ELENA MARQUÉS | Últimamente ciertos aniversarios y conmemoraciones están pasando sin pena ni gloria. Los devastadores efectos de la pandemia han provocado la cancelación de actos y exposiciones. Todo lo que podría suponer una acumulación de personas, humanas y divinas, se ha visto inevitablemente frustrado. Y será porque nos gusta más un acto social que a un tonto un lápiz, pero se nos olvida que hay muchas otras formas de seguir celebrando.
En 2021 se cumplían los 200 años del nacimiento de Baudelaire, Flaubert y Dostoievski; el centenario de Carmen Laforet y de la muerte de doña Emilia y John Keats; el séptimo centenario de Dante. Y la mejor forma de recordarlos, por supuesto, era publicarlos de nuevo, recuperarlos para muchas más y siempre merecidas lecturas.
Es lo que han hecho distintas editoriales, entre ellas Nørdicalibros en su colección de ilustrados con la Pardo Bazán y el autor de Los hermanos Karamazov y Crimen y castigo, cuyo relato Una historia desagradable, acompañado por dibujos de la jovencísima Kenia Rodríguez, puede suponer una buena aproximación al autor ruso para quienes no se atrevan con sus obras mayores.
Por supuesto, poco tienen que ver los personajes de esta novelita ligera, tragicómica podría decirse, con el criminal Raskolnikov ni con el adicto a la ruleta más conocido de la historia de la literatura; pero no se puede negar que son hombres de carne y hueso, vivos y reales (el irracional autoritarismo del viejo Mlekopitáiev y su adición al vodka bien podrían recordarnos al padre del propio autor), infelizmente imperfectos, y que al dibujo de una sociedad claramente dividida entre clases acomodadas y pobres de solemnidad que aquí se traza no le falta, en tan poco espacio, ni un solo matiz. Una sociedad que, tras la reforma emancipadora de 1861, que supone, entre otros logros, la liberación de la servidumbre de los campesinos, ensaya fórmulas más democráticas.
Y eso es lo que personaliza ese Iván Illich Pralinski, el intento frustrado de llevar a la práctica en casa de un pobre y patético subordinado que celebra su boda las ideas de filantropía y humanitarismo expuestas esa misma noche en una cena entre colegas de su misma categoría, confirmando una vez más no solo las distancias entre mundos siempre lejanos y el pesimismo innato del escritor moscovita, que no ve posible cambio alguno dadas las características de los sujetos llamados a efectuarlo (hay males demasiados arraigados, parece confesarse), sino la dificultad de comprender y empatizar con las circunstancias ajenas cuando se está tan ensimismado en los mundos y circunstancias propios; cuando la interpretación de ciertos conceptos y términos dista mucho de la real, pues la aproximación de Pralinski a las clases bajas, como cuando dice «el hombre ya es mío, ya ha caído, digámoslo así, en la red y yo hago con él todo lo que quiero, es decir, por su bien», podría tildarse de despotismo ilustrado del mejor; y cuando ni siquiera se está convencido de lo que se predica («Y en cuanto pronuncie la palabra ocupado, la cara de todos se volverá respetuosamente seria. Así recordaré con delicadeza que están ellos y que estoy yo, que hay una diferencia»).
Además, su malestar ante la altivez de los dos iniciales compañeros de ágape, definidos sobre todo como retrógrados, como la vieja Rusia, por así decir, lo obnubila hasta el punto de no comprender lo inadecuado de su conducta al autoinvitarse a una boda a la que no había sido convocado; las consecuencias que acarrea su improvisado popularismo, también económicas; los inconvenientes que plantea su intrusión, borrachera, indisposición gástrica y burla general incluidas.
De todas formas, que la historia parecía conducir hacia un anunciado fracaso quedaba advertido desde el mismo título, si bien no es esto lo más destacable del relato, cuyo argumento no deja de ser anecdótico, algo que puede resumirse en unas pocas líneas como la mayor parte de la literatura decimonónica. Lo importante es el retrato de esos personajes que danzan entre estas páginas, caracterizados con todo lujo de detalles léxicos, a la antigua usanza, pero con una profundidad que los hace destacarse como hombres y mujeres tan de verdad que podríamos tropezárnoslos por la calle. Y más en los tiempos que corren.
Así, de Stépan Nikíforovich Nikíforov, anfitrión de esa cena de tiempos tasados a la que asiste al principio del libro el protagonista, se dice que «no le gustaba expresar su opinión personal, se hablara de lo que se hablase. Era, además, honrado, es decir, no había tenido que hacer nada demasiado deshonroso […] no era en absoluto tonto, pero no soportaba demostrar su inteligencia». Y sobre su trabajo, que «su cargo era bastante cómodo: asistir a alguna que otra reunión y echar firmas». No me digáis que detrás de esa breve pero acerada y humorística descripción no imaginamos a más de un alto cargo conocido. También, en el polo opuesto de la escala social, el hombre hecho a sí mismo Pseldonímov queda perfectamente retratado a través de «su carácter firme. Era de apariencia mansa y pacífica, tenía la instrucción mínima y casi nunca se le oía conversación alguna. No sé a ciencia cierta si pensaba, si creaba planes o sistemas, si soñaba con algo. Pero, a cambio, en él se cultivó una resolución instintiva, inquebrantable e inconsciente por abrirse camino desde su desagradable posición»
Desde luego, esa es una de las cosas que más se le alaban a Dostoievski, la profundización psicológica en sus personajes. Bastan unas pocas palabras para que los conozcamos a fondo, o al menos alguna de las facetas que más interés pueden despertarnos. Decir solo «Soñaba con otras muchas cosas, aunque distaba mucho de ser tonto» ya es mucho decir. Aunque en estos tiempos en que se habla de inteligencia emocional como la única posible la redefinición de «tonto» debería centrar nuestra atención. Iván Illich Pralinski desde luego lo es a nuestros ojos, y ni siquiera nos despierta algo de piedad. Más bien nos lo confirma como referente de una famosa frase de Rafael Alberti, que poco tenía que ver con estas circunstancias pero que le viene como anillo al dedo, pues, después de ese periplo que podría haber inspirado películas tan chorras como Resacón en las Vegas en sus distintas versiones, el protagonista era digno de afirmar (aunque él nunca lo haría) «Yo he sido un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos».
Una historia desagradable (Nørdicalibros, 2021) | Fiódor Dostoievski | 128 páginas | 18 euros