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Todos hemos sido niños alguna vez

ELENA MARQUÉS | Todos hemos sido niños alguna vez. (Hay personas que no dejan de serlo nunca.) Sin embargo, qué trabajo nos cuesta ponernos en su pellejo, volver a ver las cosas a través de sus ojos. No digamos darles voz, transcribir su inocencia.

Tras la realidad, la última novela de Eva Monzón, cuenta-no cuenta una historia muy muy dura con un niño como protagonista. Aunque no es el único personaje que deja fluir su conciencia para explicar sus percepciones y vivencias. Su «mamá 2», que se debate entre el deber, la justicia y la culpa en la que las mujeres de mi generación nos hemos criado, aporta su versión de los acontecimientos, que, como siempre, será incompleta. De ahí el acertado nombre del libro. Porque nunca llegamos a conocer la verdad de un hecho. Sobre todo cuando el objeto de ese hecho está muerto y no puede aportar la parte que le corresponde.

Es mucha la punta que puede sacarse a esta historia. Bueno, a todas las historias. Pero reconozco que Monzón lo ha hecho en esta ocasión de la mejor manera. En dos días en la vida de Samuel se nos cuenta, o se nos deja intuir, el horror que ha vivido sin saberlo, el entorno en el que se mueve, la familia que le ha tocado, la trascendencia que esa construcción social de la familia tiene, para lo bueno y para lo malo, la importancia de la educación, los desastres de la ocultación, del silencio.

El maltrato, desgraciadamente, forma parte de nuestro mundo, y contar una historia de violencia sobre las mujeres puede llenar muchas páginas que, por el hecho de ser un tema de trascendencia moral, cabe en novelas y en todo tipo de narración, y tendrá muchos lectores y lectoras interesados en situar este asunto, juntos a otros que no vienen al caso, en la palestra; pero no siempre eso concede el grado de literatura a lo que se escribe, que ya nos conocemos. En este caso, sí.

Aquí fondo y forma casan de tan buena manera que, a pesar del sufrimiento que ocasiona su lectura, la experiencia merece la pena. Porque no hay complacencia en el dolor, exceso de dramatismos. Entre otras cosas porque Samuel ni siquiera es consciente de la dureza de los acontecimientos. Será Samanta, y, sobre todo el lector, quien llene esos huecos. Y será también Samanta quien, sometida a otros condicionantes, a razones «de peso», busque redimirse, por fin, con un gesto heroico. Porque toda denuncia lo es. Y más cuando el enfrentamiento se produce con alguien demasiado cercano. Aunque creo que soy yo la que está contando más de lo debido.

La novela, como he dicho, transcurre en apenas dos días, dos días cruciales, pero distintas analepsis nos ponen en antecedentes. Son recuerdos muy dispersos, lo que da, además, riqueza y variedad al texto, aunque en ocasiones introduce personajes que nos desconciertan y que solo más adelante podremos entender.

Porque, además de los protagonistas por derecho propio, a los que llegamos a conocer gracias a ese recurso del fluir de conciencia, para lo que Monzón muestra gran habilidad, aparecen ciertos tipos muy interesantes en torno a los padres de Samuel que abren nuevas vías para hablar de lo que importa. De las oportunidades que se dejan atrás, de las renuncias, de los sueños de juventud, de la cobardía, del miedo, de la ceguera (metafórica, claro), de las apariencias, de la falta de libertad, del amor. También del amor mal entendido, que es, en el fondo, el problema que subyace en el maltrato, la idea de que lo amado es posesión, aderezada con otros muchos ingredientes, léase el complejo de inferioridad, la frustración, la costumbre… Aparte de que algunos de esos personajes nos ofrecen, a la manera cervantina, pequeñas historias de vida tras las que bien podían ocultarse otras tantas novelas.

Por eso el lector ha de hacer un pequeño esfuerzo en la tarea. La de reconstruir el puzle. Pero no se preocupen, que no tiene pérdida porque la arquitectura que lo sustenta es sólida, y porque la fórmula elegida, con un lenguaje directo, expresivo y poco dado a florituras retóricas, contribuye a que nos deslicemos con facilidad, de fragmento en fragmento, de voz en voz, de recuerdo en recuerdo, sin posibilidad de extravío. Por otra parte, creo que no había otra forma. El estilo, de frases cortas, como fogonazos, ayuda a crear esa atmósfera de opresión, de urgencia (siempre hay plazos que cumplir), de duda, incluso de irrealidad. Y a recrear la mirada de Samuel, que a veces salta de un tema a otro porque es lo que es: un niño incapaz de hilvanar un discurso siempre coherente.

En definitiva, una novela recomendable que no deja indiferente y que desde aquí os sugiero como próxima lectura.

Tras la realidad (Extravertida, 2023) | Eva Monzón | 200 páginas | 18 euros

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