuro que sueñan con marcharse algún día pero ni de coña, aburridas y perennes amas de casa, por ahí van los tiros.

Menos mal En el corazón del corazón del país de William H. Gass. Autor, dicho sea de paso, que me era del todo desconocido, y mira que ya acarreaba su buena biografía y no pocos reconocimientos allá en su América Profunda. Pero vayamos al grano, al meollo, al corazón del corazón del país.

En el corazón del corazón del país reúne una novela corta y cuatro cuentos, o cuatro novelas cortas y un cuento, o, como reza la contraportada, dos novelas cortas y tres relatos. Vaya uno a saber dónde acaba un cuento y dónde empieza una novela corta. El caso, las medidas —en páginas—: 94, 48, 52, 12, 44. Que cada cual etiquete a gusto.

Al grano dijimos: En el corazón del corazón del país reúne siete narraciones formidables, de todos los sombreros fuera. A pesar de ser bien distintas entre sí —y este es un rasgo a resaltar—, tienen un latido común, por así decirlo. Para empezar, el grajo vuela bajísimo en este libro. ¿Qué digo «bajísimo»? El grajo a ras de suelo, más bajo el infierno, no he pasado tanto frío leyendo un libro en toda mi vida. En verdad, si nos ponemos tiquismiquis, presente presente el frío —el frío de fuera, se entiende— está tan solo en dos narraciones, «El chico de Pedersen» y «Carámbanos» —un poco también en «En el corazón del corazón del país», aunque tangencialmente, que diría aquel—, pero hay otro frío interno que insensibiliza, que obliga a caminar con el cuerpo contraído y que, maldita sea, se respira en cada página, brrrrrr. Un frío interno que los personajes tratan de combatir enfrentándose a alguna amenaza en ciernes, encarando un peligro seguro, refugiándose en algún despropósito. «Todos los dolores son incendios. Te mantienen caliente», dice en un momento dado el protagonista de «La señora Ruin», como podría haberlo dicho cualquier otro. Otro personaje de cualquier narración dice también: «Y él estaba solo, por dentro y por fuera, con la soledad propia de los chanclos o la tos de otra persona». Lo mismo el frío: por dentro y por fuera.

Fruto de ese frío interno, que a su vez podría ser fruto del entorno, todo tan aislado y tan sin perspectivas —lo que viene siendo la América Profunda, qué voy a contar que no haya sido dicho ya—, los protagonistas de estas siete narraciones hacen cosas disparatadas —en «El chico de Pedersen», el niño Jorge, su padre alcohólico y maltratador y Big Hoss se enfrentan a una ventisca de órdago aun intuyendo que les aguarda algo turbio, feo y peligroso—, o se entretienen con nimiedades —el protagonista de «La señora Ruin» (a esta pieza diría que le sobran algunas páginas centrales, pero se lo perdono por el arranque y por un final que vaya tela) decide «ser un vago a la manera absolutamente ociosa de la naturaleza» y se dedica a espiar la vida de sus vecinos, en especial la de la señora Ruin; o el protagonista de «En el corazón del corazón del país», un escritor al que ha abandonado su pareja, describe por medio de estampitas la pequeña localidad de Indiana en la que vive y a sus habitantes, sin ser consciente de que en verdad se está describiendo a sí mismo— , u observan con interés casi científico la anodina realidad que los rodea —desde la fijación de un miserable agente inmobiliario por los carámbanos en «Carámbanos» hasta la obsesión por «unos grandes insectos negros que moteaban la alfombra del piso de abajo cada mañana» en El orden de los insectos», un fabuloso cuento con resonancias kafkianas—. Cualquier cosa menos centrarse en ellos mismos, parece ser la premisa.

Y además está el asunto del lenguaje, o de los recursos narrativos. William H. Gass experimenta con las palabras y con las formas pero no lo hace a tontas y a locas o por mero lucimiento, no. Todas sus experimentaciones responden a una finalidad, están orientadas a lograr determinado efecto. Así, el frío del que ya he hablado también se cuela en el texto en forma de nieve en «El chico de Pedersen». En esta novelita deslumbrante, la nieve pasa a ser un personaje más, si no el principal, y cae tal que así: «El carro tenía una rueda gigantesca. Pa tenía un saco de papel. Ma me agarraba de la mano. El caballo alto agitaba la cola». Este recurso narrativo me ha enamorado, qué narices. Me ha resultado bellísimo, envidiable, ¿qué hacéis que no estáis aplaudiendo? A destacar también las pinceladas líricas que van salpicando las páginas, tan hermosas como duras. O el empleo de las onomatopeyas, de las que me declaro fan. O la ocurrencia de unir palabras para imprimir velocidad a la acción o generar una sensación de vértigo, de urgencia —»quénariceshaces».

Mención especial la traducción de Rebeca García Nieto y su epílogo —no debe de ser nada fácil traducir un libro como este y el resultado es más que excelente— y la apuesta de La Navaja Suiza Editores, una editorial nueva, por rescatar libros así —se publicó en su país en 1968, nada más y nada menos—.

En definitiva: América Profunda, hartitos nos tienes pero menos mal En el corazón del corazón del país, de William H. Gass.

En el corazón del corazón del país (La Navaja Suiza, 2017), de William H. Gass | 275 páginas | 19,90 euros | Traducción de Rebeca García Nieto

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