Gabriel Pozo
Ultramarina, 2009.
ISBN: 978-84-935857-7-8
414 páginas.
18 euros.
Jesús Cotta
De todos los libros que circulan últimamente para intentar esclarecer la muerte de Federico García Lorca, quizá sea este el más completo y claro, pues recoge las tesis del entrañable Penón, de Gibson, Molina Fajardo y otros autores y las coteja y extrae de ellas conclusiones reveladoras que, antes, por falta de datos y testimonios, eran meras elucubraciones. El libro cuenta además con documentos interesantísimos como el sobreseimiento del expediente de Federico García Lorca, en 1946, por la Comisión Liquidadora de Responsabilidades Políticas. Pero lo más interesante del libro es el testimonio que le confía al autor Emma Ruiz Penella, nuestra simpática actriz y hermana de la simpar Terele Pávez, dos de las cuatro hijas de Ramón Ruiz Alonso.
Ramón Ruiz Alonso fue el hombre que detuvo a Lorca. Y lo pagó con una vida de tristeza y aislamiento hasta su muerte en 1978 en Estados Unidos, donde huyó porque no se sentía seguro en España. La actriz le encareció mucho al autor de este libro que no publicara lo que tenía que decirle hasta que ella muriese y él, como un caballero, ha cumplido con lo pactado, a pesar de que le urgía publicar ya este libro en el que llevaba trabajando veinte años.
El libro recoge de modo claro, ameno y didáctico todo lo que se sabe y se baraja hasta el momento, y es de agradecer que el autor, en vez de perderse en juicios de valor, intente encontrar la verdad honradamente sin ocultar al lector ni un solo dato y, sin habérselo propuesto, uno acaba haciendo de investigador y asignando culpas, imprudencias y aciertos a los diferentes personajes que entran y salen en escena en los últimos días de Federico. Seguramente no hay hecho literario que más ríos de tinta haya hecho correr que el último mes de vida de Federico, en su Granada.
El libro ofrece además otras ventajas: por su condición de periodista de Ideal, el periódico católico que bajo el patrocinio de Ángel Herrera Oria se fundó en el último año de la República, el autor ha tratado con antiguos compañeros de trabajo de Ramón Ruiz Alonso, que fue linotipista en el Ideal hasta que Franco, enojado con él por la repercusión internacional que la muerte de Lorca tenía contra su régimen, logró que lo quitaran de en medio y lo condenó al ostracismo político.
Otra ventaja del libro es que uno aprende mucho del carácter humano, del modo en que cada uno recuerda con el tiempo su intervención en hechos que por entonces no sabía tan graves ni tan interesantes para la posteridad. Y uno aprende mucho también sobre España y la Guerra vergonzosa y civil con que sufrieron e hicieron sufrir los españoles de entonces, porque la guerra deja de ser una mancha difusa en España y se centra en un terreno concreto y pequeño: Granada.
Pero lo más interesante sea quizá el testimonio de Emma Ruiz Penella, que nos habla de la vida de un padre cada vez más sombrío y triste, siempre volcado hacia sus hijas y procurando que la sombra que lo perseguía no las perjudicara en su vida ni en su carrera de actrices. Tal celo puso en ese empeño, que ellas se enteraron del secreto de su padre en una fiesta, cuando una actriz alevosa comentó, para herir a Terele Pávez, que iba guapísima con un traje estupendo: “Quién se habrá creído que es. No es más que la hija del que mató a Lorca”. Y las hermanas Ruiz llegaron llorando a casa.
Sólo al final de su vida, Ruiz Alonso comenzó a confesarse con su hija y se lo contó todo. Ahora su tumba, en Madrid, no tiene nombre, para evitar represalias.
Con el testimonio de su hija Emma, la intervención de Ramón Ruiz Alonso en aquellos hechos resulta menos sombría y estremecedora de lo que la tesis de Gibson, hasta hace poco la oficial, nos hacía creer. Como muy bien indica Gabriel Pozo, los Rosales tenían a una Falange activa que limpiaba su nombre, pero Ramón Ruiz Alonso no pudo contar con su CEDA, ya prácticamente muerta tras las sublevación militar.
Y como no es justo que los hijos arrastren las culpas y desgracias de los padres, Emma Ruiz Penella y Laura García-Lorca de los Ríos se dieron un abrazo con flores y besos en un camerino. Y en esas lágrimas está lo mejor del ser humano.
Impecable, querido Jesús.
MÁS AUN QUE LAS LÁGRIMAS, DEL SER HUMANO, LO MEJOR, SON LAS RISAS. LORCA ERA MUY ALEGRE. LES DECÍA A LOS QUE LE LLEBABAN PRESO : «TODO ME PODREIS QUITAR, MENOS EL MIEDO QUE OS TENGO». QUÉ IMPORTA LA MUERTE DE UN POETA?, ES SU OBRA DE LA QUE HAY QUE HABLAR, LA QUE HAY QUE TRASMITIR
Gracias, mi querido Jabo. Ya sabes que Lorca me fascina.
Pepa, Lorca tenía una arrolladora simpatía contagiosa, pero esa frase que le atribuyes yo la he oído siempre atribuida a Pedro Muñoz Seca. En cualquier caso, eso no le quita simpatía a nuestro Federico. Y totalmente de acuerdo en que es su obra lo que hay que transmitir.
Sin ánimo de prender ninguna llama guerracivilista, queridos amigos, yo creo que además de la obra, que es maravillosa, tampoco está de más conocer la vida del poeta, y también su muerte; hablando con propiedad, su asesinato. No sea que olvidemos toda aquella sinrazón y, sin comerlo ni beberlo, corramos el riesgo de repetirla algún día, o similares. Grandes abrazos para todos.
Pues sí, Alejandro. Y aun cuando no existiera el riesgo de repetir un asesinato como ese, no está de más recordar cómo fue. Lo único que lamentaría es que la gente sepa más de su vida y muerte que de su obra. Un abrazo a todos.
Sin ánimo de encender etc. no me convence mucho la frase «Los Rosales tenían a una Falange activa que limpiaba su nombre». Quien más hizo para limpiar el nombre de Luis Rosales fue Félix Grande (La Calumnia, 1987), y era todo menos falangista.
Creo que esa frase mía no ha sido afortunada, porque los Rosales estaban limpios, hubiese o no quien los defendiera, al menos eso pienso después de leer varios libros al respecto. Pero sí quiero decir que antes que Félix Grande publicó su libro Molina Fajardo, un periodista falangista que también contribuyó a librar a Luis Rosales de las sospechas.