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Desenfadado tratado antirracista

LUIS ANTONIO SIERRA | Puede parecer manía persecutoria u obsesión que las últimas reseñas publicadas por este reseñista giren de manera recurrente en torno a temas directamente relacionados con los Estados Unidos de América, y más concretamente con hechos muy desafortunados que han marcado de manera violenta – en todos los sentidos – la vida de los ciudadanos de ese país y, directa o indirectamente (dependiendo de lo que se trate), la de quienes no vivimos en esas tierras. Créanme cuando les digo que no existe ninguna obsesión, que es puro azar lector, aunque no voy a negar que, por distintas razones que no vienen al caso, las cosas que acontecen en el país de la bandera de las barras y estrellas despiertan desde hace mucho tiempo mi interés.

Hace un rato veía en el Telediario que Hattie McDaniel, la actriz que hacía de criada en Lo que el viento se llevó, fue la primera intérprete de raza negra que ganó un Oscar allá por 1940, pero que – y aquí viene lo tremendo – no pudo recoger su estatuilla ya que las leyes de segregación racial de la época prohibían su asistencia a la ceremonia. Cierto es que las cosas han cambiado desde entonces, pero el racismo contra la minoría negra, en particular, pero también contra otras minorías (asiáticos, hispanos, nativos, …), en general, sigue campando a sus anchas con bastante impunidad en los Estados Unidos de América.

Por eso, es más que necesario seguir denunciándolo y, sobre todo, combatiéndolo. Hay muchas formas de hacerlo, entre ellas, utilizando la palabra como herramienta antirracista. Ya lo vimos en Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie, y ahora es el turno de Percival Everett con su novela Los árboles, ganadora del premio de literatura cómica Bollinger Everyman Wodehouse en 2022 y finalista ese mismo año del prestigioso premio Booker. Everett nos traslada a un festín de violencia y brutalidad a lo largo y ancho de los Estados Unidos con epicentro en la localidad de Money, Misisipi. Los detalles se los ahorraré al potencial lector de la novela, pero no puedo evitar mencionar que ese frenesí de sangre – casi gore en algunos momentos – está atravesado por un humor muy negro salpimentado con una ironía mordaz que, si bien no provoca en el lector una carcajada continua, sí que es capaz de mantener el rictus durante lo que dura la lectura – amena, por otra parte – de este libro.

Sin lugar a dudas, Los árboles es también un ajuste de cuentas, desde la literatura, con la historia racial del país, un libro que podemos decir que se encuentra a medio camino, a veces, entre el surrealismo y el realismo mágico. En sus páginas recordaremos el violentísimo pasado asociado al supremacismo blanco y la consecuente segregación racial que acumula el país. Rememoraremos los ajusticiamientos, ahorcamientos, linchamientos llevados a cabo por el Ku Klux Klan, fundamentalmente en aquellos estados sureños como Misisipi donde el sistema esclavista perduró. Pero no sólo en estos estados se practicó abiertamente la segregación, sino que fue patente también en el resto del país y contra distintas minorías étnicas aparte de la negra. Pues bien, fundamentalmente los negros, pero también representantes de otras minorías como la asiática vengan en este libro a esos antepasados suyos injusta y salvajemente asesinados porque sí.

Y una cosa más que merece ser señalada: el eclecticismo de géneros que encontramos en la obra de Everett incluye un clásico de la literatura popular en los últimos tiempos, esto es, el thriller policíaco. Aquí nos vamos a encontrar con policías y distintas agencias investigando los crímenes que acontecen, siguiendo pistas hasta la otra punta del país, intentando atar cabos, sospechando y recelando entre ellos. Nada que no hayamos visto ya. Aun así, nos parece magistral el juego de cambio de roles – como parte de la venganza – que hace el autor entre investigadores e investigados, o, dicho de otra manera, entre víctimas y victimarios, en definitiva, entre negros y blancos. Serán los agentes de raza negra – y asiáticos también – quienes investiguen a los blancos herederos del segregacionismo racial. No deja de ser interesante también la razón que uno de los agentes de raza negra da para justificar su oficio, esto es, asumir la autoridad para evitar así las injusticias cometidas contra su gente en el pasado – y en el presente también – aunque, por desgracia, ellos mismos a veces se conviertan – voluntaria o involuntariamente – en cómplices de esas mismas injusticias.

Los árboles (De Conatus, 2023) | Percival Everett | Traducción de Javier Calvo | 360 páginas | 22,90 euros.

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