ILYA U. TOPPER | Harén. La palabra evoca no solo imágenes voluptuosas de odaliscas otomanas semidesnudas en el serrallo, sino también suscita una pregunta: un siglo después de que pasaran de moda aquellos óleos de pintores orientalistas franceses, ¿todavía necesitamos poner la palabra harén en el título para hablar de los derechos de las mujeres en un país musulmán?
Esto se preguntará alguno ante el ensayo de Inmaculada Garro, Marruecos: del harén doméstico al espacio público. Cabe responder, primero, que Garro, profesora de estudios árabes e islámicos por la Universidad de Alicante, está en buena compañía. La gran Fatima Mernissi, pionera del feminismo marroquí desde los años setenta —en el ámbito académico: en la calle y los sindicatos hubo otras—, tiene no menos de cuatro libros con la palabra harén en la portada. En su caso tiene cierta justificación: fue una de las pocas mujeres marroquíes de la segunda mitad del siglo XX que aún se habían criado efectivamente en un espacio femenino que, por condiciones culturales (era de Fes, una ciudad que se cree árabe) y económicas (era de clase alta) puede asemejarse al harén de la imaginación europea.
También tiene justificación Inmaculada Garro, porque el «harén doméstico» del que habla el libro es no solo ese espacio concreto que se destinaba a las mujeres en una casa que acogía, con su patio, sus habitaciones varias y su azotea, una familia extensa. Es también el conjunto de normas que circunscriben, limitan y yugulan la vida de una mujer: desde las machaconas advertencias de que hay que llegar virgen al matrimonio hasta el acoso sexual callejero que cumple la función, no sé si inconsciente para sus perpetradores, de recordar a la mujer a cada paso que la calle no es espacio suyo. Habla de un concepto misógino que está en la cabeza, no de una odalisca sobre cojines.
Llamar «harén» a este concepto es natural, porque el libro se inscribe en una tradición académica que, siguiendo fielmente a Mernissi, analiza la sociedad magrebí a través de su elemento religioso y desde su referencia lingüística árabe. Harén, como sabemos, viene de la palabra árabe haram, que significa sagrado, prohibido, vetado, intocable. Un concepto que describe muy bien el lugar de la mujer en ciertas capas de la sociedad magrebí, o la llamada árabe en un sentido amplio; es más, describe el cuerpo de la mujer, el concepto mujer, en la teología ultraortodoxa islámica que se está expandiendo en las últimas décadas. Y como hizo Mernissi, Garro también busca entender las dinámicas sociales a través del campo semántico que las describe. A todo eso se añade que la carrera en la que se ha doctorado la autora mediante este texto—el libro reproduce la primera mitad de su tesis— forma parte, en Alicante, del departamento de Filología.
Vincular esta represión patriarcal a la arquitectura es una propuesta interesante que ayuda a comprender cómo el urbanismo moderno, con sus pisos diseñados para una familia nuclear, influye en el cambio social y generacional, facilitando una rebelión individual contra unas estructuras tradicionales basadas en una comunidad familiar amplia y controladora. Y nadie mejor que Inmaculada Garro para analizar este proceso: la avalan no solo dos décadas de viajes a Marruecos, dos años de trabajo en Argelia y un gran conocimiento del árabe y del dáriya, sino también un intenso seguimiento de los movimientos, retos y polémicas feministas tanto en Marruecos como entre las comunidades de origen magrebí en España, donde la represión se ha intensificado en lugar de remitir.
Por eso mismo sorprende que Garro tenga necesidad de dedicar 18 páginas de introducción a justificar su atrevimiento a observar y analizar patriarcado y feminismo en Marruecos. No porque alguien pueda poner en duda su cualificación intelectual, sino porque sabe que se dudará de su derecho a hacerlo sin ser ella marroquí y, más grave aún, sin ser musulmana (a las conversas, así nunca hayan puesto un pie en Marruecos, nadie les disputa el derecho a pontificar sobre islam y feminismo). Que una profesora se vea impulsada a declararse preventivamente inocente del delito de mirada colonial que hoy se achaca a cualquiera que no repita el discurso islamista nos debería hacer reflexionar sobre qué ocurre en el siglo XXI con nuestras instituciones académicas.
También está enteramente justificado debido al contexto académico otro aspecto que lastra el libro: la necesidad de aportar una fuente escrita para cada observación. No sé si este rige para todas las ramas de Humanidades ni en todas las cátedras, pero parece ya habitual que en una tesis doctoral solo se admita lo que pueda demostrarse mediante una nota a pie de página y referencia a literatura científica. Ya lo vimos en el caso de Anna Freixas que tras entrevistar a 729 españolas necesitaba cimentar cada afirmación sobre el sexo entre mujeres mayores con una cita de un señor investigador de Harvard o Berkeley. Garro destaca como rebelde en este sentido: cita a autoras marroquíes en lugar de anglosajones. El resultado de esta tendencia académica es que la obra se lee a veces más como un ensayo sobre literatura que lo que es o era en origen: un trabajo de campo.
Quien tiene el privilegio de poder conversar con la autora —yo lo tuve cuando nos presentamos mutuamente los libros en julio pasado en Cádiz, dicho sea por mor de la transparencia informativa— sabe que Inmaculada Garro tiene suficiente bagaje de observaciones y experiencias, desde los centros comerciales de Casablanca hasta los pueblos recónditos del Atlas, para escribir no un libro sino varios sobre la condición y la rebeldía de la mujer en Marruecos. Y uno desea que su trabajo tuviera un poco menos de Fatima Mernissi y un poco más de Nigel Barley. Como sé que por esta frase me acusarán de mirada colonial, aclaro que Barley, antropólogo, observaba y documentaba; Mernissi analizaba la sociedad con el ánimo de cambiarla, pero para ello eligió un marco de referencia religioso y panarabista, dos elementos que bien se pueden definir como colonizadores.
La obligación académica a atenerse a lo que se puede demostrar mediante cita también condiciona, intuimos, el espacio más bien menor que Garro dedica al Marruecos rural, o mejor dicho, al de las regiones montañosas que abarcan un buen tercio del país: no es por falta de información sino por falta de literatura previa citable.
Leer Marruecos: del harén doméstico al espacio público suscita así un deseo: acceder a los apuntes del trabajo de campo de la autora, ver lo que ella vio antes de regresar al despacho y apretujar sus observaciones en el corsé de una tesis académica.
En un mundo en el que escribir un libro no está pagado —no llegan a categoría de pago los mil euros que las editoriales más sólidas adelantan a un autor para un libro que exige no solo años de experiencia sino también meses de trabajo de redacción— sería injusto criticar a Inma Garro por haber enviado a la editorial Diwan Mayrit el mismo texto que al tribunal del doctorado. Pero no puedo dejar de desear que un día le dé por escribir ese libro que solo ella puede escribir.
Porque a diferencia de sus antecesoras, Inmaculada Garro observa, anota y nos cuenta que la palabra que las marroquíes usan para describir las restricciones que el patriarcado impone a la mujer no es haram: los conceptos teológicos y semánticos árabes y musulmanes les son ajenos. En Marruecos no hay un harén mental. Lo que hay es una palabra ubicua en el día a día de la mujer, apta para justifica cualquier hipocresía ante el sexo: H’shuma. Vergüenza.
¿Planteamos un crowdfunding? Para empezar, pienso proponer a MediterráneoSur que se constituya en editorial. Hay cosas demasiado importantes como para dejarlas en manos de la Academia.
Marruecos: del harén doméstico al espacio público. Una segregación de género desde la infancia (Diwan Mayrit, 2023) | Inamculada Garro Sánchez | 184 páginas | 15 €