José de Espronceda
Visor, 2011. Colección «Amaranta»
ISBN: 978-84-9895-071-7
142 páginas
14 €
Edición de Jesús García Sánchez
Prólogo de Antonio Ferrer del Río
Juan Carlos Sierra
Decir José de Espronceda significa, por encima de todo, “Con cien cañones por banda/ viento en popa a toda vela…” y un pirata en su “velero begantín”, pero también el rapto enamorado de Teresa Mancha y su canto fúnebre en El diablo mundo, la sociedad secreta y adolescente de los Numantinos, el perfil satánico, pendenciero y donjuanesco de El estudiante de Salamanca, la rebeldía sanguinaria del cosaco, los andrajos del mendigo, una orgía con Jarifa,…
La historia canónica de nuestra literatura patria nos habla de un escritor romántico liberal, revolucionario, contestatario y rebelde, que como buen representante de su época fundió su vida y su literatura en un cuerpo coherente, sin grietas ni concesiones al orden establecido. También, como no podía ser menos, José de Espronceda, haciendo gala de su romanticismo, dejó un cadáver joven a los treinta y cuatro años, aunque esta vez no por su propia mano, como haría, por ejemplo, su contemporáneo Larra, sino por una difteria mal tratada.
Todo lo que sabemos, nos han contado o hemos leído sobre y de Espronceda gira en torno a esta imagen exaltada del Romanticismo; exaltada, sí, pero dentro de un orden, dentro de una ‘seriedad’, la que el imaginario colectivo tiene reservado a la figura del escritor: la conciencia de una sociedad, el faro que guía intelectualmente a la colectividad, quien pone negro sobre blanco las verdades que la masa ha de escuchar, aunque resulten incómodas. Y todo eso se cumple en la obra archiconocida de José de Espronceda.
Sin embargo, existió otro Espronceda diferente, pero complementario: deslenguado, blasfemo, soez, escatológico y pornográfico, pero fundamental y fieramente misógino. De él da cuenta este volumen editado por Jesús García Sánchez -más conocido como Chus Visor– que lleva por título Poesía licenciosa y que incluye la biografía que Antonio Ferrer del Río escribió para el poeta nacido en Almendralejo y que publicaría en su libro Galería de la Literatura española (1846).
El interés de estos poemas estriba esencialmente en su extravagancia, que no en su anormalidad. No es común que se den a la luz pública poemas como los que nos encontramos en este libro, porque atentan contra la imagen que se espera de un escritor; sin embargo, no es raro que los escritores -sinónimo aquí de “varón que se dedica a la escritura”- en el espacio privado de su imaginación, de su ideología o de sus corrillos con otros escritores jueguen a componer -a modo de divertimento o no- textos que recuperan el lenguaje extrahormonado de su más caliente adolescencia, cuando la única figura femenina sagrada es la de la madre -y no en todos los casos-. Por otra parte, tampoco resulta extraño que aquellos jóvenes románticos de principios del siglo XIX español dados al oficio de reivindicar la libertad más extrema contra todo, pero especialmente contra la pacatería moral de sus contemporáneos, se explayaran en versos radicalmente obscenos y pornográficos para solaz suyo y rubor de los biempensantes de entonces.
Lo textos de Espronceda que aparecen aquí -algunos escritos a cuatro manos con otros colegas de tertulia y correrías- cumplen al milímetro lo apuntado anteriormente: en los poemas de Poesía licenciosa, como era de esperar, solo se salva de los exabruptos misóginos la madre en «El arrepentimiento», el poema que encabeza el volumen. Espronceda añade, no obstante, a esta lista de mujeres ejemplares a las prostitutas, de las que se hace un elogio social y emocional en la «Fase Quinta» de las octavas que llevan por título «La mujer». Ya se ha dicho, ganas de «epatar». Del resto de la población femenina, de sus categorías de entonces -la casada, la virgen, la viuda, la monja,…-, solo falsedad, disimulo, hipocresía,… pero expresadas en versos más que gruesos, lascivos y provocadores.
Con la perspectiva de los años, estos textos de Espronceda no quitan ni añaden nada a su obra más conocida y canónica. Y con esa misma perspectiva hay que contemplarlos para no sacar conclusiones precipitadas ni sacadas de contexto.
Mucho contexto, amigo Juan Carlos, pero sobre el texto en sí no dices casi nada. Me quedo igual 🙁
No veas la cara que ponía Antonio Orejudo cuando Manolo Haro comenzó a declamar algunos pasajes de este libro durante la tertulia cubatera…
Querido José Mª, es que no hay mucho más que decir. Quizá que uno o dos poemas sueltos resultan divertidos, simpáticos,… pero que en conjunto llegan a ser algo pesados.
Lástima que me perdiera a Manolo Haro declamando, por ejemplo, «Un carajo impertérrito».
Abrazos a todos.