ELENA MARQUÉS | Que una novela que transcurre en plena naturaleza resulte claustrofóbica puede parecer un contrasentido. Pero para sentirse atrapado, está claro, no hace falta permanecer en una cárcel.
De bestias y aves¸ última obra de la escritora madrileña Pilar Adón, se desarrolla en buena parte al aire libre, en un extraño entorno femenino, ensayado quizás en el cuento Eterno amor (Páginas de Espuma, 2021), donde de nuevo una comunidad de mujeres que vive anclada en el no tiempo (o simplemente en el presente) ve perturbadas su paz y sus costumbres por la llegada de un intruso.
Aunque no es esto un buen resumen del libro. Si hay un conflicto, que resulta, según los manuales de narratología y los talleres de escritura al uso, imprescindible para la existencia de una novela, no es la pequeña lucha que establecen con ese hombre, que viene de fuera, como la mayoría de las amenazas, y reivindica las tierras donde viven las mujeres como suyas, sino algo mucho más profundo, más íntimo. Un conflicto que mantiene la protagonista consigo misma por haber sobrevivido a un naufragio familiar. Un ahogo que se hace físico, que se traduce en palabras, en una sintaxis sincopada, rota, arisca, tan agreste como la naturaleza, hecha de calor y zarzas, que la rodea. Una pugna que se traduce en repetidos símbolos (el agua y su profundidad y su reflejo, parada y en movimiento, vida y muerte, espacio de tránsito; los vestidos uniformados; el subsuelo y el laberinto; las ruinas y los muros), y que gana en incertidumbre y angustia por todo lo que se nos oculta. Como si esa gran roca junto al lago fuera un obstáculo mental, una niebla que nos impide llegar a comprender, cuando esto, al menos para Coro, la protagonista de esta historia, es mucho más factible en la noche. No sabemos si en una noche cercana a la de los místicos o como una referencia a la oscuridad de lo subconsciente, pero eso de sentir próxima la verdad y no alcanzarla es lo que provoca ese agobiante suspense.
Porque, desde luego, sí que hay tensión, una tensión continua, una angustia sin resolver, no solo porque la narración se inicia con una huida, precipitada e imprudente, de una vida vacía e insatisfactoria, sino porque tampoco sabe Coro, tras atravesar por pura necesidad la negra verja de la casa, qué demonios hace allí. Nadie la retiene, pero tampoco nadie la ayuda. Nadie responde a sus preguntas. Los diálogos que ella intenta establecer nunca encuentran eco; cada una de las mujeres sigue sus propios hilos mentales con algo parecido a la frialdad o la indiferencia. De hecho, si no fuera por el desasosiego que provoca la falta de respuestas, las situaciones de ese tipo podrían considerarse hasta cómicas. Como un diálogo de besugos, pero con algo más de trascendencia.
La cuestión es que allí, en Betania (por cierto, lugar de resurrección si recordamos al hermano de Marta y María), las mujeres, como una comunidad monástica, asumen sus funciones, sus ritos, aunque estos se nombran pero no se muestran, lo que aumenta el misterio como en las religiones desconocidas. Hay una jerarquía. Una anciana ciega tratada tal que un ídolo, con la que es difícil comunicarse porque habla en otro idioma. Una niña criada como una buena salvaje, cuyo origen y destino desconocemos. Unas gemelas (también en Eterno amor hay un juego de espejos semejante; también Coro tenía una hermana en la que mirarse; también el título de la obra incide en la dualidad, a la manera, además, de los títulos de los tratados clásicos). Otra mujer, Gloria, más oscura, independiente y activa, que vive en el sótano. Hay, por otra parte, mucha violencia latente. (Dormir con un cuchillo bajo la almohada no es nada tranquilizador.) Y perros, como sombras personales, que las protegen, mientras las cabras campan a sus anchas en un entorno salvaje dominado por el bochorno y los insectos. Porque la naturaleza no se muestra idealizada y Betania no es el paraíso perdido que uno ansiaría encontrar.
Así que De bestias y aves no es para nada un libro amable. Los lectores impacientes no sabrán saborearlo, a pesar de su poesía. Se sentirán atrapados en ese no tiempo que no avanza, en el calor y las heridas y en las pegajosas plantas acuáticas y en la amenaza de los sapos venenosos. En la angustia de no encontrar una salida ni poder establecer comunicación con el exterior (allí no hay teléfonos, ni móviles, ni gasolina; allí parece que no ha llegado el progreso). Así nos sentimos al entrar en Betania, como si hubiéramos llegado a un gran error. Aunque quizás sea todo lo contrario y los mecanismos propios del lugar se revelen como los más propicios para encontrar el sentido, el cambio con mayúsculas que alguno, entre los que me incluyo, necesita.
De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022) | Pilar Adón | 208 páginas | 18,50 euros |