Javier Marías
Alfaguara, 2011
ISBN: 978-84-204-0713-5
408 páginas
19,50 €
Rafael Suárez Plácido
Nunca es fácil explicar las ideas que se nos vienen a la cabeza, ni encontrar las palabras que nos ayuden a fijar el pensamiento y, menos aún, el enredado mundo de las emociones o las pasiones. Por eso, cuando encontramos a alguien que sí lo hace continuamente, lo agradecemos y saludamos la aparición de sus novelas con una alegría, no exenta de cierta inquietud. ¿Volverá a estar al nivel de sus libros anteriores? En este caso parecía improbable: la trilogía Tu rostro mañana, publicada entre 2002 y 2007, es la obra más importante de la narrativa española de este siglo aún joven. En torno a mil quinientas páginas que se leen con la sensación de quien escucha una música envolvente que nos ofrece la sabiduría de quien siempre duda. Somos seres contradictorios. “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido…” Así comienza todo. No debería uno hacer lo que va a empezar a hacer, pero lo hace. Del mismo modo, quizá no debería uno leer esas historias, pero también lo hace.
Sigo a Javier Marías (Madrid, 1951) desde la publicación de Todas las almas en 1989, que, pese a lo que ya he escrito, es su novela que más me gusta. . Ese fue el comienzo de una larga historia de amor que me ha llevado a conocer personajes que no sabía que existían, “seres que jamás han existido”. Ahí está ya esa voz que va a continuar ofreciéndonos en todas sus novelas posteriores. Es probable que ustedes lo conozcan por ellas o por los artículos que publica semanalmente. Si siguen los de estos últimos años, les diría que el Marías que más valoro no está ahí. Sí en los anteriores. Es muy fácil no coincidir con sus opiniones; a veces, mucho más que fácil, pero siempre aporta un punto de vista diferente. Nunca repite lo que otros ya han dicho que es, lamentablemente, lo habitual en otros autores.
Estos días nos llega su decimotercera novela: Los enamoramientos (Alfaguara, 2011). Ya había declarado en alguna entrevista que después de la trilogía mencionada deseaba escribir algo que le fuera más liviano: una historia de amor. Y, ciertamente, podría leerse así. Se trata de un triángulo: Luisa, joven viuda desolada; Díaz-Varela, el que fue el mejor amigo de su marido, y María, que es quien narra la historia. La trama surge a partir de la muerte accidental del marido de Luisa. No es la primera vez que usa una voz femenina, antes lo había hecho en algún relato, pero las diferencias entre esta voz y la de sus anteriores narradores son mínimas. Sí que las hay en la pasión que pone en todos sus actos. Los narradores anteriores nos ofrecían más objetividad. Tampoco tengo claro que esta subjetividad tenga relación con el hecho de que María sea mujer o con su condición de mujer enamorada.
Toda la novela es un estudio abierto sobre el amor y la muerte, sobre cada uno de ellos por separado y sobre ambos unidos. La trama toma dosis de intriga, casi de investigación policíaca, pero siempre está por encima la exploración de la mente humana y de sus pasiones y deseos. Para ello escoge como compañeros de viaje a Shakespeare, su Macbeth está siempre presente, a Balzac y a Alejandro Dumas. Ya he dicho que se puede leer como una liviana historia de amor con su dosis de intriga, pero la intensidad está siempre presente. Tampoco teme Marías que sus personajes escandalicen al lector. Nos aporta la reflexión abierta, la duda de la que carecen sus artículos de estos últimos años. Y siempre evita los tópicos tan manidos, y más en temas como el amor y la muerte. Quizás eso, que debiera ser exigible a cualquier autor, es lo que hace que su obra sea referencia imprescindible en la literatura europea de nuestra época.
Pero la gran protagonista de la novela, de esta y de las anteriores, es la prosa. La narradora, María, dice estas palabras sobre Díaz-Valera: “… mientras peroraba no podía apartar los ojos de él y me deleitaban su voz grave y como hacia dentro y su sintaxis de encadenamientos arbitrarios, el conjunto parecía provenir a veces no de un ser humano sino de un instrumento musical que no transmite significados, quizá de un piano tocado con agilidad.” Más adelante es Díaz-Valera quien dice que no importa lo que ocurre en las novelas, sino las dudas que plantean en el lector, que son las que le llevan a sus propias certezas. Estas dos intervenciones podrían encerrar un “a modo de poética” del autor. No sé si él estaría de acuerdo, pero así es para mí, que seguiré leyendo con placer y con intensidad sus libros, esa música “quizá de un piano” para mis oídos.
Este blog me deja perpleja siempre. Leo reseñas de algunas personas que parecen que van de sobrados y que han leído más que Fermine. Luego hay otras que son más blandas que la mierda de pavo…
Marta.
Más perplejo deja la estupidez y la grosería gratuita…