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Monstruos bajo la cama

vigan

Nada se opone a la noche

Delphine de Vigan

Anagrama, 2014. Colección «Compactos»

ISBN: 978-84-339-7736-6

376 páginas

9,90 €

 Traducción de Juan Carlos Durán

 

 

Sara Mesa

Escribir sobre la familia, qué gran reto. Escribir sobre la propia familia, sobre los orígenes de uno, sobre aquello que lo forma y lo hace ser como es, escribir sobre hechos dolorosos o incómodos, escribir a pesar de todo, de la incomprensión de los cercanos, de las acusaciones, los reproches, de la típica pregunta que no alcanza a entender qué necesidad hay de sacar los monstruos de debajo de la cama: “¿de verdad tenías que escribir sobre «eso»?”. Es la pregunta que le formuló a Delphine de Vigan su marido durante el proceso de escritura de Nada se opone a la noche, esa magnífica novela que, tras su considerable éxito crítico, saca ahora Anagrama en edición de bolsillo. La respuesta de la escritora me parece irreprochable. No, contestó sin dudarlo: “Tenía necesidad de escribir, y no podía escribir sobre ninguna otra cosa, nada que no fuera «eso»” 

Y en este caso, ¿qué es exactamente «eso«? «Eso« es la historia de su madre: una indagación honesta y por momentos desgarradora de los motivos -si es que puede hablarse de motivos- que la empujaron al suicidio a los 61 años de edad. En una crítica reciente, Jesús Ferrero afirmaba de este libro que tiene el mismo mecanismo que una autopsia: arranca con el descubrimiento del cadáver -precisamente por parte de la escritora- y se convierte en una suerte de ahondamiento y búsqueda de raíces, explicaciones, razones y recuerdos que determinen qué falló para que se produjese ese desenlace. De detrás adelante y de delante atrás, la novela, muy sinuosa, está fuertemente marcada por una cesura que distingue entre la parte de la vida de la madre que De Vigan reconstruye únicamente con la ayuda de testimonios -desde entrevistas con familiares a cartas, videos y otros documentos-, y que engloba fundamentalmente su infancia y adolescencia, y la parte en que De Vigan ya puede incorporar al relato sus propios recuerdos e impresiones. La historia es dura, sí, deja muchos cabos sueltos -voluntariamente, pues en ningún momento se aspira a conocerlo todo-, y desliza inquietantes reflexiones sobre las apariencias de felicidad familiar, sobre familias malditas desde el origen -manchadas por la locura, el suicidio y el incesto-, sobre la difícil convivencia entre hermanos, padre e hijos, parejas, cuidadores y cuidados.

“Escribir sobre la familia es, sin ninguna duda, la manera más segura de romper con ella”, dirá en determinado momento de su relato la escritora. Sin embargo, paradójicamente, el retrato de Lucile, esa hermosa mujer -la foto de la cubierta nos la muestra-, resulta de una luminosidad tan incontestable que termina leyéndose como un emotivo homenaje. Con sus luces y sombras, Lucile se nos presenta como la mejor madre que pudo ser de acuerdo a sus difíciles circunstancias vitales, una mujer bella y tenaz, recorriendo pasajes de soledad y adicción, de delirio y de miedo, pero que siempre luchó por salir adelante aunque finalmente no venciera.

Más allá de esta demoledora historia, para mí el mayor mérito del libro reside en la elegancia con la que se manejan temas autobiográficos tan complejos, sin caer jamás en el morbo ni en la autocomplacencia, a lo que contribuye una prosa límpida, eficaz y sin afectación ninguna. La literatura francesa contemporánea, tan dada al ombliguismo en ocasiones (desde Houellebecq a Carrère, pasando por Beigbeder o Angot, aunque con desiguales resultados en mi opinión), encuentra en De Vigan un ejemplo de cómo es posible hablar de uno mismo y de sus traumas a corazón abierto, con sinceridad y calidad literaria. Pero de nuevo surge la pregunta… ¿Por qué hacerlo? ¿Por exhibicionismo? ¿Para exorcizar fantasmas? ¿Por oscuros ajustes de cuentas? No, ni mucho menos. Más bien porque, como explica De Vigan, hay ciertos temas que no se pueden eludir sin que uno deje de ser quien es. Los que lean o hayan leído este libro comprenderán que, si se pasa en la vida por algo similar, esa historia habrá de salir por fuerza, sea bajo el formato que sea, y en este caso, si uno escribe, será mediante la escritura. Por ello, la novela -porque como tal ha de entenderse, dado que no busca el reflejo de «la« verdad absoluta, sino la reconstrucción de «una« verdad posible-, refleja bien las dudas, los vaivenes, los problemas de manejar un material real, la culpabilidad ante los posibles daños colaterales y, finalmente, la renuncia a lograr una explicación sólida y veraz, inamovible, del pasado. Nada se opone a la noche es no solo la historia de una mujer depresiva, no solo la historia de una familia numerosa que esconde terribles secretos tras su fachada, no solo la historia de dos niñas que han de crecer solas, cuidando de sí mismas, no solo una reconstrucción de la memoria: Nada se opone a la noche es también la historia de la escritura de Nada se opone a la noche, y no me estoy refiriendo únicamente a una cuestión formal o estructural. Me refiero a que este libro expone una de las reflexiones más lúcidas con las que me he encontrado últimamente sobre la necesidad íntima de escribir. Esa que, ante todo, uno no debería jamás verse forzado a justificar.

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