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Triplete

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Karin Tidbeck

Fábulas de Albión, 2014

ISBN: 978-84-939379-8-0

176 páginas

19 €

Traducción de Carmen Montes Cano y Marian Womack

 

 

Luis Manuel Ruiz 

Igual que las teologales, tres son las virtudes que puede reclamar para sí la joven editorial Nevsky Prospects, prolongada en su filial anglosajona Fábulas de Albión. Una: el rescate de la literatura nórdica, sin comprometernos excesivamente en el contenido de dicho adjetivo, lo cual quiere decir un intento de salvar para el lector en castellano mucho de lo mejor que se ha escrito en los países de la tundra y el abeto, primero Rusia, pero también Suecia y otras fronteras nevadas. Dos: el rescate de la literatura femenina, hecha o incubada por mujeres, que si bien figuran cada vez con mayor asiduidad en los catálogos de novedades han sufrido un obligado silencio durante décadas que también son siglos. Tres: el rescate de la literatura fantástica, considerada inferior por la cultura de la barba y los anteojos, pasto de adolescentes y de cerebros sin madurar al que jamás se aproximaría una persona mínimamente seria, pero que, no obstante, bucea con la misma profundidad (y aun más) en los mismos dilemas estomagantes que ocupan a la otra literatura, la que sí tiene derecho a existir.

Esas tres marcas de la casa están presentes y bien presentes en la recopilación de que toca hablar hoy, Jagannath. Porque uno: la autora es sueca, aunque también escriba intermitentemente en inglés, el latín de la era cibernética. La solapa nos avisa de que Karin Tidbeck, nacida en Estocolmo en 1977, ha estudiado antropología y escritura creativa en su ciudad natal y en Skurup; de que actualmente se dedica, aparte de a armar libros hermosos e inquietantes como éste, a la enseñanza y a la edición de textos; de que ha sido antologada en diversas recopilaciones y reconocida con diversos premios. Dos: la autora es mujer, según reflejan más sus propios cuentos que la fotografía que acompaña a la semblanza, y ello porque en sus argumentos abundan las adolescentes a las que la sangre está a punto de hacer ingresar en la vida adulta, con todos los problemas de identidad y búsqueda de horizontes que la cosa plantea, y porque se demoran en reflexionar con especial énfasis sobre la presencia femenina en posibles mundos alternativos, estén éstos habitados por duendes o máquinas. Tres: los cuentos de la autora son fantásticos. Y aquí llegamos tal vez al calificativo más problemático de todos, porque si en lo de sueca o mujer podemos ponernos más o menos de acuerdo (omitiendo chistes con Alfredo Landa de por medio), lo de fantástico parece bastante más peliagudo. Porque fantástico, lo que se dice fantástico, es un saco donde caben cosas como el Poema de Gilgamesh, el Asno de Oro, el ciclo artúrico, los cuentos de los Grimm, las novelas de Kafka y las del llorado Gabriel García Márquez. Objetos todos cuya similitud no resulta evidente a primera vista y cuyo grado de parentesco con la literatura de Tidbeck, si lo tiene, tampoco parece fácil de determinar.

Pero sí, los cuentos de Tidbeck son fantásticos también en un triple sentido. Uno: el más obvio: son fantásticos porque son buenos cuentos. Están bien escritos, algo que, aunque no domine el sueco, soy capaz de apreciar, igual que cualquiera, porque la calidad de las metáforas y el detallismo en las descripciones, amén de los caracteres de los personajes, superan las diferencias idiomáticas. La autora posee un talento irreprochable para retratar ambientes, esa gran aportación de la narrativa fantástica: ese clima entre ominoso y melancólico que se erige en protagonista de muchos de los relatos por encima de los actores y que sabe conducir la trama hasta una correcta conclusión. Dos: hablamos de fantástico porque más de la mitad de los títulos de la recopilación se interna en el otro mundo. Quiero decir: esa realidad paralela donde residen las hadas, los trasgos, las entidades invisibles del suelo y la naturaleza, más palpable en las latitudes boreales, y que aparecen y desaparecen a través de las líneas del libro como los fantasmas que atraviesan un entrepaño. No desvelo ningún detalle incómodo al lector si le prevengo ya de que “Cartas a Ove Lindström”, el segundo relato del conjunto, tiene como gran protagonista ausente a un hada recluida en un bosque, nación ésta, la de las hadas, o duendes (‘the Secret Commonwealth’, en la feliz expresión del reverendo Kirk), que también exploran “El complejo de vacaciones de Rita”, “La montaña de los renos”, y la sobresaliente “Pyret”. Tres: hablamos de fantástico también por las máquinas, el futuro, las ucronías, el ‘steampunk’. Sí, Tidbeck también ha sido antologada en selecciones de narrativa ‘steampunk’, ese subgénero de la ciencia ficción que trata de recuperar el aroma añejo del siglo XIX y la mitología de Wells y Verne, y eso, naturalmente, se deja sentir en su manera de inventar. Sin duda, lo mejor de Jagannath cae de ese lado: al mezclar aparatos mecánicos y seres de carne y hueso, la autora saca todo lo extraño, inquietante, maravilloso y repugnante que su imaginación puede dar de sí. “Beatrice” es una bellísima historia de amor entre un doctor alemán y un dirigible; “Herr Cederberg”, la caricatura de un hombre tímido que se convirtió en moscardón; “¿Quién es Arvid Pekon?” plantea una misteriosa comedia de los errores con un ventrílocuo de por medio; y “Jagannath”, que da título al volumen, contiene una especie de alegoría de tintes feministas sobre el destino de las comunidades y el papel de los individuos que las integran.

Para cerrar un último triplete, el de los motivos por los que comprar este libro o hacer que nos lo presten. Son repetidos. Uno: Tidbeck escribe bien. Dos: Tidbeck escribe relatos fantásticos. Tres: es difícil encontrar el motivo uno y el motivo dos unidos en personas que no son Tidbeck.

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