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Demasiado fárrago

jilguero

El jilguero

Donna Tartt

Lumen, 2014

ISBN: 978-84-2642-243-9

1.152 páginas

24,90 €

Traducción de Aurora Echevarría Pérez

Premio Pulitzer 2014

 

 

José Martínez Ros

Donna Tartt (Greenwood, Mississippi, 1963) es una escritora peculiar y reservada. No concede demasiadas entrevistas, se mantiene alejada del público y su obra está compuesta únicamente por tres novelas, tan extensas como ambiciosas.

En 1992 se dio a conocer al gran público con El secreto, una primera novela que consiguió una sorprendente resonancia, hasta el punto de ser saludada por la crítica americana como un clásico contemporáneo, con ecos de Poe y Henry James. Transcurrieron once años de silencio. Hubo entonces quien pensó que Donna Tartt pasaría a la historia por ser la autora de una sola novela, pero a principios de 2003 la escritora sureña volvió a la actualidad con un Un juego de niños, otro enorme éxito. Pasados otros once años, esta autora que ha sido reconocida como “la mejor representante del llamado ‘best-seller’ de calidad”, ha vuelto a encabezar las listas de más vendidos de EE.UU. (éxito igualmente repetido en Francia y Holanda) con su última novela El jilguero, que supera el millar de páginas.

«‘Best-seller’ de calidad». Es una curiosa etiqueta, ¿no creen? Se diría que el hecho de que la Sra. Tartt venda millones de ejemplares de su libro la convierte en algo sospechoso, un raro ejemplar literario a medio camino entre la literatura de “aeropuerto” y las más altas cumbres de las letras.

Examinemos su última obra. Al empezar El jilguero, entramos en una habitación de hotel en Ámsterdam, donde Theo Decker lleva más de una semana encerrado, en una estado de profunda depresión, somnoliento, borracho, destrozado. ¿Qué circunstancias le han conducido a aquella situación? ¿Cómo ha terminado así? Tiene veintitrés años pero ha llevado una vida compleja, llena de acontecimientos, que nos evoca tanto los protagonistas de Dickens -hay ecos de Oliver Twist y, sobre todo, Grandes esperanzas, una novela con la que hay tantas semejanzas que podríamos calificar El jilguero como una especie de ‘remake’ postmoderno- que nos cuenta los acontecimientos que han ido marcando su vida desde que, a la edad de trece años, perdiera a su madre en un atentado terrorista en el Metropolitan Museum de Nueva York. Theo no sólo idealiza a su progenitora:  también se echa la culpa por lo ocurrido. Pasaba por una etapa de -moderado- descontrol adolescente y le habían pedido que fuera al colegio para hablar con sus profesores. De camino, un chubasco los sorprende. Y ya que están en las cercanías del museo, deciden visitar una exposición temporal de obras maestras del Siglo de Oro cuando de pronto estalló una bomba que convirtió todo a su alrededor en escombros y muerte. Theo sobrevive casi indemne… su madre no. Buscando la salida, el chico se topa con un anciano que visitaba la misma exposición acompañado de una muchacha que le había llamado poderosamente la atención, que se convertirá -aún no lo sabe- en una presencia que se cruzará varias veces en su existencia y la marcará de una forma definitiva. El hombre muere delante de los ojos de Theodore, pero antes -como en un cuento de hadas- le entrega un anillo… Pero Theo no sale del museo únicamente con ese anillo, ya que, aprovechando la confusión, decide llevarse un cuadro que había admirado su madre, «El jilguero», del artista holandés Carel Fabritius, dentro de su mochila. Así pues, en un abrir y cerrar de ojos, la vida de Theo ha dado un giro de ciento ochenta grados: no solo ha perdido a su madre, sino que se ha convertido en el ladrón de una obra que todo el mundo da por destruida tras la explosión. Theo está sólo en el mundo, en la gran ciudad. Y sólo le queda una persona en el mundo: el ex-esposo de su madre, un individuo desastroso y poco recomendable que sobrevive a duras penas en Las Vegas como jugador profesional Y al llegar a este punto, estamos en la página 100.

Nos queda mucho, mucho más. En Las Vegas el protagonista conocerá a un muchacho de origen ruso, Boris, del que se hará amigo inseparable. Con Boris, enamoradizo, imaginativo, mentiroso y juerguista, llegan las mejores páginas de la novela: una acelerada educación sentimental en un espacio desolado, casi abstracto, los suburbios de una ciudad artificial dedicada al ocio y rodeada por la inmensidad del desierto. Y aquí es cuando Tartt nos convence de que es una buena novelista. Es capaz de escribir un relato que resulta absolutamente absorbente, poblado de personajes complejos, polifónicos, lleno de sombras y secretos, maravillosamente ambientado y, por encima de todo, dotado de una sostenida sensación de realidad. Si la novela hubiera seguido esa línea, hablaríamos, sin duda, de una obra magistral. Pero no es así.

Como hemos afirmado, la historia de Theo tiene mucho -como en el caso de los novelones de Dickens, su obvio maestro- de cuento de hadas. Y como los protagonistas de los cuentos de hadas, Tartt se empeña en hundir a su protagonista, Theo, para luego redimirlo. Termina la parte de Las Vegas y lo devuelve a Nueva York, con un giro tan predecible como innecesario, y lo sumerge en una pequeña intriga criminal en torno al cuadro desaparecido que se alarga interminablemente y que apenas guarda relación con los elementos más poderosos de su fábula, que tiene un poderoso trasfondo: una educación estética y moral y una larga y demorada historia de amor. El libro te acaba dejando una sensación agridulce: oculto entre tanto fárrago, hay una gran novela. Pero hay demasiado fárrago.

Así que permítanme afirmar que Donna Tartt es una excelente escritora, pero que tal vez piensa demasiado en los millones de lectores que aguardan sus libros como otro “’best-seller’ de aeropuerto”.

[Publicado en Notodo]

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