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La moraleja está sobrevalorada

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Según la RAE, que es esa institución que tiene más mayúsculas que mujeres entre sus filas, un esbirro es una persona que ejecuta las órdenes de otra, especialmente si tiene que usar la violencia, o que, simplemente, la sigue servilmente, bien por dinero o por interés, lo que nos trae a la memoria aquella frase antológica de La escopeta nacional en boca del ya mítico Fernando Galindo: “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”. En ese sentido, parece que la figura del esbirro ha evolucionado mucho a lo largo de los tiempos.

Y suponemos que la misma reflexión ha debido hacer Antonio Ortuño a la hora de escribir sus cuentos sobre esbirros. No en vano, nos presenta un índice del libro dividido en tres partes (Ayer – Hoy – Mañana) y precedido por una nota liminar en la que, entre otras cosas, nos advierte de que él no es muy dado a las fábulas morales, a los cuentos ejemplificantes con su presentación, nudo, desenlace y obligada moraleja.

Ni falta que le hace, concluye uno terminada la lectura del libro. Un libro que, a través de once cuentos, disecciona con pulso de destripador especializado lo más miserable del ser humano. Ya en sus libros anteriores, asuntos como el odio, la violencia, la sumisión y el mal estaban bien presentes. En este, incluso, el mismo autor se afanó en dejar claro desde el principio que era su libro “más salvaje”. Añadiríamos, quizá, la apostilla “por el momento”, pues estamos convencidos de que la sátira más negra y feroz ya está llamando a las puertas de su cabeza para pertrechar nuevos cuentos, nuevos argumentos aún más contundentes.

No obstante, esa sátira se nos presenta recubierta de una fina y sutil ironía, como un pequeño bálsamo o lubricante para poder digerir la colección de miserias humanas que desfila por el libro. De ahí que la lectura resulte salvaje, sí, pero también elegante y placentera, descubriendo hallazgos lingüísticos, sorprendiéndonos con los giros argumentales y, tenemos que reconocerlo, riendo a mandíbulas llenas con escenas y personajes tan alejados de la normalidad como reales.

Del “Ayer” al “Mañana”, Ortuño utiliza lenguajes y atmósferas propias de cada época. Así, en el arranque, podemos notar cierto aroma a Las mil y una noches en el relato que abre el libro, titulado “Historia del cadí, el sirviente y su perro”. Y en el final, en el relato que cierra el libro, titulado “Interruptor”, podemos percibir exquisitas similitudes con una de las grandes maestras de la ciencia ficción en lengua castellana, como es Elia Barceló, sobre todo en su novela Consecuencias naturales.

En medio, una sucesión de historias cotidianas donde el realismo y el tremendismo se dan la mano. Algunas, podrían aparecer cualquier día en la sección de Sucesos de los periódicos (“Gusano”). Otras, podrían estar pasando al otro lado de la pared mientras usted lee esta reseña (“Temor”). Algunas reflejan el escenario más violento (“Tiburón) y otras el mundo más berlanguiano (“Almas blancas”). Algunas apuntan hacia la juventud (“Bienaventurados los mansos”) y otras a la senectud (“La reina de Inglaterra”). La variedad de registros, de enfoques, de matices en torno a la generalista figura del esbirro hace de este libro un ejercicio de maestría conceptual, de riqueza imaginativa y de elegancia estilística.

Antonio Ortuño domina como nadie a sus criaturas. Alguien podría decir que las lleva al límite, pero sería una manera bastante cobarde de negar la realidad. Los mundos que crea están en este. Para bien o para mal. La crudeza es un plato que se sirve frío. Frío y sin el condimento de la moraleja. Allá el lector con sus aliños propios. El cocinero Ortuño, en ese sentido, se limita a presentar unos magníficos y originales emplatados. Que les aproveche.

Reseña publicada con anterioridad en la web de Tres Pies al Gato.

Esbirros (Páginas de Espuma, 2021) | Antonio Ortuño | 112 págs. | 14€

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