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Tormenta de mierda

chile

 

Nocturno de Chile

Roberto Bolaño

Anagrama, 2014. Colección “Compactos”

ISBN: 978-84-339-7748-9

150 páginas

7,50 €

 

 

José M. López

«¡Oh las sombras que se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!»
(“Nocturno”, José Asunción Silva)

Solemos relacionar  lo literario con grandes ideales y valores elevados. La Literatura que cambia el mundo, lo encumbra y lo sublima. Puede que el acto literario colinde con todas estas quimeras, puede que yo lo crea, pero lo que no creo es que suceda lo mismo con todo aquello que rodea al propio acto de escribir. Me refiero al mundillo de escritores, editores, críticos… con sus cenáculos literarios, fiestas, presentaciones de libros, etc. En estos ambientes suele, o eso me han dicho, proliferar la expresión de las bajezas humanas: envidias, soberbias y codicias, y la Literatura con mayúsculas se convierte en una coartada de vanidades que legitima todas estas degradaciones.

También Bolaño debió sentir algo parecido después del viaje que realizó a su país natal en 1999, tras el cual escribe Nocturno de Chile, que acaba de reeditar Anagrama en su colección “Compactos”. Esta novela corta se disfraza de crónica política y literaria en la que el autor de Los detectives salvajes disecciona el Chile de la segunda mitad del siglo veinte.  El personaje que vehicula la historia es Sebastián Urrutia Lacroix, un sacerdote y célebre crítico literario que en su lecho de muerte va recordando, en primer lugar, sus iniciáticos escarceos con el mundillo literario chileno; tras ello, su viaje a Europa en el que debe estudiar los métodos de conservación de catedrales, basados en la domesticación  de halcones; en medio encontramos un extraño pasaje en el que se le encomienda al clérigo dar clases sobre ideología marxista a Augusto Pinochet y a algunos de sus generales; y el libro termina con la pintura subyugante de las apacibles tertulias literarias a las que asistía en casa de la escritora María Canales. Y digo subyugantes porque, mientras los intelectuales del país disfrutaban de estas agradables veladas, en el  piso de abajo se torturaba a opositores del régimen militar. La literatura y el glamour en el piso de arriba; abajo, en el sótano, la ignominia y el terror. Y esta idea del servilismo de la Literatura hacia el horror, o, al menos, esta complicidad ciega, esta ausencia de sentimiento de culpa de los que se suponen las élites intelectuales de una país ante tales atrocidades, debió dormitar muy cerca del escritorio sobre el que Bolaño escribió esta novela corta, pero enorme.

El estado agonizante en el que se encuentra el narrador condiciona inevitablemente la forma de la novela. Su voz conforma un texto algo deslavazado y frenético (nada de capítulos, párrafos ni punto y aparte), que, sin llegar a los extremos del flujo de conciencia, recuerda a uno de los narradores del Faulkner de Mientras agonizo. Porque Bolaño no exige tanto al lector, o al menos eso le hace creer, y ofrece una prosa que se mantiene sobria, en apariencia ingenua, pero que, si miramos debajo, siempre esconde otra capa, un significado oculto, un más allá al que ya solo accede aquel osado dispuesto a penetrar en el enigmático simbolismo del chileno. Y es que en Bolaño -quizás lo tenemos ya demasiado divinizado- nada parece gratuito; siempre creemos que hay algo oculto bajo cada anécdota o frase, detrás de cada palabra, o hasta de un punto o de una coma.

En un primer momento el escritor chileno no quiso llamar a este libro Nocturno de Chile. Sus amigos y editores le convencieron de que lo cambiara, pero el título original era otro algo más visceral, y que quizás expresaba de manera más precisa su estado de ánimo ante las vilezas morales que, por acción o por omisión, se habían cometido en su país durante la segunda mitad del siglo veinte ¿Que cuál era? Tormenta de mierda.

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