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‘Bao Chi! Bao Chi!’

descargaDespachos de guerra

Michael Herr

Anagrama, 2013. Colección «Otra vuelta de tuerca»

ISBN: 978-84-339-7620-8

296 páginas

18,90 €

Traducción de J. N. Álvarez Flórez y Ángela Pérez

Premio Internacional de la Prensa

 

Alejandro Luque

Los buenos libros, por lo general, se leen morosamente, dejando que el disfrute se prolongue el mayor tiempo posible; o bien nos atrapan con tanta fuerza que la única forma de librarnos de ellos es alcanzar cuanto antes la última página, como apuran los dipsómanos sus copas hasta las heces. Algunos, en cambio, nos exigen cerrarlos de vez en cuando para tomar oxígeno. La atmósfera en que nos sumergen es tan opresiva que necesitamos incluso apartarlos un poco de nuestra vista, distraernos con otros asuntos para no permitir que calen demasiado en nosotros.

Este libro de Michael Herr pertenece a esos últimos. Son menos de 300 páginas, pero cuesta llegar al final, porque para ello hay que mirar de frente al horror. No, no crean que se pasa de truculento, ni enfatiza más de la cuenta las salvajadas de la guerra del Vietnam, que cubrió como reportero en 1967. En cualquier novela de Stephen King o de Bret Easton Ellis hay más sangre que aquí. No es eso, no es eso.

Sin saber de estas hazañas bélicas, lo primero que me atrajo de Michael Herr hace algunos años fue su trabajo como guionista en filmes como Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, y La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick. De este último, el periodista escribió un librito, sencillamente titulado Kubrick, que apasionará a los forofos por las jugosas revelaciones que contiene sobre los métodos de trabajo del genial cineasta, especialmente en el proceso de adaptación de la novela Eyes wide shut. Lo que quiero decir, en fin, es que Herr me resultaba un tipo lo suficientemente interesante como para acercarme cuanto antes a la que todos consideraban su obra cumbre, estos Despachos de guerra recuperados ahora por Anagrama.

Lo primero que llama la atención cuando entramos en sus páginas es el estilo más bien desmañado y anárquico, que nos permite preguntarnos si Herr pasaría los exámenes de redacción de las Facultades de Comunicación de hoy. Que nadie busque aquí, pues, a un Hemingway, ni a un Koestler, ni a un Chaves Nogales. Sin embargo, conforme vamos avanzando sentimos que ese desaliño formal casa bien con las rutinas infernales del frente, hasta convertirse incluso en un vehículo idóneo para transmitir el caos y el absurdo de la guerra. La lectura se vuelve incómoda porque la selva lo es; en la oscuridad del texto, brilla de pronto la bengala de la inteligencia.

Yo fui a cubrir informativamente la guerra y la guerra me cubrió a mí”, confiesa Herr para explicar que un conflicto armado es algo que muchos ven, pero que muy pocos alcanzan a comprender con una mínima lucidez. A veces solo lo logran después de mucho tiempo, cuando el desfile de atrocidades, los muertos amontonados, las espantosas mutilaciones, han pasado a confundirse con las pesadillas, a perder su certidumbre de recuerdos vívidos. Lo que el autor sabe plasmar mejor que la mayoría, lo que hace de él un grande del oficio, no son las escaramuzas bajo el monzón ni las lluvias de fósforo y napalm sobre ciudadanos indefensos, sino el modo en que el horror se adueña de las personas y acaba reemplazando a la vida.

En efecto, Michel Herr narra numerosas situaciones de peligro para su vida y la de sus compañeros. A veces sin ahorrarse detalles escabrosos, otras rozando el humor, como cuando habla de los soldados que prefieren perder la vida a perder los testículos, ese terror de profunda raigambre castrense. De un modo u otro, poco a poco nos va llevando a una estremecedora conclusión: los que hacen la guerra acaban, a menudo, amándola. Bien pensado, el rechazo que casi todos sentimos por ella es un fenómeno más bien reciente. Antaño, ir a la guerra equivalía a hacerse hombre y a cumplir con la más gloriosa misión a la que pudiera aspirarse: arriesgar o entregar la vida por la patria. Más recientemente, se nos presentó envuelta en los celofanes del heroísmo. Pero en este libro lo que vemos es otra cosa: el que regresa del infierno está tan traumatizado, ha recibido tanta ración de mierda y de sinrazón, que prefiere regresar a la contienda, como el John Rambo de la saga cinematográfica: “No era una situación cabrona de combate ni nada pero, de verdad, te morías de miedo”, explicaba un veterano en su segundo Vietnam. “Miedo aquí, miedo allí, dije, qué cojones, y volví”.

También pueden leerse estos Despachos de guerra como una reivindicación del periodismo de verdad. No es que todos los periodistas tengamos que jugarnos el pellejo entre las balas, pero sí abominar de ese periodismo de cortapega y comunicado oficial tan en boga, y comprometernos con las premisas que enarbola Herr: mirar la realidad sin miedo, vivir para contarla, contarla con honestidad. “Mira, amigo, tú te vas, te largas de aquí, mamón, pero de veras, ¡cuéntalo!”, le rogaba al reportero un soldado medio moribundo. El autor sabe que está ahí para eso, como lo sabían los tres periodistas españoles recientemente secuestrados en Siria. Las únicas palabras en vietnamita que conocían los enviados especiales, ‘Bao chi! Bao chi!’ (¡Periodista, periodista!) fueron con frecuencia su único escudo.

Sin embargo, Herr no se engaña. Podría haber muerto de mil maneras por seguir enviando sus crónicas, podría haber vuelto a casa en una bolsa, como vio volver a cientos de soldados y a varios compañeros, o ciego, o mutilado, o tetrapléjico. Pero no se hace ilusiones sobre el sentido último de su sacrificio: “El periodismo convencional no podía reflejar aquella guerra más de lo que la capacidad de fuego convencional podía ganarla”, escribe, “no podía hacer más que coger el acontecimiento más hondo de esa década norteamericana y convertirlo en un pastel de comunicaciones, cogiendo su historia más evidente e innegable y convirtiéndola en historia secreta”.

Los años 70 estaban a punto de ser inaugurados, pero ya hacía mucho que Hiram Johnson había pronunciado su mejor frase: “La primera víctima de una guerra es la verdad”.

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