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Una (auto)biografía necesaria

JUAN CARLOS SIERRA | Desde la publicación de la novela La noche más profunda (Galaxia Gutenberg, 2019), parecería a simple vista que Coradino Vega (Minas de Río Tinto, 1976) se ha apartado de la narrativa para centrarse en el ensayo. Tanto Una vida tranquila (Galaxia Gutenberg, 2021) como Arturo Barea. Retrato de un temperamento (Zut, 2023), el libro que nos ocupará en esta reseña, apuntan en una primera aproximación hacia lo ensayístico, pero se trata solo de una apariencia, ya que en estos títulos confluyen, se mezclan y se confunden los géneros, en concreto el ensayo y la narrativa.

En un primer abordaje, habría que señalar que el libro sobre Arturo Barea tiende un hilo directo con la última novela publicada por Coradino Vega, en concreto con su personaje principal. La noche más profunda se centraba en la peripecia vital de Mihail Sebastian, escritor rumano de origen judío perseguido primero por los nazis y después arrinconado y maltratado por los comunistas, por lo que podemos asignarlo a la estirpe de quienes transitaron la incómoda y a veces cruel vía de la coherencia frente a los extremos. Algo similar le sucede a Arturo Barea, quien no se hallaba nada cómodo, según cuenta Coradino Vega en su libro, obedeciendo ciegamente, ni siquiera a quienes él consideraba los suyos. Podríamos situarlo, pues, en la órbita de eso que se denomina la tercera España junto a escritores como Max Aub o Manuel Chaves Nogales, cada cual con sus peculiaridades.

Partiendo de este rasgo del carácter de Arturo Barea, es decir, de su coherencia ideológica insobornable, Coradino Vega contribuye con su trabajo a situarlo en el lugar que le corresponde dentro de la historia de la literatura española, pero dejando en cierto modo a un lado sus méritos estrictamente literarios, que deberían ser en principio los elementos de juicio exclusivos para tomar estas decisiones. Y es que, una vez que se asienta en España la democracia, a Barea se le desplaza del canon, porque no cumple con unos estándares ideológicos determinados: como era consciente de cuál era su lugar en el mundo -siempre con los pobres, con los desfavorecidos, con los de abajo, que son los suyos -, cuando llegó el momento decisivo de tomar partido en la Guerra Civil, eligió el de los fieles a la República española, pero sin plegarse acríticamente al dogmatismo estalinista o al salvajismo de los elementos incontrolados de su bando; uno puede tener la razón histórica, estar del lado correcto de esta, como era el caso de Arturo Barea, pero no por ello justificar o mirar para otro lado en el uso gratuito de la violencia. Coradino Vega lo explica mucho mejor: “Barea nunca quiso ser parte del aquelarre de parodia militar en que se convirtieron rápidamente las distintas facciones de milicianos, pero sí ser útil, y por eso se puso a disposición de sus amigos del PCE y la UGT,…”.

Esta postura, que se prolongó a lo largo de su vida, incluso en su exilio británico, lo relegó a la tercera o cuarta fila de los manuales de literatura española del siglo XX y de lo que llevamos del XXI, a pesar de su inmensa obra autobiográfica La forja de un rebelde y de los intentos de TVE por popularizarla en 1990 con su serie homónima –una superproducción de 2300 millones de pesetas de la época dirigida por Mario Camús-. Me gustaría pensar que a día de hoy es más útil para su recuperación un librito como el que estamos comentando, pero tampoco quiero sonar ingenuo. No obstante, su lectura sí que podría ser muy conveniente como referente para bandear con cierta coherencia ideológica los tiempos que corren: “Si no somos capaces de saber lo que pasó y de comprender que nosotros también podríamos comportarnos en casos de crisis y exaltación emocional de una manera sumisa, y con la misma ceguera colectiva, entonces la nueva ultraderecha tendrá el camino expedito” (página 37).

En otro orden de cosas,  hay que destacar que Coradino Vega toma partido en su libro por su protagonista, pero con las precauciones de un trabajo bien documentado que indefectiblemente ha de desembocar en la verdad histórica y no en la hagiografía, uno de los mayores riesgos de quienes se dedican a escribir biografías. La admiración de Coradino Vega por la obra y la figura de Arturo Barea es evidente, pero esta no se transforma en devoción, porque se subrayan también las contradicciones del personaje, sus complejidades, sus sombras, su carácter difícil, sus salidas de tono, sus exabruptos, su complicada relación con su primera mujer y sus hijos,… En definitiva, Coradino Vega trabaja con la premisa de destacar al hombre real detrás de la imagen pública, al ser humano verdadero que unas veces contradice y otras sostiene esa proyección. Al fin y al cabo, si lo pensamos detenidamente, quien escribe una biografía corre aproximadamente los mismos riesgos que el que se aventura con una novela: hay que tener cuidado con que los personajes no salgan planos; en ambos géneros, por el momento Coradino Vega ha salido airoso.

En este terreno resbaladizo e indeterminado entre géneros en que se mueve, como ya apuntamos al principio, Arturo Barea. Retrato de un temperamento, hay que añadir otro elemento que saca definitivamente al libro de los parámetros académicos y formales de lo biográfico. Me refiero a lo que podríamos denominar como lo metabiográfico o lo parabiográfico o lo intrabiográfico; es decir, la intromisión en la tercera persona de la primera personal, la osadía de mezclar el trabajo de investigación y exposición biográfica del personaje elegido con el propio anecdotario vital, memorístico, del escritor del libro, de Coradino Vega. Esto, que podría parecer una falta de respeto hacia Arturo Barea y hacia el género elegido para contar su historia, no llega a chirriar en el libro que nos ocupa, porque está escrito desde el más absoluto respeto, en ningún caso desde la emulación o la equiparación. Coradino Vega no pretende compararse con Arturo Barea –sería absurdo, por otra parte- ni mucho menos colocarse en un plano de igualdad.

Todo este entramado narrativo autobiográfico habría que interpretarlo más bien como un homenaje a Barea, pero muy especialmente como un intento de comprensión orgánica del carácter y de la grandeza del escritor extremeño en paralelo y complementariamente al propósito del escritor riotinteño por entender su presente a través de su árbol genealógico más próximo, el de la memoria familiar durante la Guerra Civil y el franquismo. Por mediación de los recuerdos parciales y entrecortados, e incluso de los silencios en la historia familiar del autor del libro no solo se comprende y se valora literaria e históricamente La forja de un rebelde y, por consiguiente, la figura de Arturo Barea, sino que se despliega sobre todo una lectura menos esquemática de la España de la Guerra Civil y del franquismo.

Todo esto se ancla en un presente, el de Coradino Vega y el de sus lectores, enmarañado por los dogmatismos de tirios y troyanos. Ante esta peligrosa confusión y para no caer en fundamentalismos acríticos (valga la redundancia), la única salida justa que nos queda proviene de la cultura, de su honestidad, de su reflexión sosegada y veraz –con todas las cartas sobre la mesa del investigador, del escritor-. El libro que ha escrito Coradino Vega sobre la vida de Arturo Barea se puede adscribir a este linaje.

Arturo Barea. Retrato de un temperamento (Zut, 2023) | Coradino Vega | 138 páginas | 14 euros

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