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Sobran cabrones

MATAR CABRONES

 Tú también vas a morir -dijo mi dedo índice.

No… oye… no… yo… -balbucea Alpáñez,

Díselo a mi dedo -dije yo.

Por favor… -suplicaba Alpáñez.

No me cuentes tu vida -dijo el dedo.

Bang -dijo el revólver.

 

MANUEL MACHUCA| Lamento haber tardado tanto en leer a Fernando Mansilla. Su primera novela, Canijo, leída hace apenas un mes, me conmovió de una manera que no sabría explicar. Como si fuera tan adicto a la heroína como el protagonista, leerla me dejaba fatal, pero el mono me ganaba y volvía a ella a la mínima oportunidad que tuviera. Y así hasta el final, qué gran final, por cierto, y mucho después de haber cerrado el libro. No sabría describir, aún me siento incapaz, lo que su lectura generó en mí. Y eso que encontré fallos en su estructura, como el de que con mucha frecuencia narrador y protagonista se confundían y conformaban un punto de vista que me resultaba confuso, cambiante. En unos momentos era muy cercano a la acción y en otras se alejaba hasta parecer un relato de una aventura vivida hacía mucho tiempo. Debido a ello, y a pesar de la espectacularidad de su escena final, en mi opinión sentí que era una novela que no estaba bien cerrada. Algunos personajes me parecieron poco conseguidos, que merecían mucho más, como María, la madre de la familia Molina, o su hijo Pedrito. Incluso un personaje tan rotundo como el Gamba habría necesitado sacarlo de ese arquetipo tan despiadado y carente de alma.

Pero nada me importó. El relato de esa Sevilla que existió y a la que el sida diezmó por completo, me provocó tal impacto que le perdoné los fallos que hubiera podido encontrar. Porque más allá de aquellos aspectos mejorables, Canijo es un novelón indispensable para conocer lo que se cocía tras la puerta trasera de la ciudad de Sevilla, que es como decir en las cloacas de las ciudades españolas y europeas de los ochenta del siglo pasado.  La historia tiene tanta fuerza que se le puede perdonar esto y mucho más. Lamentablemente, esta novela, que debería considerarse de culto no solo en Sevilla, se quedará, por haber sido escrita en la ciudad de la gracia y publicada en el mismo lugar, en un mero relato localista. Ay, mi Españita.

Aún conmocionado, salí disparado a conseguir otras publicaciones del autor y a ver vídeos de sus entrevistas y actuaciones. Así, me hice con sus Poemas para la no posteridad (Cangrejo Pistolero, 2011) y este Matar Cabrones, que editó hace unos meses Barrett, que también publicó sus Relatos faunescos no hace tanto.

Matar cabrones es la novela inconclusa de Mansilla, fallecido en junio del pasado año, si bien, gracias al oficio editorial de Manuel Burraco y Zacarías Lara no me ha parecido que le faltase nada. Narra la historia de un nuevo personaje de la Alameda de Hércules sevillana, Adelardo, un trasunto de Canijo, el personaje de su novela anterior, músico también, que abandona un grupo de cierto éxito, y a su mujer y sus dos hijos, para, desde su apartamento de la calle Guadalquivir, introducirse junto a su perra Inca en el mundo de los sintecho del barrio, que han sufrido varias bajas de una forma tan misteriosa como violenta.

Existen paralelismos evidentes entre Canijo y Matar cabrones. Aunque en esta última la droga no tiene la relevancia que tuvo en la primera, en la que es la verdadera protagonista, Adelardo parece la imagen resucitada de aquel Canijo superviviente de aquella isla de tentaciones lumpen que era el Pumarejo cuarenta años atrás. También resultan difíciles de distinguir Ricardo Manuvench del Gamba, por citar a los personajes principales. Incluso en el apuntar personajes interesantes que no acaban de tener la relevancia esperada, como en el caso del Primo en Matar cabrones.

Sin embargo, no todo en los paralelismos podría criticarse. Es probable que Fernando Mansilla no haya sabido crear personajes sustancialmente diferentes a los de su primera creación, con la dificultad que puede costar si se está retratando un escenario tan similar. Pero lo que sí repite, con una maestría encomiable además, es su extraordinaria capacidad para describir escenas de una acción trepidante. Al igual que la memorable recreación de la pelea de dos familias gitanas, los Molina y los chinos, en la escalera de un bloque de las Tres Mil Viviendas, la liberación del indigente Óscar Valor tiene una espectacularidad que nada más que por leerla merece la pena adquirir el libro. Curiosamente ambas escenas se sitúan al inicio de las respectivas novelas.

Sí, es cierto, puede ser que Fernando Mansilla se repita de nuevo en esta novela. Que si hubiera escrito una tercera, es probable que habría vuelto a hacer lo mismo. Pero lo hace muy bien, al igual que otros muchos escritores que se repiten una y otra vez en cada publicación.

Es asimismo posible que, por estas razones, Matar cabrones no llegue a gozar de la relevancia de Canijo. Entre otras cosas porque la heroína destrozó una generación y todos tuvimos conocidos más o menos cercanos a los que el caballo se les desbocó y les arruinó la vida, mientras que el mundo de la indigencia nos resulta ajeno a la mayoría, y la discusión que al respecto realizamos la hacemos desde una óptica teórica o política. Pero no lo es menos que a Mansilla hay que juzgarlo como un creador total y como un personaje de una riqueza humana y artística impresionante, que ha retratado un mundo que las clases dirigentes desean esconder bajo la alfombra. Su oído social resulta indispensable, y hoy por hoy su pérdida resulta irreparable porque nadie como él ha sabido reflejar un mundo que existe y que no aparece entre las preocupaciones de los españoles. Qué más da si Fernando Mansilla se ha repetido. Cuántas veces habría hecho falta que se repitiera para que al fin nos enterásemos de lo que sucede en el mundo.

No quiero terminar sin resaltar el trabajo editorial de Barrett, una gente que ama lo que hace y lo ama bien. Este esfuerzo extraordinario por rescatar Matar cabrones, Manolete, Zacarías, ha debido de ser muy intenso, pero ha merecido la pena, y tenéis que sentiros orgullosos por ello. Porque en este mundo sobran cabrones y faltan Mansillas.

Matar cabrones (Editorial Barrett, 2019) |Fernando Mansilla|290 páginas|18,90 euros

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