JUAN CARLOS SIERRA | “… Ahora mimáis a vuestros enemigos, invertís millones de dólares en Italia, en Alemania, en Austria, los habéis convertido en países democráticos, les habéis devuelto su independencia, su dignidad y su orgullo. Pero los españoles no merecemos tanto, no merecemos nada, aunque fuimos los únicos que luchamos contra el fascismo. O, a lo mejor, ese fue nuestro pecado, ¿no?, habernos atrevido a ser antifascistas sin contar con vosotros, sin pediros permiso, sin implorar vuestras providenciales ayuditas, esos desembarcos que no habrían valido una puta mierda si Stalin no hubiera avanzado desde el este. Como nos hemos atrevido a no deberos nada, ahora el amigo de vuestros enemigos es vuestro amigo, y los enemigos de Franco son los vuestros. Hay que joderse”. En estos términos se dirige Manuel Arroyo Benítez, uno de los protagonistas principales de Los pacientes del doctor García, a Fred Goodwin, agente de la CIA, y a Meg Williams, diplomática estadounidense y en tiempos amante de Manuel.
Resumir la última entrega de Almudena Grandes de su serie Episodios de una guerra interminable en una cita, por extensa que parezca, se antoja, bien mirado, un atrevimiento. Incluso habrá quien piense que sintetizar más de setecientas cincuenta páginas en unas cuantas frases puede además rozar la tomadura de pelo. Sin embargo, desde mi experiencia como lector de esta novela, en esta intervención de Manuel Arroyo confluyen como en un punto de fuga todas las líneas narrativas, no necesariamente paralelas, del espacio novelístico que ha creado Almudena Grandes con su último libro, al mismo tiempo que señala un aspecto común de todas las novelas publicadas dentro de esta serie; a saber, la dignidad en la derrota.
Porque en Los pacientes del doctor García se habla esencialmente de los que perdieron la Guerra Civil. Pero no solo de los derrotados en la contienda contra los rebeldes fascistas, sino de los que intentaron mantener esa dignidad antes mencionada en tiempos extremadamente difíciles y peligrosos; de los que vivieron lo suficiente para intentar acabar con la dictadura que vendría después; de los que lo arriesgaron todo para denunciar ante la comunidad internacional la tupida red que puso a salvo de la justicia -también internacional- a los criminales nazis; de los que, a pesar de unos esfuerzos que, creían, les iba a poner de cara el rumbo torcido de la Historia de España, se vieron traicionados por la hipocresía de la razón de Estado, de un estado concreto, los Estados Unidos que en el mapa político de la Guerra Fría prefirió aliarse con sus antiguos enemigos, porque la sombra de la Unión Soviética de Stalin, aliado y camarada durante la Segunda Guerra Mundial, era demasiado alargada.
Novelas así, que rellenan con la vida –eso que Unamuno llamó la intrahistoria- las lagunas que dejan los libros de Historia, son absolutamente necesarias, ya que ponen de manifiesto que detrás de los datos, las fechas, los hitos, las batallas… hay, hubo y habrá seres humanos que las sufren o las disfrutan, dependiendo del bando que cada uno haya elegido o le haya caído en suerte en la ruleta del azar. Pero escribirlas no es tarea fácil que esté al alcance de cualquiera escritor. Almudena Grandes demuestra con Los pacientes del doctor García, y con todas las novelas publicadas hasta ahora de la serie Episodios de una guerra interminable, que ella sí está dotada para este reto narrativo, entre otros motivos porque ha leído bien a Pérez Galdós, del que estos relatos son deudores y dignos herederos. En esta última novela, además, la autora madrileña rinde un indisimulado homenaje al autor canario a través de la lectura de Trafalgar, primer volumen de los Episodios nacionales, con el que el doctor García entretiene la convalecencia de José Antonio Urbieta Priego, más tarde –o siempre- Guillermo García Priego. Asimismo, Almudena Grandes echa mano de otro guiño galdosiano como es el de hacer transitar por las escenas de esta última entrega a personajes que a los lectores de Episodios de una guerra interminable les resultarán familiares, como Manolita, Galán o Inés, por centrarnos solo en los más sobresalientes. Y ya que estamos hablando de personajes, también se pude destacar en este sentido la convivencia absolutamente natural, como en las novelas galdosianas, de los personajes de ficción con los realmente históricos.
No obstante, a lo que no se atrevió Galdós en sus Episodios Nacionales –o lo que simplemente no entraba en su proyecto narrativo clásico- fue a resquebrajar la novela, como sí hace Almudena Grandes con acierto y tacto, con breves capítulos eminentemente ensayísticos, bien definidos narrativamente hablando y necesarios para la contextualización adecuada de los sucesos que viven los personajes de esta ficción tan de verdad. Que estas incursiones ensayísticas no chirríen en el conjunto de la novela ni entorpezcan su desarrollo es otro de los méritos que la escritora madrileña puede apuntar en el haber de esta obra, así como que el ingente trabajo de documentación que existe detrás de ella no se coma ni ensombrezca su lógica narrativa.
Todos estos ingredientes, más algunos otros que omitimos por no resultar demasiado prolijos, componen una obra completa, compleja, apasionante, necesaria y de una altísima calidad literaria que no defraudará a los lectores habituales de Almudena Grandes y que seguro que convertirá en fieles a los que aún no lo son.
Los pacientes del doctor García (Tusquets, 2017), de Almudena Grandes | 763 páginas | 22,90 euros