Ildefonso Falcones
Grijalbo, 2009
ISBN: 978-84-253-4354-4
955 páginas
24.90 euros
Jesús Cotta
Si no abundan en nuestra literatura obras que traten el drama de los mozárabes en la España musulmana, el de los moriscos en la España cristiana ya fue tratado por Cervantes en el Quijote y en sendos dramas por Martínez de la Rosa y Villaespesa. Ildefonso Falcones también intenta sacar partido literario a ese filón histórico novelando en casi mil páginas los encuentros y desencuentros de los moriscos en España, desde la rebelión del controvertido Abén Humeya hasta la triste expulsión de los moriscos bajo el reinado de Felipe III.
La mano de Fátima es, pues, una novela histórica cargada de datos y documentación y a la vez repleta de guerras, peripecias, berberiscos, lances, reencuentros, traiciones, vueltas de tuerca, criptomusulmanes, conversos, hidalgos lampones, inquisidores, prostitutas y giros de la fortuna.
Se trata de una obra de estructura lineal que tiene por protagonista a Hernando (o Ibn Hamid), hijo de una musulmana violada por un cura. Su carácter de medio cristiano medio morisco le acarreará problemas ante unos y ante otros hasta que él aprende a sacarle partido y sentido a esa doble cara. El autor ha dado con el personaje ideal para una recreación literaria de la fascinante falsificación histórica de los Plomos del Sacromonte, ese supuesto quinto evangelio dictado en árabe por la Virgen y que presenta una especie de cristianismo islamizado, donde ella, tan venerada por Mahoma, es el elemento común de un posible ecumenismo entre católicos y musulmanes. A este propósito, uno no puede dejar de recordar a la célebre Zoraida de la primera parte del Quijote, la musulmana que llega desde Argel a España para conocer a Lela Marien, como ella llama a la Virgen.
Falcones sigue en parte la estela genial de Cervantes y por eso no incurre en la simpleza de mostrarnos a unos como buenos y a otros como malos, porque ha escrito una novela donde no son buenos o malos los grupos, sino las personas, cuyas vidas se entrecruzan como vecinos que son. Pero no logra escapar de algunos tópicos literaria y comercialmente rentables, como el de exagerar el odio y la intolerancia entre cristianos y musulmanes, o el de presentar a los moriscos como unos expertos amantes frente a unos cristianos remilgados y reprimidos, como si el puritanismo que nos llegó del norte europeo mucho después hubiese inficionado ya la alegría de alcoba propia de todos los pueblos mediterráneos, tan dados siempre a la juerga y al carnaval.
La novela, pues, es más histórica en el decorado que en el alma de los personajes, los cuales son demasiado planos y parecen hechos para satisfacer el gusto y los intereses del lector actual. Así, por ejemplo, un personaje afirma que “Almanzor fue un fanático religioso” (página 582); y los amantes llegan juntos al orgasmo. Y resulta casi anacrónica esa escena de cama en que un morisco le dice a una cristiana cohibida: “Libérate…. Siénteme. Siéntete. Siente tu cuerpo” (página 629).
Uno echa además en falta en la novela la voz personal de un autor, un estilo, un lenguaje más elaborado y literario, que, sin ser un calco del que se hablaba entonces, no parezca un calco del que se habla hoy. Ése es uno de los retos que debe afrontar toda novela histórica para ser literaria y no quedarse en un producto de consumo que da al lector su dosis de cultura y de entretenimiento.
Pero en ese sentido, La mano de Fátima es interesante no sólo para conocer el pasado, sino para conocer de qué manera nuestra época lo interpreta: si antes un criptomusulmán era un quintacolumnista, ahora es un mártir de la intolerancia luchando por su identidad; si antes los Plomos del Sacromonte eran una herética impostura, ahora son un noble intento de hermanar dos civilizaciones; si antes los moriscos eran aliados de los piratas berberiscos que asolaban nuestras costas, hoy gozan de la simpatía con que el vencedor, después del tiempo, contempla a los vencidos. Así miraba Homero a los troyanos vencidos y así ha tratado tantas veces la literatura española la figura del moro y de la mora.
En fin, si uno quiere saber qué ocurrió con los moriscos y por qué y, a la vez que aprende, entretenerse con peripecia, exotismo, erotismo, intriga y manuscrito secreto, éste es su libro. Además, si la historia es la maestra de la vida, que decían los romanos, La mano de Fátima nos invita a no cometer los mismos errores que se cometieron con los moriscos, que eran tan españoles como los cristianos.
Interesante tema, para una novela un poco pastiche. A veces interesante y a veces infumable.
Tienes mérito, Jesús.
Me pregunto si no tendríamos que acercarnos a estas obras tomándolas como lo que son, o sea fenómenos comerciales, por más que se vendan como libros y se lean. Quiero decir que la importancia de lo que hace Falcones difícilmente residirá en la excelencia de su prosa, y sí, por ejemplo, en esa posibilidad de promover la lectura -como comentábamos con Jabo- en segmentos de población que jamás lee, y a qué se debe, o si es éste un buen cauce para divulgar la Historia, etc.
Habría que buscar un nombre para ese tipo de libro. Así no le damos el nombre que no le corresponde, pero reconocemos su función y mérito. Propongo, en vez de novela histórica, historia novelada divulgativa o algo así.
Es el público el que dicta el gusto cultural y, a medida que el público va siendo más extenso, el gusto es, por así decirlo, obligatoriamente más mediocre, JUAN BENET