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Todas las historias de Doctorow

cuentos-completosJOSÉ MARTÍNEZ ROS | El recientemente fallecido E. L. Doctorow es uno de los grandes escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, un narrador poderoso comparable a titanes de las letras anglosajonas como DeLillo o Philip Roth. Su larga carrera literaria está centrada en el género histórico, recorriendo la historia de su país con un fuerte sentido crítico y humanista.

Así podríamos destacar, de entre la docena de novelas que llegó a publicar, tres enormes, magistrales, obras maestras: El libro de Daniel, una dostoyevskiana, visceral y experimental, visión de la época de la Caza de Brujas; la famosísima Ragtime, donde adapta el también célebre relato de venganza de Heinrich von Kleist Michael Kohlhaas a la sociedad norteamericana opulenta, racista e hipócrita de inicios del siglo XX; y por último, la majestuosa La gran marcha, en la que reconstruye a través de una ambiciosa y lograda estructura coral la “Marcha de Sherman”, la terrible campaña de devastación que hizo claudicar finalmente a los sudistas y terminó con la Guerra Civil norteamericana.

Ahora, gracias a la editorial Malpaso, y con estupendo prólogo de Eduardo Lago, nos llega la recopilación de sus relatos, en un magnífico volumen que complementa y completa su obra. Estos relatos fueron publicados, originalmente, en tres libros: Vida de los Poetas, editada originalmente por Anagrama, Sweet Land Stories, que nunca llegó a editarse en España y, por último, Todo el tiempo del mundo, que recoge algunos cuentos de los dos libros anteriores y añade media docena de piezas nuevas. Empezando por el final, los relatos de Sweet Land Stories y Todo el tiempo del mundo mantienen algunas de las constantes de la narrativa de Doctorow, en particular su interés por los desarraigados, los apátridas, los marginados, los excluidos del sistema -un emigrante ilegal que debe aceptar un matrimonio de conveniencia, las sucesivas fugas de una mujer sin suerte a lo largo y ancho de los Estados Unidos, la confesión de un miembro de una secta (la muy particular religiosidad norteamericana, de la que sabemos tan poco en Europa, ha sido siempre una de las obsesiones de Doctorow)-, pero en estos apuntes narrativos el autor abdica de la mejor de sus características, que es su enorme ambición formal, y se conforma con narrarnos -con eficacia y sencillez- unas cuantas pequeñas buenas historias.

Lo más interesante de este volumen es Vida de los Poetas, que incluye seis relatos y una novela corta. El primer relato, «El escritor en la familia», con el que crea, a través de una anécdota familiar, una hermosa metáfora del poder de la escritura, de su capacidad para redimir unas existencias fracasadas o frustradas. A esa historia la siguen cinco historias más breves y mucho más expresionistas.  Encontramos historias como «Willi», una lírica, sombría e impresionante estampa centroeuropea; un cuento turbio y conmovedor como es «El cazador»; y «La depuradora», un claro antecedente de una de las mejores y más desconocidas novelas de Doctorow –El arca de agua: un peculiar experimento que parece un homenaje al imaginario de Edgar Allan Poe H. P. Lovecraft, ambientado en una Nueva York espectral, en el último tercio del siglo XIX, llena de mendigos, veteranos mutilados de la recién terminada Guerra Civil, ladrones, hampones y secretos-. Y como colofón, la novela corta «Vida de los Poetas», donde reencontramos a Jonathan, el protagonista del primer relato, convertido en escritor, separado de su esposa, recién mudado a Manhattan, y obligado a meditar sobre la creciente extrañeza que le inspira su propia vida. Así, cada uno de los relatos que hemos leído son sus creaciones y responden a aspectos de su autobiografía. La novela corta, como no puede ser menos tratándose de Doctorow, termina con un llamamiento a la solidaridad. Un estupendo final para todos los lectores de este gran autor.

Cuentos completos (Malpaso, 2015), de E. L. Doctorow | 457 páginas | 22 € | Traducción de Carlos Milla Soler, Isabel Ferrer Marrades, Gabriela Bustelo y Jesús Pardo de Santayana | Prólogo de Eduardo Lago

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