Aprovechando la efemérides del 21 de octubre de 2015 (día en el que Marty McFly «regresa» al futuro) y para celebrar nuestro VI Aniversario, algunos estadistas han decidido trasladarse con el DeLorean a 1955. Desde allí, nuestro Rafael Roblas ha enviado al jurado del Premio Eugenio Nadal este informe de lectura sobre «El Jarama», de Rafael Sánchez Ferlosio. Creemos que han quedado más que avisados.
RAFAEL ROBLAS CARIDE | Decir que Rafaelito Sánchez Ferlosio (1927) es el hijo de Sánchez Mazas no supone ningún secreto a estas alturas. Por eso, cuando hace tan sólo unos días llegaba al Gijón la filtración de que una nueva obra suya –al parecer, una novela que se titularía El Jarama– se postula como favorita para alzarse con el Premio Eugenio Nadal de este año, más de un grito de indignación se escuchó por los rincones: “¡No ha tenido ya suficiente ese niño de papá con el cuentito del Alfanhuí para dejar de jugar a los escritores!”. Un escándalo, vaya.
Mas, como quiera que la caprichosa fortuna trajo luego en primicia hasta mis manos el manuscrito de la susodicha novela, uno, que no es de piedra, no ha podido resistir el impulso de leerla y de, posteriormente, remitir la presente nota al jurado que compone este año el premio que Destino instituyó hace ya una década para mayor honra y gloria de las jóvenes promesas de nuestro país. Con ella me propongo ahorrarles el trabajo y evitar que se perpetre una aberración literaria, resumiéndoles a estos dignísimos señores lo que, a mi modesto entender, convierte la nueva incursión narrativa del joven Rafaelito en una tentativa frustrada de obra literaria.
El avieso documento lo divido en dos partes diferenciadas que se ordenan bajo los siguientes epígrafes, antagónicos y, a la vez, complementarios entre sí. A saber, “Gracias no conseguidas por la novela El Jarama” y “Gracias conseguidas por la novela El Jarama”. Dicho lo cual, vayamos al intríngulis de la cuestión.
GRACIAS NO CONSEGUIDAS POR LA NOVELA “EL JARAMA”
- Despertar en el lector un mínimo interés por el argumento. Si la Retórica clásica estipuló que sólo son necesarios tres ingredientes fundamentales para mantener el discurso (inventio, dispositio y elocutio), deteniéndonos únicamente en el primero de ellos… ¿alguien puede explicarnos qué disparate es este del argumento de El Jarama? Veámoslo. Una pandilla de jóvenes madrileños se desplaza al río para pasar la jornada de un domingo estival cualquiera. De tanto en cuanto, la “acción” se bifurca en dos, aprovechándose también el escenario de una ventilla local donde los parroquianos habituales espantan las moscas de su aburrimiento con charlas intrascendentes. Y, si anteriormente me he permitido entrecomillar la palabra “acción”, hago bien, pues cualquier parecido con el sustantivo derivado del verbo “actuar” es una ilusa fantasía en el decurso de la trama. Los jóvenes de El Jarama –lejos de esos otros abnegados y generosos que con el sudor de su trabajo han logrado levantar nuestra Nación tras la contienda civil- son haraganes perezosos que se tumban a la orilla del río a beber y a dormitar; representando también ellas –que la pandilla es mixta- la degeneración de la femineidad, al compartir vicios báquicos con ellos y al calzarse antiestéticos pantalones masculinos en una fatua muestra de coquetería. Así, comer, dormir, bañarse, beber hasta la borrachera, charlar por charlar, tumbarse, bailar, otra vez comer… y, si acaso, de nuevo beber son los verbos que únicamente saben conjugar con éxito estos zagales de Ferlosio que en nada saben representar los verdaderos valores de nuestra juventud patria, por más que el hastío de una tarde de verano los desasosiegue y aturda. Esperemos que el lápiz rojo y la tijera no permitan la publicación de semejantes desatinos.
- Mantener el ritmo narrativo. Mas obviando el comportamiento censurable de los mozalbetes de la pandilla, ¿qué encontramos entonces? Una «novela» que se sustenta sobre la nada, ya que nada ocurre en ella y sobre la nada se levantan los intrascendentes diálogos de sus protagonistas. Nihilismo puro. ¿Acaso no es bastante? No, pues entonces va el joven Rafaelito y, por si no quieres caldo, ¡toma dos tazas!, que las interacciones y los diálogos que se producen entre los protagonistas los reproduce fielmente, al milímetro, como si dispusiera de la grabación del sonido y el narrador tan sólo se encargara de su transcripción al papel. ¡Para qué más disparate! Vulgarismos, leísmos y laísmos, incorrecciones sintácticas y léxicas… ¡vamos todo un catálogo para enviar a don Ramón Menéndez Pidal a fin de que se discutan en la próxima sesión de la Real Academia de la Lengua! Sin embargo, este aspecto antinormativo no es lo más grave, que lo más grave es el aburrimiento que este despropósito narrativo contagia al paciente lector que se topa con este Jarama de sinuosos contornos. ¿Ustedes se imaginan lo que puede ser asistir a una sesión de vouyerismo continuo sobre un grupo de jóvenes haraganes? Sí señor: de tontos, de primos… hermanos.
- Lograr una plena verosimilitud. Alguno se sorprenderá de que una transcripción fidedigna de la realidad, tal y como se ha catalogado antes, sea acusada de pecar en cuanto a falta de verosimilitud, ya que ¿qué puede resultar más verosímil que la misma realidad? Pues toca explicarnos. El cuentista de Alfanhuí no es memo y repara hacia el final de cuán plana resulta su propuesta, así que resuelve culminar su relato ¡con una muerte!, en este caso con la correspondiente a una de las chicas de la pandilla. Recurso artificial y facilón donde los haya, porque ya es casualidad que Lucita, la más gazmoña y desgraciada del grupo, sea la elegida. Borracha como una cuba decide remojarse al anochecer con sus dos compañeros de viaje –la pareja formada por Sebas y Paulina- en las aguas del río y… ¡qué falta de tino!: ni ellos ni los avezados nadadores que en la ribera se encuentran pueden hacer nada para evitar la desgracia. Lo dicho, recurso facilón y poco imaginativo. Y muy mal resuelto.
- Elevar el nivel como narrador de Sánchez Ferlosio. De todo lo anteriormente expuesto, podrá deducirse que la estima narrativa del hijo de Sánchez Mazas no se ha elevado ni un ápice tras la edición de aquella extraña obra –un ininteligible cuento que no está dirigido a los niños- como es Industrias y andanzas de Alfanhuí. Desgraciadamente, tampoco El Jarama es una obra maestra ni tan siquiera se le acerca. Y, por supuesto, intuyo que la fama como escritor de este Rafael Sánchez Ferlosio, lejos de aumentar, disminuirá con el paso de los años hasta desaparecer, si es que alguna vez tuvo esta algún afán de vuelo hacia la permanencia. Esto lo sabe y lo firma hasta Alfonso, el cerillero anarquista del Café.
GRACIAS CONSEGUIDAS POR LA NOVELA “EL JARAMA”
- Hacer brotar de la nada más de trescientas páginas de relato. Así como Dios creó al mundo en siete días y lo hizo de la nada más absoluta, el joven Rafaelito se ha sacado de la chistera un tocho de más de trescientas páginas para no contar nada, ni decir nada,… ni tan siquiera pergeñar ninguna moraleja. Nada de nada en la nada. Y esto sí que es meritorio, sí señor. Como también es meritorio todo aquel que llegue al final del relato sin ni siquiera bostezar una vez. Ahí vienen los méritos repartidos a partes iguales.
- Aburrir al personal. Y como una ostra. Tras lo que hasta aquí se ha expuesto, ¿hace falta volver a argumentarlo?
Ahora, señores de Destino, que avisados quedan. Sus manos quedan libres, apuesten por quien mejor les parezca, pero que conste mi advertencia previa a fin de que la editorial no derroche su dinero financiando los caprichos de un petimetre que se cree escritor. Inviértanlo mejor en publicar a un tal Manolo Haro, un joven bohemio que pulula de vez en cuando por aquí y que me dicen que para por una pensión de Lavapiés. Sus Fritangas bien que se lo merecen. Y no hace falta que me den las gracias por la recomendación. A mandar, que para eso estamos.
Atentamente, desde el Gijón.
A la memoria del pobre André Gide, que rechazó por mala la primera parte de En busca del tiempo perdido de Proust.
Me he reído. Por cierto, mira que tengo a Sánchez Ferlosio entre mis favoritos, con «Alfanhí» devorado varias veces de lo deliciosa que resulta, y casi todo lo que ha ido sacando en su inconfundible prosa ensayística, incluyendo su última edición de pecios escogidos ahora que le ha dado puerta a Destino, pero jamás he leído «El Jarama» ni he tenido intención. El tipo de novela que es, tan anclada a su momento, y el hecho de que el propio Sánchez Ferlosio reniegue de ella, me ha hecho ignorarla siempre. ¿Debería darle una oportunidad? ¿O sigo como estoy, contento de admirarlo por su ensayo y su narrativa breve —que ya quedó sepultada—?
Querido amigo: No seré yo el que te apure seriamente a leer «El Jarama», aunque te puedo decir que resulta bastante interesante adentrarse en él sabiendo tanto de sus carencias como de sus virtudes. Efectivamente, es una obra de época que ha envejecido fatal y que refleja la caspa y la gazmoñería de una de las etapas más anodinas de nuestro país. Sin embargo, también es un excelente ejercicio de estilo y una probeta de ensayo magnífica para toda la corriente narrativa que vino después. Eso sí, Carlos, si buscas diversión, mejor que no vayas a la orilla del río con estos muchachos…