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624 kilómetros cuadrados de pesadilla

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Le ParK

Bruce Bégout

Siberia, 2014

ISBN: 978-84-941039-4-0

140 páginas

18 €

Traducción de Rubén Martín Giráldez

 

 

Sara Mesa

La que firma este texto siente especial atracción por los parques temáticos. No como usuaria -qué espanto-, sino como escenario narrativo ideal para situar personajes y acciones. Si se quiere escribir sobre la sociedad actual y el absurdo, el consumo y el imperativo de la diversión a toda costa, las aglomeraciones turísticas y el simulacro, las relaciones entre padres e hijos o la incomunicación de las parejas, qué mejor espacio que el tumultuoso parque temático atiborrado de atracciones, tiendas, espectáculos y, sobre todo, gente arriba y abajo buscando la experiencia del viaje en el tiempo o el espacio. Sé que la autocita es poco ortodoxa en esto de la crítica, pero como muestra de este interés me permito mencionar que en mi novela El trepanador de cerebros gran parte de la historia se desarrollaba en PreHistoric Park, un parque temático en el que pululaban trabajadores disfrazados de trogloditas y dinosaurios. Por entonces yo no había leído a algunos autores que ya habían explorado, desde distintos ángulos, el territorio del parque de atracciones moderno. No había leído a George Saunders, que en su Guerracivilandia en ruinas, pero también en otros relatos, sitúa la acción en el contexto del parque temático para hablar sobre todo de la alienación y la explotación laboral; no había leído el precedente pynchoniano de El arcoiris de gravedad con su Estado corporativo nazi-infantil Zwölfkinder; no había leído Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón, que recrea un particular parque temático sobre el cuerpo humano llamado Promenadia. Y me consta que hay otras muchas novelas en las que el trabajo de sus personajes en parques temáticos constituye un meollo narrativo, y no meramente una anécdota contextual, como sucede en Swamplandia! de Karen Russell o en Asfixia, de Palahniuk. Por supuesto, hay mucho de Kafka en todo esto. El paraíso kafkiano, o mejor dicho la pesadilla, podría ser hoy día, sin duda, un parque temático.

Con todo, la palma en esto del parque temático en la literatura actual, se la lleva Bruce Bégout con Le ParK, una angustiosa historia de terror o de ciencia ficción narrada bajo la forma de las reflexiones de un visitante, con un estilo a medio caballo entre el documental periodístico, el tratado de urbanismo y el microrrelato. En Le ParK, el parque temático es el personaje en sí mismo, el centro argumental, y los distintos fragmentos que componen el libro -casi todos muy cortos- nos ofrecen el panorama -a veces contradictorio- de una realidad inapresable en su conjunto. ¿Pero qué es exactamente Le ParK? Desde luego, no un parque temático cualquiera. Su peculiaridad no reside sólo en su descomunal tamaño -se ubica en una isla privada de Borneo de 624 kilómetros cuadrados- sino en su voluntad totalizadora: el parque tiene como tema central la civilización humana, y muy particularmente las perversiones que conllevan las aglomeraciones, de modo que se convierte en una especie de exposición universal de los males de la civilización. Otra singularidad del parque es que, salvo muy contadas excepciones, los empleados -que a la fuerza han de ser residentes- no trabajan allí voluntariamente, sino que encarnan realmente lo que representan. Y, ¿quiénes son los visitantes? Por supuesto, una élite, dados los altos precios de la entrada, sin tener en cuenta el coste personal que puede suponer la experiencia. Frente al parque temático habitual, que se vuelca en el consumo de las masas, Le ParK apuesta por los grupos reducidos, la sensación de exclusividad y cierto secretismo sectario. No en vano también el secreto rodea a su creador, el multimillonario Licht, una especie de arquitecto visionario que siente una extraña vocación por el mal. Todo aquello que suscita emociones fuertes es susceptible, por tanto, de encontrarse en Le ParK: lo maravilloso y lo horrible, lo lúdico y lo patético; todas las funciones de los parques temáticos aparecen entremezcladas: “proteger, aislar, encerrar, divertir, estudiar, domesticar, clasificar, reagrupar, exterminar”. Y la isla, además, funciona como una especie de cerebro objetivado: el aislamiento agudiza la imaginación, y la creatividad aflora precisamente por la ausencia de relación con el mundo exterior, lo que el propio Licht enuncia como el “principio Galápagos”.

Son muchos los rasgos que van describiéndose de Le ParK en sus distintas aproximaciones, con el retrato también de algunos personajes absolutamente desconcertantes (Lady W. o el prisionero eterno) en los fragmentos más narrativos. Pero el lector no consigue apresar la verdadera naturaleza del lugar -y esta es, sin duda, la intención de Bégout-, un espacio siempre fuertemente iluminado en el que se produce la paradoja de la luz que esclarece las cosas, pero también ciega e impide mirarlas de frente. Para colmo, los edificios y las atracciones evolucionan constantemente, se modifican y renuevan, como si se tratase de una ciudad nómada y plástica, en perpetuo cambio, o del escenario de un videojuego cuyo jugador es un visitante sujeto a los caprichos de un programador.

Le ParK no me parece un libro literariamente brillante, pero sí muy original en la plasmación de esa atmósfera de corrupción o, como se dice en determinado momento, del ambiente pesado y eléctrico que precede siempre a la tormenta. De algún modo, Le ParK es también un tratado sobre la maldad humana y sobre la crueldad como mercancía. En una de las citas inventadas que se ofrecen en el libro, se afirma que “es en las ollas nauseabundas donde siempre se cocinan las mejores sopas”, y en otro momento se recuerda que nos atrae mucho más El infierno de Dante que El Paraíso. Lo que pone de manifiesto este peculiar artefacto literario es que la atracción por el mal es rentabilizada sin escrúpulos por el sistema -un sistema que moldea su legislación a medida de sus necesidades-. El resultado: esta pesadilla que hay que leer con cuentagotas, para no desvelarnos por la noche. Al fin y al cabo, y esto es lo peor, algunas de las cosas que aquí se cuentan no nos van a resultar del todo extrañas: la existencia de hoteles de precios desorbitados que recrean las condiciones de una cárcel o de un campo de concentración, por ejemplo, es ya un hecho real y espeluznante. Y es que, como dice Bégout, el placer que provoca un parque de atracciones, sea cual sea su tema, proviene de la sensación excitante de penetrar, por la estrecha brecha de un muro, en el mundo prohibido. Cueste lo que cueste, incluida la degradación humana.

(NOTA: Para escribir esta crítica se ha manejado la edición francesa original, por lo que las citas son traducción mía. La edición de Siberia en español es doblemente recomendable por su calidad y belleza).

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