CAROLINA EXTREMERA | Me pasa con Lovecraft lo que le ocurría a Voltaire con el ateísmo: me parece muy bien para mí, pero no tanto para los demás. Todo el mundo habla de la actitud de Lovecraft con respecto a los inmigrantes, negros y mestizos y supongo que los de siempre, los que consideran que la mención del racismo de algún blanco es mucho peor que el racismo en sí, estarán ya aburridos de esto. Pero es que Lovecraft era muy racista. Tanto, que su visión del mundo y, por tanto, su obra literaria, está totalmente influida por ese horror, asco y miedo que le provocaban las otras razas. Esta es la clave de lo que yo propondría, del prólogo que creo que se debería colocar siempre en cualquier obra suya que se editara. Una explicación. Esto escandalizaría a algunas personas que se echarían las manos a la cabeza tanto como se las echaron cuando la HBO de Estados Unidos decidió poner una advertencia en Lo que el viento se llevó en la que aclaraba que esa película “niega los horrores de la esclavitud”. Sin embargo, nunca pasa nada cuando en cada traducción nueva, en cada poemario, en cada relato o en cada mínimo extracto de cualquier obra de Sylvia Plath se escribe una introducción donde sistemáticamente se aclaran sus circunstancias mentales, su primer intento de suicidio y cómo dejó dos vasos de leche en las puertas de las habitaciones de sus hijos antes de abrir el gas del horno. Porque parece ser que todo eso explica su producción literaria. Exactamente igual que el estado mental de Lovecraft y su desorbitada fobia a las otras razas explican sus obras.
Por tanto, podría calificarse el racismo de Lovecraft como algo sin lo cual su producción no existiría, pero hay otros defectos suyos en los que nos fijamos menos. Por ejemplo, su lenguaje ampuloso, sus descripciones llenas de adjetivos totalmente pasados de moda. No hay que olvidar que en Las montañas de la locura, la obra que nos ocupa, hay frases como “Al salir a la aterradora media luz del monstruoso fondo del cilindro construido cincuenta millones de años antes, y sin duda la estructura más antigua que jamás vieran nuestros ojos, observamos que los lados, por donde ascendía la rampa, se elevaban hasta una altura vertiginosa de dieciocho metros” o párrafos en los que la palabra “decadente” se repite cinco veces y esas frases se escribieron en la misma época en la que ya publicaban Scott Fitzgerald o Virginia Woolf. Aún así, en aras del ambiente que pretende crear, es un lenguaje que estoy dispuesta a perdonarle. Sin embargo, hay una cuestión que no consigo conciliar: los nefastos diseños de las criaturas. Hablemos sin tapujos del peor diseño que ha existido jamás en una historia de terror seria: la Gran Raza en el relato En la noche de los tiempos. Los individuos de la Gran Raza, según el autor, “eran como enormes conos rugosos de unos cuatro metros de altura y tenían la cabeza y los demás órganos situados en el extremo de unos tentáculos retráctiles que les nacían en el mismo vértice del cono. Se comunicaban entre sí por medio de castañeteos y roces ejecutados con las garras o pinzas en que terminaban dos de sus cuatro miembros tentaculares, y avanzaban dilatando y contrayendo una capa muscular viscosa situada en la parte inferior de sus bases, de unos tres metros de diámetro”. Conos. Conos con pinzas de cangrejo que se arrastran. ¿En serio?
Aquí es donde entran las maravillosas ilustraciones de François Baranger. La edición que ha sacado Minotauro de En las montañas de la locura que me ha hecho querer rescatar este clásico es verdaderamente una maravilla en cuanto a la composición y ejecución de las láminas que la componen. No es un cómic, sino el texto completo de Lovecraft, pero no se podría decir que está acompañado de ilustraciones, sino más bien entretejido con los dibujos que detallan todos los momentos de la trama. De repente, los diseños que siempre hemos encontrado más bien ridículos se revisten de dignidad. Los Antiguos, la raza de la que se habla en esta novela corta, se supone que tienen cabeza en forma de estrella de mar y están compuestos de un torso cilíndrico y bulboso y cinco tubos rojizos. Ya empezamos con el ridículo. Sin embargo, en la lámina aparecen quitinosos y rígidos, con un aspecto bastante más aterrador del que se habría imaginado. Igual se puede decir de los famosos pingüinos albinos de casi dos metros de los que tanto nos hemos burlado. De repente, dejamos de reírnos. Baranger refleja perfectamente las criaturas, las tormentas, las misteriosas construcciones, las personas y el ambiente helado y sabe seleccionar cuando se requiere una ilustración enorme que ocupe toda la página completa en los momentos más tensos e impactantes de la trama.
En cuanto a la historia en sí, igual que he sido rápida para cebarme en los defectos de su narrativa, es justo que también mencione sus méritos. La narrativa avanza con suspense creciente, con estilo muy científico y con flecos que se van cerrando en la mente del lector a pesar de que el narrador no los cuenta explícitamente. Esta novela corta es uno de los textos imprescindibles si se quiere abarcar al completo la mitología lovecratiana, puesto que unifica seres de muchos otros relatos. De hecho, no solo unifica y explica situaciones de sus propias historias, sino también de las de otros autores como Edgar Allan Poe, triunfando Lovecraft en su referencia a Poe donde fracasó Julio Verne con La esfinge de los hielos.
Sin embargo, no he venido aquí a recomendar En las montañas de la locura como historia aislada, sino a reivindicar su lugar en el panteón del autor y, sobre todo, a animar encarecidamente a leer esta edición en concreto, que atraerá a los nuevos lectores mucho más que las ediciones tradicionales y le dará una nueva visión al lector de siempre.
En las montañas de la locura. Volúmenes I y II (Minotauro, 2020 y 2021)| Howard Philip Lovecraft| Ilustraciones: François Baranger |Traductor: Calvert Casey| 64 páginas cada volumen| 20 € cada volumen.
Jajaja! Lovecraft es un poco como esos amigos que hacen tontería tras tontería, que nos hacen pasar vergüenzas cada vez que salimos con ellos, pero que los conocemos de toda la vida y los queremos igual. «Son cosas del Howie», decimos, como si fuera un niño.
Y es que Lovecraft podrá ser racista, podrá ser demasiado pomposo para adjetivar, podrá acudir a recursos tan básicos como advertirnos cada dos páginas que hay algo demasiado horrible en el relato y por nuestro bien deberíamos dejar de leer, pero nos fascina, y nos fascina por su imaginación.
Lovecraft despliega sus pesadillas ante nosotros, y no podemos dejar de mirar. Si no es molestia, dejo acá mi propia versión del asunto: https://libreriadeurgencia.wordpress.com/2020/04/30/en-las-montanas-de-la-locura-h-p-lovecraft/
Totalmente, Lovecraft es como nuestro colega el que siempre hace el ridículo en los sitios y lo queremos igual.
De todas formas, mi intención no era exactamente reseñar a Lovecraft, sino esta edición en concreto cuyas ilustraciones aportan muchísimo.
Si, comprendo. Las historias de HP son muy visuales, siempre nos proponen desafíos para la imaginación: siempre es genial contar con ese tipo de apoyo!