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Todos sois el cártel

libro_1443514095JOSÉ M. LÓPEZ | Parecía imposible, pero Don Winslow lo ha vuelto a hacer. Y es que El cártel supone una irrupción aún más brutal y minuciosa que su predecesora, El poder del perro, en el mundo de la guerra del narcotráfico entre México y EEUU. Si para escribir el primer libro este escritor estadounidense estuvo seis años inmerso en el submundo de la droga, para esta segunda entrega ha estado la friolera de 10 años levantando acta, desde las propias entrañas del monstruo, de todas las vicisitudes  y barbaridades que rodea este ambiente. De modo que cuando uno acaba de leer estas dos enciclopedias sobre la guerra por el control del comercio de los estupefacientes tiene la sensación de que ya sabe todo lo que hay que saber del tema. Vamos, que acaba de adquirir la cátedra de narcotráfico mexicano-estadounidense: empezando por los campos de cultivo de amapolas, que son comprados a la fuerza por los cárteles a campesinos pobres y sin futuro; continuando con los salvajes asesinos que trabajan para la organización y que se ganan el sueldo gracias a sus labores cotidianas de secuestros, torturas, decapitaciones, etcétera; sin dejar de lado, por supuesto, la figura de los grandes capos que manejan las mafias e incluso la de sus mujeres, en ocasiones meros floreros, otras veces las que verdaderamente dirigen la “empresa” a la sombra de sus maridos. Del otro lado, tenemos a las fuerzas del orden (DEA, CIA, policía, ejército, gobierno mexicano o la Casa Blanca), que gracias a sus dudosas actuaciones contribuyen, de una manera más o menos pasiva, a que estos cárteles se perpetúen. Don Winslow clava su pluma en lo más profundo de este mundo de violencia y terror que rodea al narcotráfico, y la saca manchada de sangre y de verdad, consiguiendo resultados muy parecidos a los que obtuvo Mario Puzo al diseccionar el mundo de la mafia siciliana asentada en Nueva York.

Un aspecto que distancia El cártel de El poder del perro es que en esta segunda entrega el autor ha querido centrar su mirada en los que, a su parecer, son los verdaderos y únicos héroes de esta guerra salvaje. Me refiero a los periodistas. En México, ha comentado Winslow en alguna entrevista, para los periodistas la corrupción no es una opción: o escribes lo que ellos quieren que escribas o te matan a ti y a tu familia. Por ello, este libro se convierte en un modesto homenaje a todos esos reporteros asesinados o “desaparecidos” que, aun sabiendo cuál sería su destino, optaron por no mirar a otro lado ante las salvajes acciones que estaban cometiendo estos criminales, y decidieron hacerles frente empuñando las únicas armas que dominaban: la información, la verdad y la ética profesional. El resultado, cientos de periodistas muertos en las últimas décadas por motivos relacionados con el narcotráfico. Uno de ellos lo encarna en la novela el personaje de Pablo, un tipo normal, divorciado y con un niño adolescente, que vive en primera persona la inevitable destrucción de Ciudad Juárez, localidad que ama y que no desea abandonar. Es un buen profesional, nada parecido a un héroe, pero que se ve envuelto en una feroz oleada de violencia y sin sentido que lo obliga a erigirse en el personaje más épico de la novela. Porque el policía Art Keller, el verdadero protagonista  de El cártel –ya lo fue del El poder del perro– dista mucho de ser un héroe clásico. En las primeras páginas de esta segunda entrega lo vemos como alguien que intenta purificar su alma de tanto odio y maldad que le ha ido manchando por dentro a lo largo de sus años de  persecución a Adán Barrera (trasunto del Chapo Guzmán). Pero los narcos, la DEA, y, sobre todo, sus demonios, es decir, la irredimible sed de venganza hacia Adán Barrera, impiden que este proceso de depuración personal se culmine, y se ve inmerso de nuevo en esta guerra que para él sólo tiene un objetivo: acabar con su enemigo. Y para ello no dudará –lo suyo es un asunto personal– en valerse de todo tipo de métodos, se ajusten o no a la ley o a la moral imperantes. Keller, en su duelo a muerte con Barrera, ha olvidado la diferencia que hay entre el bien y el mal, entre la legalidad y la barbarie, de modo que incluso tiene que soportar que a lo largo del libro lo estén igualando constantemente con aquel al que persigue.  Y este enfrentamiento entre estos dos tipos que parecen protagonizar un western macabro, este odio a veces fratricida (fueron amigos en el pasado) conforma el eje vertebrador y emocional de todo el libro. Y culminará en un espléndido capítulo (no haré ‘spoilers’) que podría haber firmado el mismísimo Joseph Conrad o el maestro Alejo Carpentier. En él culmina este juego de acercamientos y persecuciones, de enemistades y pactos de conveniencia entre estos dos tipos despiadados que se odian desde las entrañas, y que les obligará a adentrarse en  los más profundo de la jungla y de ellos mismos, en un lugar atávico y salvaje donde tendrán por fin que resolver todas sus diferencias.

Más allá de la importancia de la relación Keller-Barrera, y quizás por la formación periodística de Winslow, la novela adquiere, en ocasiones, la forma de una serie de crónicas superpuestas que fotografían las continuas atrocidades que las distintas ciudades mexicanas limítrofes con EE.UU. sufrieron entre 2004 y 2012. Su narración es, por tanto, sencilla, precisa. Winslow no necesita piruetas narrativas para impactar. La realidad habla por sí sola, seduce y repugna a partes iguales a un lector que, atónito, se limita a contemplar ese siniestro espectáculo con un grado de adicción a la lectura tal, que las setecientas páginas del libro vuelan en unas cuantas tardes. Es verdad que la prosa de Winslow adolece en ocasiones de cierto peso, y que abusa quizás de las técnicas visuales o cinematográficas a la hora de narrar, pero, como digo, la realidad de la que nos hace testigos el autor posee tanta fuerza que lo mejor es, simplemente, levantar acta; eso sí, manejando el suspense y dosificando la intriga a la manera de los mejores maestros del thriller.

Pero, aparte de su forma, en esta novela resultan apasionantes los continuos problemas morales que suscita, y que revoletean por tu mente mucho tiempo después de que hayas acabado el libro: ¿Es ético, por ejemplo,  hacer un mal para evitar un mal mayor que sucederá, seguramente, después? ¿Es lícito que la policía torture a un detenido para conseguir una información que le ayudará a salvar vidas? ¿Puede un miembro de la ley pactar la libertad de un asesino cruento a cambio de que este testifique para inculpar a otro asesino más cruel aún? ¿Se puede asesinar o dejar morir a gente inocente con tal de atrapar a toda una red mafiosa? ¿Es permisible que un gobierno apoye a un cártel de asesinos narcotraficantes tan solo porque sea la única manera de acabar con otro, mucho más cruel y asesino que el primero? ¿Debe un periodista omitir una noticia “tan solo” porque esté amenazada de muerte su familia? ¿Debe un editor prohibir que se escriban noticias sobre narcotráfico “simplemente” porque han asesinado a uno de sus redactores? ¿Puede un reportero coger dinero de los narcos, aunque sea a cambio de nada? La frontera que separa el bien y el mal es apenas perceptible en esta descomunal novela, pero Winslow nos empuja a caminar a su alrededor. Y obtenemos dudas, pero no respuestas. Quizás porque todos parecemos ser culpables, como denuncia en una misiva uno de los personajes de la novela:

Hablo por ellos, pero os hablo a vosotros, a los ricos, a los poderosos, a los políticos, a los comandantes y a los generales. Hablo a Los Pinos y a la Cámara de los Diputados, hablo a la casa Blanca y al Congreso, hablo a la AFI y a la DEA, hablo a los banqueros, a los rancheros, a los barones del petróleo, a los capitalistas y a los señores de la droga y os digo:

Sois todos iguales

Todos sois el cártel

Y sois culpables.

En resumen, imprescindible.

El cártel (RBA, 2015) de Don Winslow | 696 páginas | 19 € | Traducción de Efrén del Valle | IX Premio RBA de Novela Negra

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