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Historia de una espera

Berta IslaJOSÉ M. LÓPEZ | Pues sí. Javier Marías sigue estando en forma. Empiezo así la reseña porque sé que es la respuesta a la pregunta que todos los incondicionales o seguidores esporádicos del autor madrileño (aquellos a los que no os gusta ni siquiera cliquearéis en el título) estáis esperando. Repito, ese autor que en los noventa entusiasmó a los lectores europeos con Corazón tan blanco, el que una década después se erigió como indiscutible clásico contemporáneo con la trilogía Tu rostro mañana, ese mismo, está, al parecer, muy lejos de acomodarse o caer en la decrepitud creativa. Muestra de ello es Berta Isla, su último libro.

Estamos ante una trama contada desde dos prismas distintos que alternan en la novela. Es la historia de Tomas Nevinson y Berta Isla. Los dos llevan enamorados desde muy jóvenes y son conscientes desde entonces de que sus caminos están abocados a terminar juntos, en boda y en una vida familiar compartida. Sin embargo, poco antes de contraer matrimonio, él, un joven poco hablador, introspectivo, medio inglés y medio español –o ni una cosa ni la otra–, debido a una broma del destino, se ve obligado a ingresar en los servicios secretos de la Corona inglesa. Pero no cabe culpar solo a los hados, ya que su carácter inconformista, y su deseo de dejar huella de su paso por la tierra, de no ser, en definitiva, un desterrado en su propio mundo, también inclinaron la balanza hacia la elección de una vida alejada de la monotonía, y en la que, en ocasiones, se ve obligado a cometer los actos más viles, siempre en pos de una causa mayor: la patria. Su nuevo oficio le obliga a pasar largos periodos de tiempo separado de Berta, su esposa, y de sus hijos. Estos fragmentos están contados en tercera persona, y adquieren, aunque sin mucha acción trepidante, tintes de una novela de espionaje protagonizada por un tipo que, debido a la obligación de suplantar tantas personalidades, ha perdido la suya propia. Es un imitador, un impostor a tiempo completo, que termina por no saber nada de sí mismo, ya que se ha desligado de sus raíces, de su ciudad, de su familia, de su esposa.

El resto de fragmentos están narrados en primera persona por Berta, y aparecen separados de los primeros por el mismo cristal, invisible pero infranqueable, que separa a marido y mujer. Berta es Penélope, la que espera, no se sabe hasta cuándo, a que su marido regrese de no se sabe dónde. Y es que a ella no le está permitido saber absolutamente nada de la vida oculta de su marido. Es solo la que aguarda, la que solo tiene derecho a esperar abnegada a que, un día cualquiera, entre su esposo por la puerta o reciba una llamada informándola de que ha muerto. Cualquiera de las dos circunstancias sería mejor que la incertidumbre perenne en la que vive. Porque esperar días, meses, a veces años, a la persona a la que se quiere es equivalente a no vivir. Y es por ello que no le queda otra que novelar, imaginar posibles situaciones que su marido podría estar sufriendo o disfrutando. Historias que pueden acercarse a la realidad, o que terminan resultando absurdas; historias infinitas, al fin y al cabo, en las que todo puede tener cabida: “Tomas había resultado, en efecto, demasiado misterioso, y en el reino de las quimeras todo es posible” (418)

Personalmente, la parte que más me interesa de la novela es esta en la que Berta nos muestra en primera persona su mundo interior. Y me siento muy identificado con las inquietudes de esta mujer madura y atractiva, serena y apasionada, enamorada pero no mojigata, que pasa las tardes, cigarrillo en mano, asomada al balcón de su céntrico apartamento madrileño, esperando la vuelta del enigmático y egoísta Odiseo. Aquí encontramos al novelista de altos vuelos, el que no necesita que pase nada para mantenernos enganchados, debido, sobre todo, a la subyugante personalidad de su protagonista femenina. Estamos ante el escritor que se deleita paralizando la historia para hacernos dudar sobre temas de los que creíamos que sabíamos todo. Justo es decir que en ciertos momentos en los que el autor pone en boca de uno de sus personajes ciertas reflexiones acerca de temas coyunturales (moda, los buenos modales, la nostalgia por lo antiguo…), parece que nos topamos de bruces con el Javier Marías articulista, y que el novelista utiliza a sus personajes para volcar en el texto ciertas opiniones polémicas y muy personales sobre ciertos asuntos. En principio, nada de malo debe haber en ello. Es común que un autor impregne de rasgos personales a sus creaciones. Sin embargo, la proyección de estas reflexiones con las que contamina a sus personajes aparece a veces como poco verOsímil o inadecuada a ese perfil. Algo así como cuando los guionistas de Los Simpson ponen en boca de Homer un ingenioso chiste que puede provocar risa, pero que no funciona porque todos sabemos que a un tipo tan estúpido como ese obeso padre de familia nunca se le podría haber ocurrido algo así. Sin embargo, puede que este no sea un defecto del novelista, sino un vicio mío como lector y seguidor de ambas facetas de Javier Marías. Quizás sea yo el que delire y termine viendo, de manera infundada, al polémico agitador de las redes por todas partes.

Pero más allá de su sutileza para profundizar en temas de hondura y de su perspicaz elegancia a la hora de penetrar en el alma femenina, a Marías se le lee por su prosa, y por la musicalidad que destila. Volvemos a él por su estilo recurrente, proustiano, donde las ideas, los temas y las citas de Shakespeare o Eliot se yuxtaponen, aparecen y desaparecen, navegando sobre las páginas del libro en una suerte de elegantes olas que van y vienen como los pensamientos. Porque nada hay de azaroso en la arquitectura de sus novelas. Detrás encontramos a un diseñador meticuloso que escribe, lee, rompe, reescribe, relee… y así hasta encontrar la forma perfecta que el edificio debe adquirir a ojos de su arquitecto. A ojos del Javier Marías novelista, que ¿puede realmente desvincularse del Marías articulista?, ¿o del académico?, ¿o del ciudadano, tío, pariente…? Al final estamos ante un escritor que, como Tomás Nevinson, termina perdido entre sus múltiples perfiles. Puede que como nos pase a todos. Y es que, como afirma Berta en uno de los últimos momentos de la novela, “toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las demás” (540)

Berta Isla (Alfaguara, 2017), de Javier Marías | 544 páginas | 20,81 euros

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