JUAN CARLOS SIERRA | Por todos lados donde tiene cabida la literatura se habla de lo último de Carlos Marzal, Nunca fuimos más felices, como un libro cuyo principal atractivo es que versa sobre fútbol: en las campañas de promoción de algunas grandes superficies, en alguna que otra reseña, en los subrayados de las entrevistas al autor, en los titulares y en los ladillos de los periódicos,… De hecho, en mi condición de padre de ‘minifutbolistas’ de bajo pedigrí y dejándome llevar por la corriente, lo he recomendado a algún que otro compañero de estadios y gradas regionales -quiero decir de Regional Preferente, si es que eso aún existe-, porque, como a mí me pasó en su momento, entendía que le iba a atraer verse retratado en algunos tramos de su lectura. Eso sí, también me aseguré de que mi recomendación no cayera en tierra lectora baldía, que es la más frecuente en los campos de fútbol patrios -y me imagino que también internacionales-, tanto entre la trashumante afición de los familiares que acompañamos a nuestros hijos los fines de semana como entre los profesionales tatuados, enjoyados y enganchados al Fifanosécuántos de la PlayStation -como si no tuvieran suficiente con lo que hacen en el campo-. En este sentido, resultan muy sabrosas las anécdotas que cuenta Carlos Marzal sobre Ander Herrera y Juan Mata, futbolistas más o menos ilustrados y lectores. No obstante, a mi recomendado lo advertí de que no pensara que el libro versaba solo y exclusivamente sobre fútbol, sino que había mucho, muchísimo más, y todo muy sabroso.
Efectivamente, por seguir la tendencia dominante en cuanto a Nunca fuimos felices, empezaremos por lo obvio: se trata de un texto -no me atrevo a llamarlo novela, aunque también he leído por ahí que se vende como tal- que habla sobre el mundo del fútbol, tan variado y jugoso dependiendo de quién lo aborde. Carlos Marzal, como un delantero versátil, lo ataca desde múltiples flancos. De un extremo al otro del campo, cambiando el juego cuando es necesario, el autor valenciano y valencianista confeso transita desde lo histórico hasta lo vivencial, desde la táctica sesuda hasta la humorada, desde el análisis casi científico al de tertulia televisiva -tan parecida en profundidad y conocimientos a la de la barra de bar-. De esta manera va desnudando todo el entramado actual del fútbol, lo deja en cueros mostrando sus miserias y sus grandezas. Incluso se permite el lujo humorístico de hacer su propia selección nacional, pero literaria, porque las letras y la pelota están mucho más relacionadas de lo que se suele pensar, sobre todo desde que al mundo de la intelligentsia le dio por despojarse de ciertos prejuicios intelectualoides y confesar públicamente sus amores futbolísticos, sin necesidad de rebajar por ello su calidad literaria. En este sentido, la actualidad le ha dado la razón al autor de Nunca fuimos más felices en forma de minuto de silencio en el Wanda Metropolitano en honor de Almudena Grandes por su corazón rojiblanco, un minuto de silencio estruendosamente clamoroso y manifiesto de esa relación íntima entre el fútbol y la literatura de la que habla Carlos Marzal en su último libro y de la que él mismo participa.
Pero el artefacto literario que ha montado el escritor valenciano es mucho más que fútbol. Ya lo avisa desde esa especie de prólogo o declaración de intenciones que es la primera parte del libro, llamado ‘Calentamiento’: “Este libro tiene por excusa el fútbol, pero es un libro de amor: de amor a mi hijo, de amor al fútbol, de amor a las cosas, de amor a la vida.” Aparte de que esta afirmación del autor echa por tierra todas las estrategias publicitarias-periodísticas alrededor de Nunca fuimos más felices, pone el foco en lo realmente importante de un libro que, al modo del último Manuel Vilas -tanto en el fondo como en la forma-, va fundamentalmente de cantar la alegría de vivir, a pesar de los obstáculos que nos suele poner la vida, de exprimir la paradójica felicidad que cabe, por ejemplo, en un entrenamiento de tu hijo a casi cien kilómetros de casa en invierno a las ocho de la tarde-noche y con Noé invitándote a subir a su arca; Nunca fuimos más felices trata sobre la necesidad de ser conscientes, en presente y no en pretérito imperfecto, de los regalos de la vida, que para Marzal se traducen en el amor paterno filial, pero también en el que se reparte en eso tan hermoso, tan sorprendente y tan generoso que es la amistad. Llegados a cierto punto de la vida, a cierto estadio de madurez, la pose del joven escritor maldito, atormentado, asocial, oscuro, endiosado, orgulloso de su dolor existencial,… ha quedado como un gesto estúpido, absurdo, como una soberana gilipollez de adolescentes trastornados -valga el pleonasmo y siempre desde el cariño-; con la perspectiva que dan los años, a pesar de las hostias que hemos podido recibir o precisamente gracias a ellas, y con la conciencia de finitud más a flor de piel, solo merece la pena buscar el disfrute en toda la cotidianidad empapada por el amor, que es la clave para no pegarse un tiro o tirarse desde la Grada del Mar del estadio de Mestalla.
A los sinsabores les intentaremos poner la distancia saludable e higiénica que nos proporciona el humor. De esto sabe mucho Carlos Marzal, como demuestra en Nunca fuimos más felices. El discurrir del libro está salpicado de giros divertidos, de bromas, de juegos de palabras ingeniosos, de ironías o de narraciones breves descacharrantes, como aquella en la que el narrador intenta leer mientras su hijo entrena a puerta cerrada y el resto de padres en un arranque de solidaridad mal entendida insisten en darle conversación y sacarlo de su momento íntimo de lectura -aproximadamente-. Son estos fragmentos del libro los que al lector lo van a mantener con una sonrisa constante que puede desbordarse en carcajada aquí y allá. Si en el espíritu del libro se observa la huella de Vilas, como indicábamos antes, en esta vis cómica de Nunca fuimos más felices reconocemos los modos de Felipe Benítez Reyes: un humor que se hace como sin querer al hilo de lo que se cuenta rompiendo las expectativas más habituales del lector; donde se espera desgarro, dramatismo o gravedad se propone una manera de estar y de narrar sin aspavientos que rebaja el drama y lo convierte en charlotada que muestra las costuras más o menos ridículas, esperpénticas, de lo narrado, es decir, de la vida.
No obstante, no estamos ante un libro de humor. No creo que sea esta la intención fundamental del autor, sino una más de las estrategias desplegadas en un libro cordial: “Mi propósito es ofrecer unas páginas cordiales en el sentido etimológico del adjetivo; es decir, que traten del corazón. De mi corazón, más o menos al desnudo. Del corazón de quienes conozco (…)”. Esta cita también pertenece al ‘Calentamiento’, a las promesas del autor, al proyecto de este; y bien que lo consigue, porque el libro de Marzal está escrito a corazón abierto y apunta al corazón del lector, a su sensibilidad, a sus emociones. Estamos ante un libro río que fluye en secciones de diferente extensión, un libro que se retuerce en meandros, que se extiende en aparentes brazos muertos, al que llegan afluentes y él mismo lo es, que parece que se va a desbordar por la crecida de las últimas lluvias, pero que encuentra su cauce y desemboca cordialmente en el amor, que aquí no es el morir, sino su antídoto. Estamos ante un libro extenso, amplio, felizmente inabarcable, a pesar de que parte de un solo individuo, de un autor que honestamente se abre en canal, que es al fin y al cabo lo que defiende Marzal que hace, ha hecho y hará la literatura que merece la pena. Así que podemos afirmar que afortunadamente Nunca fuimos más felices no es una novela al uso, sino mucho más, algo más que desborda el concepto clásico de géneros literarios para dar cabida a la celebración de vivir en el amor, a pesar de todo.
¿Quién se iba a imaginar que un libro con el fútbol como protagonista iba a hablar en el fondo tan poco de fútbol? Solo Carlos Marzal y los que creemos en su talento.
Nunca fuimos más felices (Tusquets, 2021) | Carlos Marzal | 531 páginas | 20,50 euros
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