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Como alfileres de pleno significado

ELENA MARQUÉS | Hay palabras que nos retrotraen automáticamente al pasado. En mi caso, el pasado es una sala con visillos blancos donde a veces traqueteaba una máquina de coser, mil hilos de colores serpenteando por un tablero redondo de formica. Entre los enseres de mi abuela, un cojincito rojo erizado de alfileres. El acerico.

Imagino que las nuevas generaciones desconocerán el nombre y el concepto, las tiernas connotaciones de aquella almohadilla donde se clavaban agujas aún ensartadas con los restos del último zurcido, brillantes cabecillas indefensas, alguna muestra diminuta de percal.

Los aforismos que Florencio Luque Alfonso reúne en este libro, Premio Artemisa 2023, atraviesan nuestra piel con su habitual tino poético. Como alfileres de pleno significado. Como prometedores pinchazos no siempre troquelados de ternura.

Porque si por algo se caracteriza la voz del poeta sevillano es por su deseo de revelarnos una «verdad» que a veces duele. O que incomoda. O que no siempre queremos oír ni reconocer. Aunque también, y creo que más que en otras obras anteriores, entre esas reflexiones de carácter filosófico se deslizan fogonazos de imágenes, «Visiones», como reza la primera sección de las cinco que componen el libro, que quieren ser muestra de la hermosura del mundo, signos del hombre y su desusada grandeza; también, concesiones a los sueños de juventud como alimento de los años, pues «Mientras sueñes estarás despierto» y «Sin sueños anda desnuda la vida».

Dividido, como digo, en cinco secciones, «Visiones», «Sueños», «Tiempo», «Laberintos» y «Lienzos», los aforismos de Luque suponen todo un reto de brevedad y belleza. Tras ellos se reconoce una sabiduría propia, engendrada entre las lecturas y las vivencias de un autor que asomó tímidamente hace unos años pero que no para de recibir el reconocimiento que merece. Su profunda sencillez, no exenta de ciertos toques de humor («El príncipe azul destiñe»), y con glosas de citas antiguas y dichos comunes («Tus sueños no te olvidan»), propio de un género que roza el ensayo, convierte este opúsculo en un efectivo vademécum para la vida, amable y sincero, con los ingredientes propios y el espíritu horaciano de enseñar deleitando y un trasfondo ético.

No se me malinterprete. No estamos ante un conjunto de sentencias con moralina. Ni siquiera la voz del autor se impone. Este, aunque nos ofrece su visión personal, permanece bastante fuera de lo observado, manteniendo a raya sus emociones, podría decirse que en actitud «impersonal», si como tal puede considerarse la construcción de ciertas imágenes metafóricas de alto impacto («Reloj, nido de cenizas») o su elegante empleo de la sinestesia («Cuando el jilguero canta ilumina su sombra»). Pero en ese intento de no caer en excesos retóricos ni sentimentales, en esa austeridad buscada en favor siempre de la transparencia, Luque se manifiesta atento a los pormenores, a su riqueza, pues, como él mismo dice, «Si solo percibes repeticiones, obvias matices». O, si no abres bien los ojos, solo aprecias lo visible y pasa lo que tenía que pasar: que «El hábito mata al niño» y el mundo se achata y desvirtúa.

En el fondo, esos detalles permanecen ahí, a la vista de todos. De hecho, algunos de los aforismos que leemos en Acerico nos pueden resultar obvios («La paciencia pule piedras»). ¿Qué lo diferencia, pues, de otras sentencias parecidas? ¿Qué de novedoso puede ofrecernos Luque sobre el tiempo, la vida, las dificultades, la actualidad?

Por lo pronto, su visión de poeta, pero también de músico (es envidiable el ritmo que consigue, con tendencia a la estructura binaria y al equilibrio), y, por supuesto, de pintor, faceta de la que disfruta casi tanto como en la de la escritura.

De ahí que la última sección, «Lienzos», se despliegue y cierre el intento de abarcar, a través de la palabra, conceptos inasibles como el silencio, el espacio, la mirada, el misterio, la inocencia, el vacío, la memoria, el amor, el infinito. En esa consciencia de la dificultad de englobar el todo («Quien pinta nubes acaricia el cielo», «En la plenitud del lienzo balbuce el vacío»; los subrayados son míos) que los mismos subtítulos sugieren (visiones, sueños, laberintos…) radica parte de su fuerza: en la aceptación del misterio, en la complacencia en la mirada atenta y única («Lo que percibo como orden es el orden que percibo»), en la comunión con la naturaleza («Corazón de guijarro, eco de agua»), en el diálogo interior frente al fuego y el resto de los elementos siempre con los pies en la tierra, pues si algo caracteriza a Florencio Luque es su «confianza» en la razón, su búsqueda de la luz en la oscuridad. Y en este florilegio de afilados aforismos deja clavados algunos de estos pensamientos para que con ellos, si nos viene bien, si los consideramos útiles, sujetemos mejor el lienzo finito de nuestras vidas.

Acerico (Detorres Editores, 2023) | Florencio Luque Alfonso | 56 páginas | 10,00 euros

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