JUAN CARLOS SIERRA | Hace unas semanas hablábamos un grupo de amigos sobre Tienes que mirar (Impedimenta, 2017),libro de la autora rusa Anna Starobinets en el que esta cuenta detalladamente, en lo físico pero sobre todo en el terreno mental y sentimental, todo lo relativo al aborto de su hijo con malformaciones congénitas incompatibles con la vida. Como cualquiera puede imaginar, no se trata de un libro fácil, no tanto por la estructura -sencilla, lineal,…- como por la forma de abordar el asunto del aborto, sin tapujos, sin paliativos, sin paños calientes; más parecería, pues, un reportaje periodístico extenso que una novela. Y ahí surgió el debate más interesante: ¿era literatura lo que habíamos leído o no? Más cuando la escritora, periodista de formación y de oficio, advierte en el primer párrafo del libro de que lo que va a contar no se puede considerar literatura. Digamos que el resultado del intercambio de opiniones fue favorable a darle la razón a Starobinets, pero yo me empeñé en enmendarles la plana no solo a mis compañeros de lectura, sino muy osadamente también a la propia escritora. Y me reafirmo en ello, de momento.
De la lectura de Tienes que mirar todos salimos muy tocados, muy removidos; incluso hubo quien estuvo a punto de dejar el libro porque no soportaba la crudeza del relato. Bien, ahí se halla la clave para mí, intenté explicarles a mis compañeros. Definir qué es literatura y qué no lo es resulta a veces complicado, como en esta ocasión, pero en caso de duda yo suelo recurrir a algo que Benjamín Prado dejó escrito hace ya unos cuantos años en Ecuador (Poesía 1986-2001), un aforismo que dice así: “Lo que importa de un poema es en quién te convierte”. Si donde dice ‘poema’ colocamos novela, relato, obra de teatro,… o literatura en general, entiendo que el libro de Starobinets pertenece a la estirpe de lo literario porque gracias a él, al impacto que nos produjo, a lo que nos removió íntimamente, salimos diferentes de su lectura –espero que a mejor-. Más allá del estilo, de las decisiones formales, de la carga ficcional, del subgénero elegido, en este caso muy cercano a lo periodístico,… para mí, cuando se derrumban todos esos argumentos, la frontera entre lo literario y todo lo demás se encuentra en el impacto, en que el lector salga o no indemne del libro, o del poema o de la obra de teatro,…
Todo este preámbulo viene a propósito del último poemario de William González Guevara (Managua, 2000) Inmigrantes de segunda, que ha sido galardonado con el XXXVIII Premio de Poesía Hiperión y en cuyo jurado entre otros se encontraba precisamente Benjamín Prado. Al igual que Starobinets, el poeta premiado ejerce el periodismo y su libro está tejido fielmente por su realidad más próxima –y más complicada, añadiríamos-. Pero no solo este, sino también sus dos títulos anteriores: Los nadies (Hiperión, 2022 y Premio de Poesía Antonio Carvajal) y Me duele respirar (Valparaíso, 2022 y Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel). Así que tanto la rusa como el nicaragüense parten de un mismo lugar, la realidad, su realidad, para literaturizarla –¿o no?-, exactamente del mismo sitio hacia el que deberían dirigir su mirada si estuvieran ejerciendo su trabajo alimenticio, el periodismo. En el caso de William González Guevara el verso lo sitúa más fácilmente del lado de la literatura, pero también sabemos que no todo lo que aparece en este formato se puede considerar literatura y si no qué decir de todos los Patricia Benito, Selam Wearing, Loreto Sesma, Marwan, Defreds,… que en el mundo digital y luego analógico han sido. Cortar las ocurrencias prosaicas para que tengan apariencia de verso no es escribir poesía. En este sentido, sí que podemos afirmar que lo de William González Guevara se inclina del lado de lo literario-lírico, ya que en el conjunto de sus poemas se advierte una clara voluntad de estilo, una intención de musicalidad, de ritmo, de cuidado y mimo en el verso, aunque sin apartarse demasiado del prosaísmo de la realidad, en su sentido tanto literal como metafórico.
Esa realidad de la que habla William González Guevara tiene que ver con su condición de inmigrante, como deja claro desde el mismo título la obra que comentamos; lo de ‘de segunda’ no es más que un pleonasmo. Los años de clandestinidad, las tentativas para acceder a la tarjeta de residencia, el periplo por abogados, tasas y derechos de examen, la tan ansiada prueba de ‘españolidad’ para acceder al DNI, la moderna esclavitud de ‘Las invisibles’ (página 13), las empleadas de hogar -por llamarlas eufemísticamente-, los impedimentos para alquilar una habitación o, en el mejor de los casos, un piso, los tratos con el negocio de la chatarra desde casi la infancia, la hipocresía del empleador miembro del Opus Dei… recorren las páginas de este último Premio Hiperión de poesía y confirman la naturaleza ‘perogrullesca’ de su título. Pero además encuadran a William González Guevara dentro de esa corriente de la poesía más joven escrita en español centrada en la poetización de la precariedad socioeconómica (Carlos Catena Cózar, Rocío Acebal, Mario Vega, Rosa Berbel, Begoña M. Rueda,… por mencionar a bote pronto a unos pocos que me vienen a la memoria). La particularidad en el caso del poeta que nos ocupa, su originalidad, hay que buscarla fuera de lo estrictamente poético, concretamente en su condición de inmigrante pobre, circunstancia que hace que todo sea más complicado y más cruel, porque si se tratara del hijo de un jeque catarí seguramente estaríamos hablando de otro tipo de discurso poético.
En este contexto la poesía adquiere, según William González Guevara, una relevancia nueva; la poesía se convierte en el altavoz de los pobres desde la propia pobreza, ya que el autor se define esencialmente como pobre: “¿Nos hacemos poetas o nacemos así?/ No soy poeta para responderos./ Soy pobre. Pobre. Pobre./ Y es todo lo que puedo ofreceros: mi pobreza./ Os la cedo, tomadla./ Os cedo mi latosa pestilencia;/ tomad y bebed porque este es mi cuerpo.” (‘Cáliz oxidado’-página 54). En el siguiente poema ‘Ego sum, tu es, ille est’ -página 55- se definirá a sí mismo en una enumeración de versos anafóricamente encabezados por la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo ‘ser’ y concluirá rotundamente con un “soy el seseo despreciado por el inculto/ que defiende la superioridad de su acento”, poniendo de relieve otra ‘perogrullada’; a saber, que la xenofobia está construida a partir de una buena cantidad de estulticia y de estupidez, valga la redundancia. Frente a ella y a la hipocresía social tan extendida, la voz poética de William González Guevara reivindica a los sin voz, a los escondidos, a los tapados por toneladas de prejuicios y de injusticia.
Así que el discurso poético en Inmigrantes de segunda se transforma en postura política, resabio de su origen nicaragüense, esa Nicaragua que se rebeló contra Somoza y que, traicionada, ahora le toca rebelarse contra Ortega; la Nicaragua sandinista que cierra el libro de William González Guevara junto con el poema final dedicado al poeta granadino Daniel Rodríguez Moya, experto en Nicaragua y su poesía.
Llegados a este punto y al final de Inmigrantes de segunda la pregunta sigue flotando en el aire, las dudas aún me acorralan. No sé si basta con el zarandeo. ¿Es suficiente el que proporciona este poemario para enmarcarlo dentro de lo literario? A lo mejor llevaban razón mis compañeros de lectura y lo de Starobinets no era literatura como afirmaba la autora; a lo mejor opinarían lo mismo del poemario de William González Guevara, porque entenderían que tanto apego a la realidad le resta vuelo lírico. ¿Alguien sabe qué significa exactamente ‘vuelo lírico’? Yo creo que sí lo posee -sea eso lo que sea-, que esta manera de abordar la poesía tiene una tradición que no es traicionada por el poeta nicaragüense, que escribe con mimo, que se nota que está aprendiendo el oficio,…
Inmigrantes de segunda (Hiperión, 2023) | William González Guevara | 94 páginas | 11.54 euros | XXXVIII Premio de Poesía Hiperión