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Poética de la Naturaleza

JUAN CARLOS SIERRA | Lo primero que hay que apuntar a propósito de Guadarrama es que se trata de un libro que comparte y mezcla disciplinas artísticas, la poesía -si no, no estaríamos hablando aquí de él- y una técnica pictórica muy específica denominada gouache. Los poemas de Luis Muñoz (Granada, 1966)se encuentran abrazados, presididos y cerrados por los gouaches de Montse Lago (Vigo, 1969).Como mi formación plástica deja bastante que desear, realmente deja todo que desear, me limitaré a simplificar mis impresiones sobre los gouaches de Montse Lago diciendo que me gusta su fuerza, su colorido y esa aparente y difícil naturalidad de lo pintado, una suerte de expresión además algo naif .Y aunque mi formación literaria y poética tampoco sea como para tirar cohetes, me centraré, más que nada por encontrarnos en el medio y la página en la que estamos, en los textos de Luis Muñoz, del que ya nos hemos ocupado en Estado Crítico en alguna ocasión que otra.

Para empezar, habría que destacar la extrañeza temporal del poemario que nos ocupa. Quiero decir que este libro surge después de Vecindad (2018), Querido silencio (2006) o Limpiar pescado. Poesía reunida (2005). Si nos fijamos en las fechas y en la reseña que publicamos en Estado Crítico sobre el primero de los poemarios mencionados aquí –Estado Crítico: Vecindad-, parece que Luis Muñoz haya cogido ritmo otra vez, que haya dejado atrás definitivamente la aparente sequía creadora que se produjo entre Querido silencio y el citado Vecindad, nada más y nada menos que 12 años sin saber nada de él.

Este hecho cronológico, más allá de ser en sí una mera anécdota, a los lectores habituales del poeta granadino nos tiene entusiasmados. La publicación de Guadarrama, pues, se convierte en una celebración y más en una edición tan cuidada y plástica como la que ha hecho papalesmínimos ediciones. Pero ya hemos dicho que no vamos a entrar en valoraciones estético-plásticas.

Luis Muñoz en este breve poemario de solamente 25 poemas sorprende con un registro novedoso ya desde el mismo título del libro. El poeta sitúa al lector en la Sierra de Guadarrama (Madrid), pero no en la de los folletos publicitarios o la de las pistas de esquí, sino en un entorno natural auténtico, aparatado de aglomeraciones y de domingueros, aunque no del todo virgen, ya que aquí y allá el poemario admite y asume la presencia humana, no siempre para bien, como podemos leer en la invitación inmobiliaria del único poema en prosa del conjunto titulado ‘Calor optimista’ (página 30) o en los brochazos que aparecen en los árboles del poema ‘Así y todo’ (página 26) o en las bolsas de ‘Tiempo’ (página 34). De modo que no nos llamemos a engaño o, dicho de otra forma, el poeta no nos intenta vender la moto de un ‘locus amoenus’ redivivo o de un ‘beatus ille’ posmoderno, porque en sus versos hay sobre todo verdad, honestidad y vida.

En este sentido, y a pesar de lo apuntado, en los versos de Guadarrama encontramos eso mismo, vida vivida, la intensidad de una experiencia existencial y natural que al menos en la poética de Luis Muñoz se nos antoja bastante novedosa. El personaje poético trata de contagiar al lector -y lo consigue- una experiencia profunda, veraz y sincera de la Naturaleza a través de la contemplación del entorno que lo acoge, pero sobre todo a partir del proceso personal de interiorización de esa experiencia. Los poemas en líneas generales responden a esto, a dar fe de un impacto íntimo a través de una forma, a su vez, impactante.

Con esto queremos decir que el conjunto del libro de Luis Muñoz está compuesto por poemas generalmente breves, como fogonazos, de una narratividad muy sutil o desvaída -rota momentáneamente en el poema ‘Una sorpresa’ (página 27)-. Se trata, pues, de versos impresionistas, certeros y directos, pero sin renunciar por ello a la imagen, al símbolo, como, por poner un ejemplo significativo, sucede en el poema que sirve como poética titulado ‘Es verbo’ (página 25). Entendemos que esta forma de composición busca lo esencial, en la línea de lo que ha sido el quehacer poético de Luis Muñoz desde que a su obra completa hasta 2005 la reunió en el volumen titulado Limpiar pescado, dentro de un claro e impactante simbolismo que mira a la poesía esencial, a la palabra exacta, al “nombre esacto de las cosas” como dejó escrito Juan Ramón Jiménez, solo que el poeta granadino no creo que apele aquí tanto la intelijencia como a la esencialidad de la Naturaleza, a su experiencia desnuda e íntima.

En este trabajo compositivo, en ese despojar de lo innecesario al lenguaje poético, Luis Muñoz alcanza a la propia sintaxis, con la que juega alterando algunas de sus normas habituales, especialmente las que tienen que ver con los elementos cohesionadores del discurso y con su orden más común, es decir, con la supresión de conectores y con el hipérbaton. Produce así en la lectura un discurrir entrecortado, falto de estructuras aprehendidas, cojitranco, balbuceante,… que, al contrario de lo que se podría concluir, provoca paradójicamente una expresividad acorde con la sorpresa, con el asombro de la contemplación de la Naturaleza, que es en el fondo el leit motiv de todo el libro que nos ocupa y que concluye con un poema final, ‘Colocación’ (página 48), a modo de celebración, de apoteosis, con “…los bolsillos llenos/ de aplausos”.

Así despedimos también nosotros esta última entrega lírica de Luis Muñoz, entre aplausos y a la espera del siguiente poemario que, si no nos fallan las cuentas y las ganas, debería estar listo aproximadamente para 2028.

Guadarrama (papelesmínimos ediciones, 2023) | Luis Muñoz y Montse Lago | 64 páginas | 18 euros

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