RAFAEL ROBLAS CARIDE | Muy a menudo se compara el gremio narrativo con el atletismo. En el lejano horizonte se proyecta aquel tenaz maratoniano que es el novelista denso y desatado en mil y una páginas de aventuras; allá corre el mediofondista-autor de novelas comunes que se agazapan con desigual fortuna en los anaqueles de las librerías contemporáneas; acá esos otros corredores de vuelo débil, responsables paternos de pasajeras obras consumidas apresuradamente en viajes de metro o autobús. Por último, bien apegados al “mundanal ruido” –Fray Luis dixit–, surgen casi de la nada los velocistas intrépidos que se atreven con el raudo silbido del cuento.
Tomás del Rey Tirado es uno de estos últimos, un esforzado de la ruta que recientemente se ha especializado en las distancias cortas con indudable acierto, como bien demuestran sus numerosas escaramuzas blogueras y sus incursiones radiofónicas en el concurso de microrrelatos de La ventana de la SER. Fruto de estas inquietudes –menciones honoríficas aparte como aquella que lo acredita finalista del III Premio Internacional de Relatos Cortos Ciudad de Sevilla– nace el presente volumen, el cual no es ni más ni menos que una selección de narraciones breves hilvanadas por un preciso hilo metaliterario que, sutilmente, vuelve una y otra vez sus pespuntes hacia sus preferencias temáticas: el ciclo artúrico, los cuentos populares, Cervantes y el Quijote, la épica de todos los tiempos, Bécquer… La LITERATURA, en suma, escrita con mayúsculas, entendida como alfa y omega en la vida de un idealista que, entregado a su profesión docente, lleva proporcionando a sucesivas generaciones de jóvenes el antídoto mágico que permite sobrevivir al veneno mortal de prosas y versos.
Así, exclusivamente desde esta tendencia obsesiva, habrá de entenderse el título del libro Yo, que tantos hombres he sido, eterna pirueta que del Rey ejecuta para guiñarle el ojo a Borges desde el minuto cero –esto es, desde su cita inicial– y que con tanta generosidad le devuelve la editorial Maclein y Parker en el descuento del partido, haciendo regresar del olvido a Matilde Urbach, aquel borgiano amor platónico nacido de las sombras de una ficción, porque ficción con ficción se paga.
Después, el resto del menú, cuya carta se muestra al lector perfectamente estructurada en un índice que sirve para sintetizar el contenido del volumen. A saber: “De libros, lectores, librerías y bibliotecas” (el título ya lo dice todo), “De la eterna búsqueda caballeresca del Grial” (sobre la épica artúrica), “Del Quijote, por supuesto” (sobran los comentarios), “De Romeo, Julieta, y otros amores no menos intensos” (acerca de amores imposibles y otras yerbas), “De ayer y hoy” (curiosa miscelánea donde se mezclan personajes y autores de todos los tiempos), “De cuentos populares” (también sin comentarios), “De ciencias y ficciones” (un guiño a las ciencias exactas desde los terrenos de la literatura), “De cómo algunas voces femeninas vencieron al silencio” (a fin de salvar la cuota femenina respeto a la selección de los textos) y, finalmente, “De la escritura, ese misterio” (una suerte de poética propia, como bien confiesa el autor en uno de los relatos).
Sobre esta hoja de ruta meticulosamente trazada se desliza la palabra del narrador, cuya voz oscila, desde el deje de un escepticismo casi elegíaco (véase el poema “Cordura”, inserto aquí también como relato en verso, ¿por qué no?), hasta una saludable veta de ironía de la buena, que da en torcerse de vez en cuando hacia trazos más gruesos, adentrándose de este modo en el territorio de un humor negrísimo que inmediatamente hace abrir en el lector las puertas de su pensamiento reflexivo. Una buena muestra es este “Inconsolable”, un breve cuentecillo donde la lectura superficial cuestionará los efectos de los exitosos libros de autoayuda y en el cual el receptor más esquinado podrá ahondar sobre la ambivalente naturaleza humana, incapaz de llegar a la felicidad sin sufrir simultáneamente los efectos del dolor.
Su pena, redonda como una bola, le llenaba todo el pecho. Le recomendaron aquel libro de autoayuda. Ella y su pena lo leyeron, escépticas. Al terminarlo, la pena se había ido. Esperó paciente la cola en la feria del libro, Y cuando llegó ante el autor, le descerrajó dos tiros.
Muchísima más dureza y radicalidad adopta del Rey cuando se centra sobre algunos temas sociales contemporáneos, sacudiendo así la conciencia de sus lectores con imágenes durísimas que, siempre al final del relato –ese leve matiz que en el cuento conduce bien hacia el triunfo, bien hacia la puerta de la enfermería– dejan en la memoria un eco incómodo que impide pasar la página como si nada ocurriera. Espléndida resulta esta lírica “Cantiga de amigo”, donde los términos tradicionales de la composición medieval se truecan, convirtiéndose el mar en emisor y nosotros, españolitos de hoy, en insensibles receptores de un drama que día tras día se escribe sobre el papel del Mediterráneo con el surco de tinta invisible de las pateras:
Con cada amanecer, el mar se la encuentra mirándole a los ojos. Desde ahí se ve España los días claros. Pero ella mira al mar sin soltar su presa. Por única respuesta, algún resto de patera, algún salvavidas vacío, algún cadáver. Y el mar no sabe dónde meterse.
Y, hablando de lirismo, resulta imperdonable olvidar otros pasajes destacados donde la belleza de las palabras e imágenes trasciende a la misma anécdota para elevar el texto a categoría de arte. En este caso, el trasfondo de la biografía de Antonio Machado le sirve a del Rey para trazar un paralelismo entre el amor romántico y el materno, entre sueño y realidad, entre el pasado y el presente, entre Soria y Colliure. Entre la vida y la muerte, en suma, con la Poesía y la Literatura siempre como telón de fondo.
Soñó que paseaba con Leonor, que tomaba su mano adolescente y se desvanecían con el camino atardecido, el Moncayo al fondo. Pero era Colliure, y hacía frío, y la mano huesuda de su madre le recordó que ya no existían más paseos que los de la muerte.
El conjunto de los cuentos y relatos –en esta reseña solo se han transcrito tres de los más breves– se completa con un “Pequeño glosario bufo” que, como su propio título indica, aclara en clave de humor mucha de la terminología específicamente literaria citada a lo largo del volumen (obras, personajes, autores), facilitando de este modo su comprensión a los lectores ajenos al mundillo y, sobre todo, creando complicidades con aquellos otros que dominan la materia. Y, de nuevo, el estilo de del Rey, trufando lirismo, humor o disimulada crítica para convertir un simple apéndice final en una antología de retales narrativos que tampoco dejan tras de sí una estela de indiferencia. Véase, si no, la académica definición de la “cantiga de amigo” que, gracias a su coletilla final, logra un esbozo de sonrisa.
Cantigas de amigo: Deliciosas composiciones medievales de la lírica galaicoportuguesa. En algunas de ellas, una mujer se dirige a la naturaleza (frecuentemente a las olas del mar) para lamentar la ausencia de su amado y preguntarles por él. También eran cantadas, así que los chicos de Maná no inventaron nada.
Sostienen algunos críticos que uno de los rasgos esenciales de la Literatura consiste en su capacidad para unir mundos –en muchas ocasiones no solo opuestos, sino también separados en el tiempo–, haciendo de este modo referencia a las esferas correspondientes al creador y a los lectores de las obras. Tras la lectura de este Yo, que tantos hombres he sido me he quedado pensando que quizás lleven razón. Así, al menos, pareció entenderlo Sherezade –la santa madrina de los cuentistas– cuando logró salvar su vida engolosinando con sus fantasías al sultán Shahriar. La bella joven atrajo con sus asombrosas narraciones la curiosidad de su señor hasta tal punto que finalmente sus corazones se unieron en matrimonio: una esfera unida a otra esfera. Así también ha parecido entenderlo Tomás del Rey Tirado que, con esta recopilación de relatos nos ha dejado con ganas de más, engolosinándonos con su buen narrar y proporcionándonos una lectura cómplice que pide nuevas entregas. ¿Será, entonces, el momento de explorar nuevas obsesiones? ¿Abandonará el tema literario para abordar otras facetas susceptibles de protagonizar cuentos? Chi lo sa? Mientras tanto, parece que Sherezade se duerme todas las noches leyendo a Borges con el fin de inspirarse.
Yo, que tantos hombres he sido (Maclein y Parker, 2020) | Tomás del Rey Tirado|152 páginas | 15 euros