REYES GARCÍA-DONCEL | «Dijiste que volverías pronto y has tardado cincuenta años». Con este reproche Adriana Zuber, anciana solitaria e inválida en silla de ruedas por los efectos de una enfermedad degenerativa, recibe a su antiguo pero no olvidado amante Gabriel Aristu, un elegante, culto y exitoso abogado financiero afincado en EEUU. Después de toda una vida amándose pero separados por miles de kilómetros, y también por el olvido y la nostalgia, ¿qué otra cosa se puede decir? No te veré morir podría haberse quedado simplemente en una novela romántica, mimbres había, sin embargo Antonio Muñoz Molina ha escrito una magnífica obra sobre el amor pero también sobre los sueños aplazados y la imposibilidad de recuperar el tiempo perdido, sobre los secretos que camuflamos entre la memoria y el olvido, sobre la Historia de España, sobre las decisiones personales y los condicionantes de esas decisiones, sobre lo que se es y lo que se podría haber sido, y sobre la muerte como último horizonte. Un hermoso y sabio retrato de la vejez, quizás porque el autor ya la presiente cerca: «La vejez empezó siendo el miedo a tropezar y caerse», que tiene su clímax en ese encuentro de los antiguos amantes cuarenta y siete años después.
La novela se estructura en cuatro partes cada una con consistencia propia, pero complementarias. La primera es una única oración de setenta y tres páginas que responde a un flujo de recuerdos y sueños, más o menos secuenciados en el tiempo, una oleada de presente, pasado y futuro que va inundando la mente del protagonista. A través de sus recuerdos como hijo, Gabriel Aristu cuenta la historia de su padre, incluida la guerra civil en la que este sufre represalias a mano de los republicanos en Madrid. Una persona culta, crítico musical en el ABC, amigo de Falla y Adolfo Salazar, de derechas pero al que le horroriza el franquismo, que intenta eliminar en lo posible la influencia de la «brutalidad cuartelaría y eclesiástica de los vencedores», y que con gran esfuerzo económico paga la educación de Gabriel en el prestigioso London School of Economics. El sacrificio del padre se convierte en una hipoteca de agradecimiento, una deuda moral. Dentro de la mitología personal del hijo la cabellera canosa del padre: «esa especie de plumón blanco como de cráneo tiñoso» simboliza su sufrimiento, y le recuerda que él debe cumplir con su deber, esto es: la marcha a EEUU para responder a las expectativas familiares creadas, a pesar de las inevitables renuncias. Antonio Muñoz Molina hilvana ambas biografías, la de los padres —la historia de un país— y la del hijo, con habilidad pues siempre vuelve de lo colectivo a lo íntimo, al conflicto interior, a la nostalgia de Gabriel.
En la segunda parte quien nos habla es Julio Márquez, un profesor español emigrado a América, experto en Valdés Leal, y amigo de Aristu. Esto le permite al autor contarnos tanto la vida personal y académica de este profesor—que también arrastra un doloroso pasado familiar—, la de Aristu en América, y por extensión la vida de los emigrados, algo que por experiencia propia el autor conoce muy bien. Gracias a este profesor español, Gabriel Aristu se pone en contacto con la hija de Adriana y prepara el encuentro.
La tercera parte, eje central de la novela, está dedicada al intenso y emotivo encuentro de los amantes ya ancianos en Madrid. Ambos saben que han vivido sus propias vidas y no tienen futuro ni juntos, ni casi por separado en el caso de ella. El autor nos lleva en el encuentro por emociones contradictorias, hay confianza, extrañeza, cercanía, formalidad, rigidez, ternura… Se reconocen con dificultad, pero ahí están todavía«las manos infantiles» o «el brillo húmedo de sus ojos que resplandecían ajenos a la ruina del cuerpo, al cautiverio de la parálisis». Se reprochan, «el sentido del deber, la lealtad filial, serían siempre más poderosos para Gabriel Aristu que su amor por ella». Se justifican desnudos frente a sus debilidades, y vuelven una y otra vez a la última tarde para ella, noche madrugada para él pues «el que se marcha olvida con mucha más facilidad que el que se ha quedado. Para el que se marcha desaparece el mundo donde se anclaba la memoria», que estuvieron juntos. La pasión puede durar, la belleza resplandece también en la vejez, que el autor muestra sin atenuantes: «Olía tristemente a enfermedad, a medicinas, a ácido úrico, a vejez».
En la cuarta parte de nuevo nos habla el profesor español Julio Márquez con motivo de una conferencia/reunión social en la casa familiar de Aristu, realizada después del encuentro con Adriana que el protagonista, haciendo gala de confianza y amistad, le relata. Y aquí lo vemos de nuevo convertido en mecenas cultural, exitoso abogado financiero, reconstruido ya de la sacudida emocional que le produjo el encuentro: «pulcro, muy educado hasta el fingimiento, bien vestido, bien hablado, siempre hace lo que se supone que se debe hacer».
Como hemos apuntado más arriba, Antonio Muñoz Molina no se queda en la relación amorosa sino que aborda importantes temas, entre ellos la emigración donde realiza reflexiones: «Yo no sabía que no estaba aprendiendo a no ser americano, sino a ser extranjero», que coinciden con las del autor griego Kallifatides en su periplo sueco. Y analiza cómo las circunstancias históricas de los padres condicionan el futuro de los hijos, cómo existe la herencia de los traumas, y cómo hubiera sido la vida que habrían tenido en contraposición a la que tienen en el caso de los protagonistas: ¿Qué habría pasado si Gabriel se hubiera quedado o si Adriana se hubiera ido con él a Estados Unidos? «Al alejarse de Adriana Zuber, de quien se había apartado era de sí mismo, de las mejores posibilidades que había en él. (…) desligado de ella, simplemente había sido otra persona, sin necesidad de disimulo, con toda convicción, intoxicado por los alicientes de la vanidad y del dinero, de la sensación de poderío, la embriaguez del ascenso social».
La estructura narrativa comentada es perfecta para el reto literario de hilvanar la historia de la familia y del país, de los amantes y de los profesores emigrados a EEUU. En el aspecto formal Antonio Muñoz Molina, como nos tiene acostumbrados, no defrauda al evocar con lenguaje poético y palabras precisas las emociones tanto personales como colectivas, donde añade tintes autobiográficos. Mención especial merece el tratamiento que hace de la música: el padre —de nuevo— le educa el oído y le transmite la afición, tanto que Gabriel es un apasionado del violonchelo, el que —de nuevo— pospone tocarlo hasta su jubilación.
Novela comprimida que se agradece porque dado el amplio arco temporal y temático podría haber abarcado gran número de páginas. Los personajes son seres humanos plenos, enfrentados cara a cara con el tiempo y con la muerte, a pesar de que cuando jóvenes: «No era posible imaginar no ya que se separaran sino que pudieran no morir al mismo tiempo». Pero como se lamentaba la uruguaya Idea Vilariño en su precioso poema de donde toma el título esta novela, las decisiones, las vidas elegidas han hecho que ninguno vea morir al otro.
No te veré morir (Seix Barral 2023) | Antonio Muñoz Molina | 238 páginas | 19,90 €