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Esa mezcla explosiva

JOSÉ MARÍA MORAGA | Cada nuevo libro de Sara Mesa que se publica es un acontecimiento editorial que levanta mucha expectación. Decir que se ha convertido ya en un nombre mayúsculo de nuestras letras es prácticamente un lugar común pero parece también en cierto modo que la escritora se ve obligada a revalidar su estatus con cada título que nos entrega. Sara tiene, por supuesto, sus detractores pero cada vez que escucho o leo a alguno que Sara Mesa “es muy fría”, o “no transmite”, tengo la sensación de que esa persona no ha entendido nada. A usted le puede gustar o no esta autora, pero lo que es innegable es su pericia a la hora de diseccionar las realidades sobre las que posa su ojo, a menudo convocando una sensación desagradable que es la que algunos lectores identifican con una supuesta carencia por parte de Mesa. Si usted no quiere mirar ahí, debajo de la alfombra, o no le apetece enfrentarse con ciertos demonios, es perfectamente lícito que no se acerque a sus libros. Si por el contrario usted desea zambullirse en el alma humana (algo que incluye sus muchas miserias), ha venido al lugar indicado.

Pasado el torbellino de Un amor, la anterior novela de Sara que tantos éxitos, premios y buenas críticas ha cosechado, nos llega ahora La familia, novela muy fragmentaria o más bien ciclo de relatos, subgénero que no cuenta con muchos representantes en la tradición hispánica (sí por cierto en la anglo). La adscripción de La familia a un género u otro no resulta a la larga tan importante, ya que no afecta para nada a su lectura y comprensión. Antes bien, me hace gracia este cierto equívoco o ambigüedad en una obra que trata de presentarnos a una familia a través del tiempo, ya que la memoria, como bien se sabe, es equívoca, tramposa y fragmentaria. O en palabras de Sara Mesa, esta facultad intelectual “tiene claros los planteamientos, a veces los nudos, jamás los desenlaces.”

Mientras leía el libro, me sentía atraído y repugnado por los miembros de esta familia (cuyos apellidos nunca llegamos a saber) por partes iguales. A lo largo de catorce secciones –relatos o capítulos- podemos conocer de manera no cronológica algunas claves como el noviazgo de los padres, ciertos hitos vitales de cada uno de los cuatro hijos, así como de Padre y Madre, además de sus relaciones en los ámbitos social, amoroso, vecinal o profesional. En conjunto, una información más que insuficiente para resultar completa o exhaustiva, pero cuyos huecos el lector deberá ir rellenando al gestáltico modo si quiere hacerse una idea de en qué consiste esta familia que da título a la obra. En este sentido, tal vez el capítulo más representativo sea “Aqui [no es errata, es diminutivo de Aquilino] en siete fragmentos”, que nos presenta literalmente siete anécdotas que son otros tantos momentos en la infancia del hijo menor, definiendo perfectamente su carácter.

Otros de los capítulos se refieren a momentos o escenas que sospechamos representativas porque son el único material que la autora nos brinda, pero que pasarían por triviales en cualquier otro contexto, mientras quedan ignorados los verdaderos resortes y explicaciones de las grandes convulsiones familiares. ¿Por qué contarnos tal historia y no otra sobre un personaje? De igual modo, en la vida real, las crónicas de las familias graban unas anécdotas elevándolas a la categoría de mitos mientras hay cosas de las que no se habla, y en ese sentido, el libro logra asemejarse a una especie de anales chungos de esta particular célula familiar. Para colmo, el mundo de Sara Mesa es tan sutil y complejo que la desazón se agazapa en cualquier mínimo detalle. Por ejemplo: los simples golpecitos de una rama de pino en el cristal de una ventana o unos zapatos sucios pueden sacudirnos y llenar al lector de ominosos presagios.

Algunas de las señas de identidad de la prosa de Sara Mesa son la esbeltez del estilo, carente de ornato, y la inexorabilidad con que las tramas avanzan, siguiendo una especie de lógica perversa e interna que termina por atrapar a quien se sumerge en sus obras. Ambas cosas las encontramos en La familia, la precisión de las tramas acentuada por tratarse cada capítulo de un texto que podría funcionar perfectamente como relato breve aislado. Imposible destacar ninguno porque las piezas son auténticas joyas, y me parece absurdo citar aquí unos títulos sin adelantar sinopsis, cosa que no quiero hacer. El estilo espartano también es marca de la casa, como lo es la ausencia de elementos externos que podrían dotar al libro de “color local” (me refiero a marcas publicitarias, menciones a programas de televisión, celebridades…) que hubieran anclado fácilmente este libro a la memoria colectiva de los lectores españoles pero también lo hubieran lastrado, restándole universalidad. Apenas una mención a una campaña de uso del preservativo nos permite encuadrar las historias entre los años ochenta y noventa, pero no nos encontramos desde luego ante un ejemplo de ese realismo sucio que hizo bandera bajo la merendilla de leche, cacao, avellanas y azúcar.

Y sin embargo, la familia de Sara Mesa es claramente una familia española del último cuarto del siglo XX, deudora de la tradición “oprimente” de Doña Perfecta o La casa de Bernarda Alba pero también de aquella más amable de Pepe Isbert que rodó Fernando Palacios. Por primera vez, y esto sí que constituye una novedad, el humor está presente como herramienta fundamental en una obra de Sara Mesa y el resultado, justo es reconocerlo, funciona a la perfección. La infancia y la ingenuidad que la acompaña son a menudo el tamiz ideal para presentarnos situaciones o hallazgos lingüísticos muy divertidos (yo he soltado más de una carcajada) pero que no dejan de estar al servicio de la visión global de esta familia, poniendo de relieve aspectos no siempre tan agradables.

Otra cosa que se agradece a la autora es que no se haya deslizado por el fácil tobogán de la crítica a la Religión o la Iglesia como origen de todos los males actuales de España, lo que constituye ya un verdadero cliché. El cabeza de familia, el insobornable Padre, es un auténtico fanático de la ética y la rectitud, y a su modo, equiparable a muchos fanáticos religiosos que todos de seguro conocemos en nuestro entorno. Son personas que, desde la mejor intención, resultan inflexibles y causan mucho daño a su alrededor, convencidos de estar haciendo el bien (“Hay un tipo de incomprensión que siempre va ligada a la censura moral”). Por una vez, la superioridad no viene acompañada del recurso de las misas y la beatería, con lo que se muestra que la intransigencia es una cualidad humana, que puede florecer tanto en la muy católica España como en la India de Gandhi.

Con ese Padre omnímodo, esa Madre sufrida ama de casa y esos cuatro hijos dispares pugnando cada uno por su espacio, me da por pensar que la familia representada en la obra homónima de Sara Mesa es el último modelo homologable de familia española. Aunque luego caigo en que no, en que la familia es una institución social pero también natural que se transforma, muta, cambia de piel y nos sobrevivirá a todos porque escapa a cualquier definición y a cualquier corsé. Personalmente, la familia en la que yo crecí no tiene nada que ver con la de esta novela y, no obstante, en ella me he visto o he visto muchísimas cosas que reconozco porque están representadas con vocación de universalidad de manera exitosa.

Hablaba al principio de lo que puede suponer este nuevo libro en la carrera de Sara Mesa. Sin duda un paso firme, sólido, en la dirección correcta. Hasta donde sea capaz de llevarnos tras Un incendio invisible, Cuatro por Cuatro, Cicatriz, Mala letra, Cara de pan, Un amor y ahora La familia sólo ella lo sabe. Me gusta pensar que cada nueva entrega de Sara, cada librito rectangular de Anagrama, constituye una nueva baldosa de un camino que nos va llevando a un sitio muy prometedor y muy especial donde ocurren prodigios magníficos y terribles. Me gusta pensar que al final de todo hay un palacio donde –si descorremos la cortinilla- nos encontraremos al mando de todo a nosotros mismos, mezquinos, desnudos y asustados: humanos. Y al que no le guste, que no mire. Quedan avisados.

La familia (Anagrama, 2022) | Sara Mesa | 232 páginas | 18,9 €

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