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Pasiones desatadas

ALEJANDRO LUQUE | Curiosa la peripecia de Stefan Zweig entre los lectores españoles: ya en los años 40 y 50 se habían traducido algunos títulos suyos al castellano, pero nada impidió que el nombre del escritor austríaco cayera en el olvido. Hasta que el editor Jaume Vallcorba, al frente de Acantilado, logró despertarlo de ese sueño de varias décadas y ponerlo en las manos de una nueva generación de lectores. Ahora, en concreto desde el pasado 1 de enero, la obra de Zweig es de dominio público, y son muchas las editoriales que se han lanzado a reeditar a un autor que sigue levantando pasiones 81 años después de su suicidio en Petrópolis (Brasil).

De este aluvión de reediciones, destacaría especialmente dos iniciativas: la de Páginas de Espuma, que ha lanzado los Cuentos completos, y la de Alianza Editorial, cuya colección El libro de bolsillo se honra de presentar algunos de sus títulos fundamentales en nuevas y cuidadas traducciones. ¿Por dónde empezar con Zweig? Si uno quiere entrar en él por la puerta grande, ahí están sus impresionantes memorias, El mundo de ayer. También puede intentarlo por esa perfecta mezcla de amenidad y didactismo que impregna las historias de Momentos estelares de la humanidad. Pero si uno quiere hacerse una idea más rápida de su literatura, yo no dudaría en recomendar sus novelas cortas. Alianza ha reunido algunas de las mejores de dos en dos: un volumen con la Novela de ajedrez y Mendel el de los libros, otro con la Carta a una desconocida y Veinticuatro horas en la vida de una mujer.

Como recuerdo que nuestro estadista Joaquín Blanes reseñó en su día el Mendel, como otros compañeros han ido haciendo lo propio con otros libros de Zweig en la larga vida de EC, me decanto por comentar las mencionadas novelas de chicas. Es cierto que el mundo de nuestro autor fue eminentemente masculino, pero también prestó atención a los personajes femeninos, tanto reales (María Antonieta, María Estuardo) como de ficción (Clarissa, El amor de Erika Ewald, Las hermanas…). Las dos piezas que nos ocupan son paradigmáticas en ese sentido.

Una de las fórmulas recurrentes de Zweig en sus novelas breves es la confesión próxima al monólogo: poner a alguien a contar su vida bajo el influjo de una pasión poderosa que obliga al personaje en cuestión a decirlo todo, sin dejarse nada en el tintero. En la Carta a una desconocida, se trata de una comunicación epistolar, remitida al protagonista –un escritor ducho en las artes de seducción– por parte de lo que parece una admiradora secreta. En Veinticuatro horas…, es un largo discurso pronunciado por una mujer de cierta edad que se desahoga recordando un momento clave de su vida, aquel en el que estuvo a punto de lanzarlo todo por la borda dejándose llevar por sus sentimientos.

No digo nada nuevo si subrayo la maestría de Zweig en el retrato psicológico de sus personajes, el perfecto funcionamiento de sus mecanismos narrativos y, desde luego, la intensa humanidad que destilan todas sus historias. En un mundo que perdía el alma a marchas forzadas, con las peores pesadillas del siglo XX cerniéndose sobre Europa, la literatura era para él un recordatorio de todo lo que nos hace humanos.

Pero los personajes femeninos de estas dos novelitas –el diminutivo, créanme, es cariñoso– poseen una característica común que interpela directamente al lector: son transgresoras. Actúan de un modo diferente a lo que cabría esperarse de una dama, e incluso se arriesgan a que caiga sobre ellas la mancha de la infamia, la comparación con las pelandruscas, las golfas, las putas. Hay un orden que contiene, y hasta reprime, las emociones, parece decirnos Zweig; pero hay también una pasión, unas pasiones que, una vez desatadas, nada ni nadie puede detener. Y no es casualidad que sean mujeres quienes las expresan en estas historias, a pesar de ser quienes más tienen que perder. Tampoco lo es que, en los mismos años 20 en que vieron la luz ambos títulos, otro austríaco genial, Arthur Schnitzler, contara en Relato soñado el momento en que una honorable esposa se plantea la posibilidad de dejarlo todo por un capricho.

Si tuviera que quedarme con una de las dos, elegiría quizá la Carta por su intensidad bien dosificada y por su concreción, mientras que en Veinticuatro horas… la facilidad del prosista alarga un tanto innecesariamente el relato. En todo caso, insisto en que estamos ante dos buenísimos primeros bocados para el gran, casi inagotable banquete que es la obra de Zweig. Disfrute y reflexión garantizados: la pregunta se formuló hace un siglo, pero no estoy seguro de que hayamos encontrado aún la respuesta.

Carta de una desconocida. Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Alianza, 2023) | Stefan Zweig | 184 páginas | 11.50 euros | Traducción de Isabel García Adánez

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